sábado, 1 de septiembre de 2018

Evangelio Ciclo "B" / VIGÉSIMO SEGUNDO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO.

A menudo intentamos impresionar a los demás aparentando lo que no somos, porque la verdad de lo que eres está en tu corazón. Si cuidas lo externo y descuida lo interno de ti, nunca serás el hombre bueno o la mujer buena que Dios espera de ti.

Después de varios domingos meditando en la liturgia textos del evangelio de Juan, continuamos nuevamente meditando textos del evangelio de Marcos.

Para entender el pasaje de hoy hemos de partir de la base de que Jesús, desde niño, era un judío piadoso que ha nacido en una familia que le ha enseñado a conocer y a observar los textos y enseñanzas contenidos en los textos del Antiguo Testamento, por lo que conocía bien la Ley, llamada también la Torah, tratando de cumplirla para complacer a Dios y para ser un judío justo.

Nos encontramos a menudo en los textos de los evangelios, en los que Jesús ya es una persona adulta, con que las actitudes de éste ante la Ley no son siempre las mismas y a veces parecen contradictorias, llegando a reducir la Ley y los profetas en el mandamiento del amor.

Todo esto nos pone de manifiesto que en Jesús se dio una profunda evolución interior que le llevó a tener unas posiciones enfrentadas con los dirigentes de la clase religiosa.

En esta ocasión, cuando Jesús se siente cuestionado por las autoridades religiosas judías, se defiende de una manera radical porque no sólo no comprende la actitud de los fariseos y letrados, sino que denuncia públicamente las actitudes y comportamientos de estos grupos sociales que protestan porque los discípulos de Jesús se han saltado el cumplimiento de las tradiciones de los mayores, que, según ellos, permiten el acceso a Dios.

Jesús les responde aludiendo a los profetas para tacharlos de hipócritas, para de esta manera censurarlos y desacreditarlos, algo muy peligroso porque resulta una provocación y un enfrentamiento verbal de grandes consecuencias.

Los judíos que se consideraban piadosos y respetuosos de la Ley y que se sentían más cercanos a Dios por realizar todas esas prácticas rituales que se habían convertido en preceptivas, consideraban que eran así más puros que los demás. Sin embargo, Jesús nos enseña que lo que Dios mira en nosotros no son los gestos corporales externos y visibles para todo el mundo, sino los gestos que sólo Dios ve y que purifican lo más importante de la persona: su corazón, su interior.

Mirado de esta manera, todos somos impuros, hasta los que se consideran puros por realizar ritos, por realizar promesas, por hacer grandes ofrendas, por rezar mucho... Porque nadie tiene privilegios ante Dios ni es más importante que los demás, pues todos somos impuros debido al pecado que ensucia nuestro interior. Pues la impureza es la que nos hace dar la espalda a Dios, la que nos hace atentar contra la vida y contra el hermano, la que nos hace tener proyectos y deseos que nos deshumanizan y nos esclavizan.

Para llegar a Dios sólo necesitamos a Dios. Nuestro acceso a Dios no depende de ningún hombre o mujer, ni si quiera de personas que se consideran o consideramos muy religiosas. Por eso, los discípulos de Jesús, que tienen al mejor de los maestros, han descubierto que cuando están con Jesús también se encuentra con Dios, porque Jesús es el Dios que ha venido a nuestro encuentro. Sentirse ante Cristo nos hace sentir la libertad ante todo lo demás, que ya no es importante ni tan necesario como adorarlo a Él desde el amor y la entrega, por lo que los ritos y demás gestos ya han dejado de ser imprescindibles.

Las leyes y normas vienen a armonizar la convivencia y a frenar los excesos. Pero cuando las leyes se multiplican, lo regulan casi todo y se convierten en valor absoluto, suponen una carga para el pueblo y se pierde la libertad y lo espontaneo. 

Hoy Jesús quiere decirnos que no es nada complicado encontrar a Dios y que no son necesarios tantos ritos, porque Él se hace presente cuando hacemos el bien, cuando luchamos por la justicia, cuando nos queremos y nos ayudamos. El encuentro con Dios no lo podemos reducir a unos ritos o a unas ceremonias, porque Dios está ante todo en la comunidad y en las personas.

En todos los ambientes nos encontramos lo que hoy se llama el "postureo". También en el ambiente religioso lo hay porque existen cristianos que se quedan en lo externo, en lo que se ve, en el figurar. Sin embargo Cristo viene a liberarnos para que seamos auténticos y busquemos lo esencial.

Necesitamos la conversión de nuestra vida, de nuestro interior. No podemos conformarnos como somos. Quien tiene un mal corazón o malos adentros no está a la altura que se necesita para sentir a Dios en su vida. Las actitudes que no podemos aprobar porque son dañinas nacen de un corazón infectado por el odio, la envidia, la soberbia... que nos hacen criticar al prójimo, despreciar al diferente, robar lo que no nos pertenece, tener una vida llena de desenfrenos... Todos somos capaces de hacer lo peor cuando nuestro corazón no está limpio. 

Es mentira la idea que se nos vende de que vamos camino de una sociedad más justa, de más igualdad, de más solidaridad, de más humanidad cuando no hay conversión en los corazones ni deseos de cambiar. Defendemos unos principio que exigimos a los demás que los vivan, pero luego nosotros queremos tener la libertad de hacer lo que nos viene en gana. El mundo no cambiará si primero no cambio yo.

Emilio José Fernández, sacerdote

REFLEXIONES ANTERIORES