viernes, 24 de mayo de 2019

Evangelio Ciclo "B" / SEXTO DOMINGO DE PASCUA.

Jesús nos acerca al Padre y nos da su Espíritu Santo y su paz. Se va para quedarse de otra manera, dentro de ti y dentro de mí. Para que lo busque en ti, en mí y en los demás.

Al igual que el domingo anterior, el relato de hoy, del evangelio de Juan, sigue en esa tónica de despedida de Jesús.

En este discurso de Jesús se nos habla de la presencia divina de Dios en el hombre y en la comunidad de los creyentes. Esto es novedoso y cambia el concepto que en la antigüedad había de Dios y que había de la relación de Éste con el hombre. 

Dios era una realidad externa y distante al hombre y a la mujer. La relación entre la divinidad y la humanidad se construía a través de mediaciones como el Templo y la Ley, y cuanto más se observaban, más favores podías obtener de Dios. De esta manera el hombre se consideraba un siervo de Dios. El mundo formaba parte de lo profano y había que salir de él para entrar en lo sagrado y estar más próximo a Dios.

Con Jesús viene el cambio de todo esto: Cristo ha Resucitado y ha vuelto a nuestras vidas; Cristo nos dona su Espíritu Santo; la venida del Padre y el Hijo a cada uno de nosotros. De esta manera, la comunidad y cada uno de sus miembros se convierten en morada de Dios. Nos convertimos en templos de Dios y la humanidad queda sacralizada.

Dios Padre ya no es un Dios lejano, pues se acerca al hombre, vive en él y lo ama. Dios viene y se hace comunidad, forma parte de nosotros y de nuestras vidas. Ya no hay que buscar a Dios fuera de uno mismo, en templos, montañas, sacrificios... A partir de ahora lo que ha de hacer todo creyente es dejarse encontrar por Dios.

El Espíritu de Dios es movimiento y no es estático. Es la fuerza del amor que se dona y que nos hace donarnos cuando lo llevamos dentro. Cuando nos damos a los demás y damos de nosotros y de lo nuestro, Dios se hace más presente en nosotros. Dios no nos ha creado para que luego nos ofrezcamos como un tributo o sacrificio a Él, sino que su gloria es que el hombre viva. Por eso cuando ayudamos a los demás a crecer, a mejorar, estamos dando gloria a Dios.

Necesitamos creer en el Espíritu Santo para superar nuestros miedos, para vivir en libertad, para llenarnos de Dios y de su amor, para transformar nuestra vida y corazón en fuentes de donación y servicio. No podemos encerrarnos en nosotros mismos y vivir un cristianismo a la carta, buscando solo nuestro provecho. Así, cuando actuamos en nombre de Dios y con Él, recibimos una paz que sólo nos pude venir de Dios. Una paz que no es la que se consigue por medio de la política, sino esa paz que nos hace disfrutar de la vida y hacer disfrutar de la vida a los demás. Lo que nos da el Espíritu de Dios no nos lo da nada ni nadie de este mundo, ni se compra ni se vende. Dios te lo regala para que tú lo regales.

Emilio José Fernández, sacerdote

REFLEXIONES ANTERIORES