jueves, 15 de noviembre de 2018

Evangelio Ciclo "B" / TRIGÉSIMO TERCER DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO.

Se nos anuncia un mundo nuevo, donde el dolor, la injusticia y el fracaso se convertirán en el amor, la paz, y la alegría que viene con la victoria de Cristo; y, mientras esperamos, apoyados en la fe, tenemos que vivir en discernimiento, con esperanza y en vigilancia.

Jesús anuncia a lo largo de su vida pública la llegada plena del Reino de Dios, pero tras su muerte y resurrección esta llegada no se produce y además hay que sumar las situaciones de hambre, guerras, falsos mesías y la desaparición del Templo de Jerusalén, que hacen que las primeras generaciones de cristianos sientan la duda o la desesperación cuando esta llegada anunciada no se produce y los que fueron testigos que acompañaron a Jesús en su misión de anuncio del Evangelio, como primeros discípulos y discípulas, van desapareciendo por la edad o por el martirio a consecuencia de las persecuciones. Esta tensión que se vive en la primitiva Iglesia, Marcos la refleja en este pasaje que además quiere ser una respuesta de esperanza y de confianza en la segunda venida del Señor.

Este texto es también conocido y clasificado con tres términos teológicos que es bueno que los conozcamos: escatológico (nos habla de lo último y definitivo que sucederá), parusía (presencia definitiva de Jesús) y apocalíptico (habla de dificultades y de cataclismo cósmico, anunciando una salvación futura).

¿Por qué la Iglesia nos propone en este domingo esta lectura del Evangelio? Pues porque estamos terminando el Año Litúrgico, durante el cual hemos ido haciendo memoria y celebrando los misterios y las acciones de Jesucristo a lo largo de su vida terrena, desde su esperada venida en Belén hasta su resurrección y ascensión al cielo. El próximo domingo celebraremos la Solemnidad de Jesucristo Rey, del universo, con la que la Iglesia clausura el Año Litúrgico y celebra la llegada plena del Reino y del Hijo de Dios, y en este domingo previo se nos recuerda el adviento presente que vive la Iglesia a la espera, que a veces se hace larga, de este suceso.

La espera de la llegada definitiva del Reino de Dios se puede vivir de muchas maneras, desde la decepción por dejar de creer en ella al estar rodeados de situaciones de injusticia, miseria, sufrimiento y angustia, hasta desde la confianza en las palabras proféticas de Jesús. Pero Marcos en este relato nos propone tres formas de vivir esta espera:

La primera es el DISCERNIMIENTO. Para ello partimos de la base de que Dios no deja de ser un ser sorprendente y dado a las sorpresas, porque no lo sabemos todo Él ni podemos controlar sus acciones, máxime cuando Él lleva la iniciativa y cuando nosotros dependemos  de sus decisiones. No conocemos la agenda de Dios, el reloj de Dios no marca los tiempos que marcan nuestros relojes. Dios se mueve entre la improvisación y lo calculado, y sus tiempos no son los nuestros, razón por la que a veces nos desconcierta. Por eso Marcos nos invita a aprender a discernir los signos de los tiempos, porque Dios no sólo se comunica o habla con palabras sino a través de los acontecimientos que nos suceden de manera individual y de los que suceden de forma global porque formamos parte de la humanidad. La persona que hace discernimiento es la que reflexiona para distinguir, para aclararse, para comprender mejor, para hacer un mejor juicio. Por eso el cristiano que hace un discernimiento de su vida o de lo que acontece en el presente de este mundo llega a unas conclusiones o la toma de una decisión, haciendo previamente esa reflexión con la ayuda de la Palabra de Dios y con la ayuda de intentar interpretar o ver el sentido de lo que nos pasa y de lo que pasa en este mundo, porque las cosas no suceden por casualidad, pues para un cristiano todo tiene su sentido desde Dios y con Dios. El discenir nos ayuda a relacionar sucesos, experiencias, etc., y ver en todo ello la acción de Dios que nos está apuntando a un futuro, a un proyecto, a un sueño que con el tiempo llegará a ser real, porque Dios nunca nos engaña.

