viernes, 24 de agosto de 2018

Evangelio Ciclo "B" / VIGÉSIMO PRIMER DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO.

La fe nos hace descubrir que sólo Tú eres necesario para tener vida y ser feliz. Muchas veces ni te entendemos ni sabemos bien quién eres. Pero cada día notamos la gran falta que nos haces y lo que te añora nuestro corazón cuando nos alejamos de ti.

Continuamos con el capítulo 6 del evangelio atribuido a San Juan, cuya perícopa de hoy trata sobre la reacción de los Doce y de los discípulos de Jesús tras la escucha de sus discursos del pan de vida y del pan eucarístico.

En el pasaje de hoy observamos que no sólo los fariseos y demás líderes religiosos judíos se han escandalizado con las palabras y el mensaje de Jesús sobre sí mismo, sino que la falta de entendimiento por la falta de fe también ha provocado las actitudes del rechazo y del abandono en muchos de sus discípulos.

A todos estos discípulos y discípulas que deciden dejar de seguir a Jesús no sólo les ha resultado difícil entender el mensaje del pan de vida sino, sobre todo, el anuncio implícito que en él hay sobre su dolorosa muerte. De ahí que aquellos que le siguieron, porque en el milagro de la multiplicación de los panes dedujeron que junto a Jesús ya tenían la vida resuelta y que nos les faltaría la comida necesaria para vivir, son ahora los que, en el anuncio de su muerte, ven el fracaso del que consideraban el Mesías y ven el riesgo de poder correr ellos el mismo destino.

Jesús no se propone retenerlos junto a Él pero sí les explica su propia muerte como un acto necesario para que todos podamos tener vida, misión para la que Él ha venido, ya que la importancia de su vida humana no se puede entender si no apreciamos también en ella la presencia y la fuerza del Espíritu Santo.

Todo este diálogo entre Jesús y sus discípulos pone de manifiesto cómo la comunidad joánica (fundada por San Juan, Evangelista) está dividida por las cuestiones teológicas que a Jesús se refiere, además de ser una comunidad discriminada, perseguida y que muchos han abandonado. En un análisis interno que tuvo que hacer esta comunidad cristiana, también hubo de hacerse una reflexión de auto-crítica hasta llegar a plantearse la razón por la cual se encontraba rodeada de tantos problemas, llegando a la conclusión de que lo mismo eran sus miembros los equivocados. De ahí que esta comunidad mirase a la Iglesia oficial, representada en este texto en la figura de los Doce, a cuya cabeza se encuentra Pedro, y cuya importancia Juan ha querido destacar.

La respuesta que Pedro da a Jesús es la misma confesión de fe de la Iglesia, donde en esta ocasión no se reconoce a Jesús como Mesías, ni como el Hijo del Hombre o el Hijo de Dios, sino que Jesús es confesado y reconocido como el "Santo de Dios". Se trata de una expresión antiquísima que muestra la grandeza y la dignidad máxima de quien la recibe. Así, pues, esta expresión pone a Jesús a la misma altura de Dios, siendo Él, por su encarnación, la personificación de la divinidad. No es el Mesías poderoso y triunfalista que esperaban los judíos, pero sí es el Mesías que Dios quería enviar: en la humildad expresada con el servicio y con la entrega.

La clave para entender este relato la tenemos en la dualidad de la persona, que es carne y espíritu, y en la oposición que hay entre estos dos términos tan presentes en este pasaje. Se trata de dos concepciones distintas sobre la persona, y, por ende, sobre Jesús, su vida y su misión. Juan lo que trata de decirnos es que para ser verdadero discípulo de Jesús hay un requisito indispensable: ver a la persona como "espíritu", lo cual conlleva no ver sólo a la persona como carne sino como criatura creada por el amor del Padre que la considera parte de sí mismo. Por tanto, si vemos a Jesús como Mesías según la carne, Él será para nosotros un rey dominador y poderoso con un ámbito meramente político y victorioso. En cambio, si vemos a Jesús como Mesías según el Espíritu, Él será para nosotros aquel que por voluntad propia se hace servidor y dador de vida al dar su propia vida. Y nosotros, leyendo este texto, desde nuestra posición y concepción de la persona, tenemos que elegir qué tipo de Mesías es Jesús para nosotros y de qué lado nos ponemos.

Tener dudas de fe no es un signo de debilidad como creyente porque la figura de Jesús viene a rompernos muchos esquemas que nos hacemos desde nuestra mentalidad humana. Las grandes dudas de fe que podemos llegar a experimentar no son por la dificultad que cada uno pueda tener a la hora de aceptar o no un dogma de fe, sino que las grandes dudas de fe o crisis nos vienen como consecuencia de saber que cada uno tiene que asumir el cambio que debe de hacer en su vida para poner en práctica el Evangelio, como consecuencia de su fe en Jesús.

Por eso la pregunta, "¿también vosotros queréis marcharos?", nos la hace Jesús a nosotros que muchas veces no estamos conformes con quién es Jesús, por cómo actúa y por lo que nos pide. Y la respuesta no es el resultado de tenerlo todo claro o de tener fórmulas con las que explicarnos los misterios de fe. La respuesta es la de un corazón que tiene necesidad de Dios y está en su continua búsqueda. Y sólo así el creyente entiende que, aunque Jesús no deja de ser un misterio, que a veces cuesta entenderle y seguirle..., sólo Él merece la pena porque nadie como Él llena nuestros vacíos existenciales y humanos, nadie como Él nos llena de vida y de ilusión, nadie como Él nos ha amado y nos ama.

En un mundo sin Dios, sin fe, totalmente empírico y científico, los cristianos afirmamos que no somos únicamente cuerpo, materia finita y caduca, un puñado de pasiones e impulsos, instintos y apetencia de lo mundano, de lo que nos mantiene y de lo que nos corrompe. Somos también espíritu, porque hemos recibido el Espíritu Santo en nuestro bautismo, que nos hace sentirnos de Dios y necesitados de Él, necesitados de los cuidados de un Dios que se hace alimento espiritual para nosotros con su palabra y con los sacramentos, especialmente la Eucaristía. Quien cuida su cuerpo y vive para su cuerpo descuidando su espíritu, nos dice Jesús, él mismo o ella misma se niega a la vida eterna que sólo Dios nos da.

Por eso en nuestros días convoca más a los jóvenes, interesados más por el cuerpo que por el espíritu, un botellón que un acto religioso. Por eso los mayores acuden más a un viaje del Inserso que a una peregrinación... Y muchos van a la Iglesia de manera puntual porque esa asistencia no les compromete en nada o porque así cumplen con la familia del difunto, por poner un ejemplo. 

Jesús hoy nos dice de manera clara: cristiano no es aquel que cree serlo, o que tiene una partida de bautismo en el archivo de la parroquia, o que una vez al año participa en una procesión... pero ni reza ni se acuerda de Dios todos los días, ni tiene necesidad de la Eucaristía ni de escuchar para vivir la palabra de Dios, que vive ajeno a la vida y misión de la Iglesia. 

Palabras duras que tal vez nos cuesta oírlas pero que están llenas de mucha verdad. Porque la pregunta sigue estando abierta y esperando nuestra respuesta, tu respuesta: ¿También nosotros, también tú..., lo vamos a abandonar?

Emilio José Fernández, sacerdote

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