viernes, 7 de junio de 2019

Evangelio Ciclo "B" / OCTAVO DOMINGO DE PASCUA.

El Espíritu Santo es el mejor regalo que hace Jesús a la Iglesia y cada cristiano. Quien prescinde del Espíritu Santo en su vida se dará cuenta de tantos vacíos en su interior y en su existencia. No somos nada ni podemos nada sin Él.

En este octavo y último Domingo de Pascua celebramos también la solemnidad de Pentecostés, la Venida del Espíritu Santo.

En el pasaje del Evangelio de hoy, observamos cómo en los discípulos de Jesús no había predisposición para la fe en la resurrección, y ello queda patente en las reacciones de María Magdalena y de Pedro cuando se encuentran con el sepulcro vacío, y en la reacción de Tomás.

Para San Juan, como vemos en el relato, la comunidad cristiana se construye en torno a Jesús, pues Él es el centro y el fundamento de la misma. Cristo es quien libera a la comunidad de creyentes del miedo, de los bloqueos y de la parálisis que los miedos provocan. Cristo victorioso, porque ha vencido la muerte, les devuelve la fortaleza, la paz y la alegría. Y así la comunidad cristiana se convierte en un instrumento de Dios, alentado y dirigido por el Espíritu Santo, para dar vida, alegría y paz, haciendo llegar la misericordia de Dios a todos.

Vivimos unos tiempos difíciles para la fe. Nuestra sociedad está inmersa en unos cambios muy grandes que vienen también provocados por los avances técnicos, científicos, tecnológicos... que hacen que la humanidad se sienta segura por sus logros y considere prescindir de un Dios que no deja de ser misterio. Pero la Iglesia no siempre está a la altura del momento, desorientada por no saber cómo encajar tantos cambios que cuestionan lo que siempre han sido sus principios y tradiciones. Unos cristianos se aferran al pasado, otros viven relajadamente, otros se sienten impotentes... 

Y Jesucristo nos sigue enviando todos a esa misión de evangelizar que la Iglesia de todos los tiempos ha intentado llevar a cabo, unas veces con más aciertos, y otras veces con errores y fracasos. La misión de evangelizar no es una exclusiva de aquellos a los que podemos equiparar como profesionales (obispos, sacerdotes, religiosos, profesores de Religión...). La tarea misionera es de todo bautizado, que, recibiendo el Espíritu Santo de manera sacramental, se ha convertido en otro Cristo y que cristianiza a los demás. Ser cristiano no es sólo tener fe, sino transmitirla y compartirla con los demás, haciéndola visible en el obrar diario de nuestras vidas.

Jesús nos ha dado el don más preciado y valorado para Él: el Espíritu Santo. Cuando lo recibieron los primeros cristianos, comprendieron y se llenaron de una fuerza que los hizo decididos en su práctica religiosa y en su misión. Superaron los miedos. Y es que Jesús sabía que sin la ayuda del Espíritu Santo, ser un cristiano de verdad y anunciar el Evangelio no es fácil y hasta nos puede cansar, porque los pecados humanos, inclusos presentes en la Iglesia, terminan desgastando a las personas. La lucha de los cristianos no es contra personas (de carne y hueso) que no creen o tienen otras religiones, sino que es una lucha espiritual contra el pecado, las injusticias, las mentiras, la hipocresía, estructuras de poder y dominio... Y el superar la impotencia de sentir que nuestros esfuerzos no dan los resultados esperados.

Necesitamos del Espíritu Santo, de su fortaleza, paz, alegría, esperanza, paciencia, humildad... gracias que se han de convertir en nosotros en actitudes con las que dar testimonio pero con las que poder vencer la tristeza, el odio, las envidias, la soberbia... El Espíritu nos enseña a orar con un corazón que busca el amor a Dios y a los hermanos, que necesita de la presencia divina en su interior... El Espíritu nos da vida, una nueva vida, la del Evangelio y la de la resurrección. El Espíritu nos ilumina, nos transforma, nos guía, nos empuja, nos llena de Dios.

Que venga siempre el Espíritu de Dios a nuestras vidas. Ponte en sus manos, déjate hacer y llevar por Él... Dónate a Él y Él será don en ti.

Emilio José Fernández, sacerdote

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