La segunda forma de vivir la espera, que nos propone Marcos, es la ESPERANZA. La venida del Hijo de Dios aparece escrita en un lenguaje apocalíptico en el Nuevo Testamento, muy común y conocido para los antiguos pero que a nosotros nos confunde, sobre todo cuando desde la novela o el cine contemporáneos nos lo presentan como un final catastrófico y trágico de la vida y del mundo presente. Normalmente el discurso apocalíptico incluye un juicio, pero este relato de Marcos lo suprime para añadir en más intensidad un contenido de "salvación", subrayando así que Jesús viene ante todo a salvar a sus "elegidos" o preferidos, a aquellos que han permanecido fieles a Él a pesar de las dificultades que encontramos en este mundo o que nos encontramos en nuestra espera. El lenguaje apocalíptico no pretende asustar ni dramatizar sino acentuar mejor la victoria de Jesús sobre todos los impedimentos humanos y sobre los impedimentos que están por encima del hombre, porque el poder de Jesús es el poder de Dios. Por eso no aparece el término "Mesías", que Marcos lo entiende como título que nos habla de servicio, humildad, pequeñez, de estar dispuesto a morir por la causa del Reino de Dios..., y en cambio usa el término "Hijo del Hombre", pues Jesús es aquel a quien se le ha dado dominio, la gloria, y el reino. Por eso el lenguaje apocalíptico nos hace una llamada a la esperanza, que no tiene que ver con el optimismo humano, sino que para el cristiano la esperanza es el mismo Jesucristo, la esperanza es un don que nos da Dios a los creyentes a través del Espíritu Santo (como nos indica San Pablo), es la confianza en que Dios no nos deja nunca solos, que Dios nos liberará de lo que nos oprime y hace sufrir, que Dios lo hará todo nuevo cuando pase lo viejo. La esperanza es confiar en Dios a pesar de que no tengamos motivos a nuestro alrededor para seguir aguardando un final o desenlace feliz. Por eso no perdemos la esperanza, porque nuestra fe nos hace fuertes y pacientes.

Y la tercera forma de vivir la espera es la VIGILANCIA. El que vigila es el que no descansa, el que no duerme, el que no cierra la puerta sino que siempre la tiene abierta, es el que no se ha cansado de esperar y el que está siempre preparado para lo que pueda suceder. Es el que está a punto y ha preparado su vida para cuando llegue el momento del encuentro con el Señor. Es el que nunca deja de orar y el que no ha dejado los asuntos para resolverlos a última hora y a la carrera. El que vigila es aquel que nunca ha dejado de hacer el bien y de practicar la caridad, que sabe que no hay fechas concretas y que Dios improvisa porque nosotros no podemos saber con certeza sus tiempos. El que vigila siempre tiene encendida la llama de la lámpara de la fe porque es constante y perseverante, porque no se ha acomodado, ni se ha relajado ni se ha descuidado.

Hermano y hermana, no sabemos el día ni la hora en que sucederá nuestra salvación ni la llegada en plenitud del Reino de Dios ni la venida del Señor Jesús. No sabemos el día ni la hora en que sucederá nuestra muerte física como paso al encuentro definitivo con aquel al que por la fe hemos amado sobre todas cosas y por el que hemos desgastado nuestra vida día a día en favor de su Reino y de nuestro prójimo, y en el que hemos esperado y confiado a pesar de tantas vivencias y experiencias de dolor, fracaso e injusticias personales y colectivas. Sabemos por la fe que llegará ese momento aunque no sabemos el cuándo, pero la fe nos mantiene expectantes, vigilantes y pacientes. Porque nosotros, los cristianos, entendemos que nuestra vida y nuestra existencia depende de Dios y está en sus manos, las de un Dios Bueno que quiere lo mejor para nosotros: nuestra salvación. Esa es la Buena Noticia de hoy.


Emilio José Fernández, sacerdote

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