sábado, 8 de abril de 2023

PRIMER DOMINGO DE PASCUA / Evangelio Ciclo "A"

 



¡HA RESUCITADO!


Juan 20,1-9,1-19,42

La muerte de Jesús nos deja en el sepulcro, en la tristeza, sin un futuro y en la total derrota. Algo inesperado acontece y lo cambia todo, y llena de sentido todo lo sucedido días atrás.

Cristo ya no está en el sepulcro. Para unos será montaje y para otros, movidos por la fe, es la primera prueba de su resurrección.

A nosotros nos llega ese testimonio a partir de personas concreta y que fueron relevantes en la vida terrena de Jesús. Ellos se hacen testigos de lo que han experimentado y lo comparten, porque la fe nos hace descubrir tras realidades inexplicables pero ciertas.

Una mujer da el anuncio y Pedro y Juan, de gran influencia en la comunidad primitiva cristiana es a los que se les revela este misterio.

El amor a la vida es la forma que Dios deja en cada una de sus actuaciones, y el amor del Padre al Hijo lo demuestra la resurrección, porque el amor hace vencer a la muerte y convierte en alegría nuestra existencia, cambia nuestras vidas y llena nuestros corazones de un amor nuevo, el del Resucitado, que recupera a aquellos que la muerte les hizo alejarse.


DESARROLLO

La resurrección de Jesús es un misterio, y por lo tanto entra en el ámbito de la fe. Pero tenemos desde muy antiguo testimonios orales de aquellos que se encontraron la tumba vacía y varios de los encuentros con el Resucitado, con los que se expresa la fe en la resurrección.

El evangelista Juan destaca el estado en el que se encontraban las vendas y el sudario que envolvió al cuerpo de Jesús, para de esta manera desmontar el rumor de quienes en aquel momento afirmaban que todo había sido un montaje y un robo del cadáver.

El discípulo ideal para este evangelista es aquel que cree al fiarse del testimonio de la tumba vacía, sin embargo, otros, entre ellos Simón Pedro, necesitarán de las apariciones del Señor como la prueba irrefutable de su resurrección.

Es llamativo que el primer testigo de la tumba vacía y de la resurrección sea una mujer, María Magdalena. Esta mujer va al amanecer cuando todavía estaba oscuro, símbolo del comienzo de un nuevo día, de una nueva etapa, aunque la oscuridad por la falta de fe también está presente. Esta mujer, llevada por la tristeza que le ha dejado la muerte de Jesús también vive en una confusión por no entender lo sucedido.

La tumba vacía es la expresión de la victoria de la que es la Vida nueva y verdadera, porque el Padre lo ha resucitado a la vida eterna. El amor a la vida es la firma de Dios en sus grandes actuaciones, mientras que los seres humanos ponemos muerte, y usamos la muerte para dominar la vida.

El que fue días atrás crucificado como un malhechor y murió de esa manera tan horrible, como si el Padre lo hubiera rechazado y dado la espalda, hoy aparece devuelto a la vida por ese mismo Padre que se nos revela en su amor por Hijo y por todos sus hijos, pues la resurrección del Señor es nuestra resurrección.

La muerte supone un absurdo y un drama. Sin embargo, la resurrección es la que da sentido a esta vida terrena, pues no hemos nacido para morir sino para resucitar en una vida que se prolonga en la eternidad. Así, pues, la resurrección es alegría, la alegría de la fe y del amor, la alegría que pone esperanza en el dolor y sufrimiento que a diario también padecemos. Y esta es la buena noticia que no ha caducado: Cristo ha resucitado y desde entonces todo es diferente para quienes tenemos fe en él.


Emilio José Fernández, sacerdote

REFLEXIONES ANTERIORES