jueves, 18 de abril de 2019

MEDITACIÓN DEL JUEVES SANTO, EN LA CENA DEL SEÑOR.


En la tarde del Jueves Santo las comunidades cristianas se reúnen para celebrar una Eucaristía muy especial en recuerdo de la Última Cena del Señor, que los evangelios colocan antes de asistir a su Pasión, Muerte y Resurrección.

Para los pueblos mediterráneos, y muy especialmente en Oriente Medio, las comidas no sólo son la consecuencia de una necesidad humana de alimentarnos, sino que es además un acto social de encuentro y de fiesta de diferentes acontecimientos de las personas, de las familias, de los amigos, de la nación... Pero los creyentes, desde las antiguas religiones, convierten en ritos sagrados algunas comidas y algunas ofrendas de alimentos.

Esto lo observamos en el judaísmo y en su fiesta más importante, la Pascua, establecida por Dios como la conmemoración de la salida liberadora del pueblo de Israel cuando se encontraba esclavizado en Egipto. El éxodo comienza en esa Noche Santa de la Pascua con una cena que cada familia ha de hacer de manera privada y que aparece ritualizada con el sacrificio de un cordero y con la sangre que librará a los judíos de ser exterminados por el ángel de Dios.

Esa cena, aunque con un ritual que fue evolucionando con los siglos, se venía celebrando año tras año por todos los judíos creyentes, incluidos Jesús y sus seguidores.

Jesús sube a Jerusalén para celebrar esta costumbre sagrada del pueblo de Israel, y convoca a los suyos en una sala prepara previamente para, junto a ellos, celebrar la Fracción del Pan, que es el término más primitivo con el que los cristianos denominarán al sacramento de la Eucaristía.

Esta Fracción del Pan, Jesús la celebra desde una conexión con la antigua Cena de Pascua de los judíos, en conmemoración del sacrificio liberador de la esclavitud de Egipto; en conexión también con su propia Pascua, que será su Muerte y Resurrección, la cual nos traerá la liberación del pecado y de la muerte. En esa Eucaristía Jesús está anticipando todo lo que vivirá y le sucederá en las horas siguientes, las más importantes y trascendentes de su vida.

Jesús toma un pan y pronuncia una bendición totalmente nueva con la que consagra dicho pan; y lo mismo hará con la copa llena de vino. Un pan que se rompe, se reparte y se toma como alimento. Un vino que se derrama y que se consume como bebida. Ese es el nuevo Jesús, Crucificado y Resucitado, que se queda en la Iglesia y que habita en aquellos que participan de una misma Comunión mediante la cual sus almas son alimentadas por el Bendito.

Pablo hace un recuerdo del testimonio que le ha llegado de aquella Cena celebrada por Cristo, pero también da testimonio de cómo las comunidades cristianas primitivas desde muy pronto se reúnen para celebrar la Fracción del Pan o Eucaristía con la que recordar la Pascua del Señor y actualizarla en nuestro presente, cuando Cristo nuevamente se sacrifica y es ofrecido al Padre en la Mesa del Altar para expiación de nuestros pecados. Murió una vez para siempre y resucitó una vez para siempre, pero cada vez que celebramos la Eucaristía, celebramos y conmemoramos el misterio de nuestra fe y de nuestra salvación.

La Fracción del Pan es considerada por la Iglesia un sacramento, el sacramento por excelencia. Por eso no hay cristiano sin Iglesia, ni comunidad eclesial sin Eucaristía. La Eucaristía se convertirá muy pronto en una señal de identidad cristiana: los demás reconocían a los cristianos cuando éstos se juntaban para celebrar la Fracción del Pan.

Pan y Vino que nos alimenta. Pan en el que la presencia de Cristo nos acompaña de un modo especial y que se guarda en el Sagrario para que podamos adorarlo en una oración íntima y profunda. Es el Pan de la Vida y el de los hambrientos de Dios. Es el Pan que nos enseña a compartir en caridad con los que menos tienen y el que nos provoca una entrega de vida por el anuncio del Evangelio.

Quien no se alimenta se debilita, enferma y muere. Quien no toma del Pan del Cordero de Dios, que es el mismo Cristo, espiritualmente se pierde la gracia de la salvación, de la fortaleza, de la unión mística con Él.

La Eucaristía no es una mera cena, un mero rito, ni una teatralización de algo que sucediera hace más de dos milenios. Es un sacramento en el que la gracia de Dios actúa en nosotros para santificarnos y para poder alcanzar la salvación que nos viene del Señor Jesús.

En esta tarde santa, con la que se inicia el Triduo Pascual, lo iniciamos junto a Cristo, invitados a su Cena, en la que se nos da y se nos reparte para que nos demos y nos repartamos a los demás desde el servicio que nos lleva a la humildad de lavar los pies a los demás, símbolo de la entrega y del servicio total a los hermanos y hermanas. Cristo crea la comunidad, y en la comunidad está el amor de Cristo presente en la Eucaristía. Donde hay amor allí está Dios, y donde dos hermanos se aman. Estamos llamados al amor fraterno, aunque cueste y a veces duela la convivencia que va más allá del vivir juntos o del compartir experiencias. El amor de Dios es misericordia, perdón, reconciliación. Y reconciliado, siéntate en la Mesa del Señor, done Él te espera porque te ha guardado un sitio para ti desde el día de tu bautismo.

Emilio José Fernández, sacerdote

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