viernes, 14 de abril de 2023

SEGUNDO DOMINGO DE PASCUA / Evangelio Ciclo "A"

 


"¡SEÑOR Y DIOS MÍO!"


Juan 20,19-31

Jesús busca a los suyos que lo abandonaron en la cruz, y así se pone de manifiesto una vez más su misericordia y perdón. 

La importancia de la comunidad para vivir la fe es fundamental como mensaje del texto del evangelista Juan. Necesitamos del testimonio de la comunidad cristiana para creer en el Resucitado y también de la experiencia personal, que se produce a través del encuentro individual de cada uno de nosotros con Cristo, que nos fortalece en la fe y en el seguimiento como discípulos.

El Resucitado rompe los miedos, las dudas y la parálisis de quienes se han quedado en el pasado, de quienes no dan crédito a los testimonios de aquellos que anuncian la resurrección y de quienes no aceptan el misterio porque sólo creen lo que a ellos les sucede, lo que es demostrable y evidente.

Cristo vive y es el que le de sentido a la comunidad eclesial, el que nos une, fortalece y llena de paz a través del Espíritu Santo que el Resucitado nos regala para que tengamos una nueva vida que ya nadie podrá destruir.


DESARROLLO

Muchos de los relatos del Nuevo Testamento que sostienen el misterio de la resurrección del Señor están basados en el testimonio de los discípulos que tuvieron un encuentro con el Resucitado. Y este relato del evangelista Juan es uno de ellos, estando construido en tres partes:

La primera parte subraya el miedo de los discípulos que se encontraban escondidos y encerrados, todavía en la noche que simboliza la ausencia de la luz de la fe. Luz que prende el Resucitado en cada uno de los suyos cuando se produce el reencuentro con el que ha vuelto como la Luz del mundo. Ese miedo que hace a la primera comunidad cristiana estar en actitud de bloqueo y de pasividad cambia, con la comunicación del Espíritu, en actitud de valentía misionera. La comunidad eclesial, y así se subraya, se constituye y existe cuando Cristo, crucificado y resucitado, es el centro de la misma.

La segunda parte subraya la falta de fe y el alejamiento de la comunidad. Aquí tenemos como ejemplo a Tomás, que estaba ausente cuando Cristo se hizo presente en medio de la comunidad. Tomás es un incrédulo que no confía en el testimonio de la comunidad ni percibe los cambios que en ella ha provocado el Resucitado. Tomás no cree porque necesita pruebas y evidencias de la resurrección, y porque sigue en el pasado y se ha quedado en la muerte como el final de la vida. No se integra en la comunidad, sin embargo, Jesús no lo abandona porque ama a los suyos, y por eso le concede, a través de la comunidad, ese signo que necesita y que verifica su resurrección. Este gesto de Jesús provoca en Tomás una confesión de fe que es expresada como resumen de la fe de la comunidad de los primeros cristianos que han alcanzado la experiencia de la resurrección: “¡Señor mío y Dios mío!”.

La tercera parte subraya las muchas señales realizadas por Jesús y que son la esencia del Evangelio para que creamos y tengamos vida, llegando a la conclusión transmitida de generación en generación de que el crucificado y resucitado es el Mesías y el Hijo de Dios.

Sin la fe en Jesús nos quedamos anclados en el pasado y esclavizados por el miedo que acobarda. Y así no podemos dar testimonio del Jesús vivo y presente en medio de nosotros, ni sentir en nuestras vidas una paz nueva que es la prueba primera de que Cristo ha resucitado, pues la paz es el fruto de la liberación del miedo y de la angustia, para hacernos, con el aliento del Espíritu Santo, que es dador de vida, fuertes y decididos, es decir, verdaderos hombres de fe y verdaderos discípulos del Resucitado. 


Emilio José Fernández, sacerdote

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