viernes, 24 de mayo de 2019

Evangelio Ciclo "B" / QUINTO DOMINGO DE PASCUA.

El amor de Dios no se entiende sin el amor a los demás. Quien no ama a su prójimo desde el servicio que se hace perdón, no sabe amar tampoco a Dios.

En este domingo (Domingo V de Pascua), el pasaje del Evangelio de Juan nos situaba en el escenario en el que tuvo lugar la Última Cena del Señor, formando parte del discurso de despedida de Jesús.

Este discurso se centra en el testamento que nos deja Cristo antes de su muerte, como un resumen de lo que ha sido su vida y de cómo ha de ser la vida de todo discípulo y discípula. Un mandamiento nuevo, el del amor. Ese amor que se convierte en el servicio simbolizado con el lavatorio de los pies. Un servicio que no se limita a los que son nuestros preferidos sino hasta a aquellos que son nuestros enemigos (traición de Judas). El amor así vivido respeta la libertad de los otros y se opone a todo tipo de violencia, por lo que se hace visible que el amor es más fuerte que el odio.

El primer mandamiento de la Ley antigua es el amor a Dios sobre todas las cosas. Con el mandamiento nuevo los mandamientos de la antigua Ley quedan reemplazados. "Amaos los unos a los otros como yo os he amado". A esta frase le habría faltado otra que sería la correspondencia humana al amor de Jesús: "Amadme como yo os he amado". Sin embargo, la frase dicha por Jesús conlleva que amando a las personas es como se ama a Dios, por lo que Dios es inseparable del ser humano. Solo amando a los demás podremos amar a Dios. Según amas a los demás así amas a Dios.

Jesús se ha encarnado en el ser humano al hacerse hombre, y con Él Dios se hace presente en cada hombre y mujer. Por lo que cada persona es lo más grande para Dios, y cada persona merece el mayor de los respetos y de las atenciones. Quien atenta contra el ser humano, atenta contra Dios. El Dios lejano y trascendente parecía dejar desprotegidos a los hombres, mujeres, niños, ancianos, pobres... A estos, el Dios que habita en el ser humano, los convierte en intocables.

La medida del amor del que nos habla Jesús no es en la cantidad o medida en la que a nosotros nos guata amar o nos gusta ser amados, sino en la medida y al estilo en que Jesús lo ha hecho. Jesús rompe de esta manera nuestros esquemas o fórmulas. Ya no hay escusa sino la exigencia que Jesús pone a cada discípulo y discípula.

Emilio José Fernández, sacerdote

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