jueves, 2 de agosto de 2018

Evangelio Ciclo "B" / DÉCIMO OCTAVO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO.

Conocer a Jesús no te deja indiferente cuando lo contemplas desde la fe que te lo descubre como lo fundamental y esencial para vivir, como el pan de vida.

El domingo anterior se nos narraba en el pasaje del Evangelio de Juan el milagro de la multiplicación de los panes realizado por Jesús ante una multitud hambrienta. El relato de este domingo es continuación del mismo y donde el tema sigue siendo también eucarístico.

Este discurso de Jesús, conocido como el discurso del Pan de vida, viene enmarcado por la tensión entre la fe de los que creen en Jesús como el enviado de Dios y como el Pan de vida frente al rechazo de quienes no tienen dicha fe.

El pasaje comienza con una introducción que nos sitúa en el escenario en el que se llevó a cabo la multiplicación de los panes y en donde los beneficiarios de aquel milagro buscan a Jesús, que ha desaparecido junto con sus discípulos, para continuar en esa experiencia de éxodo que les garantiza tener la comida siempre servida por un líder que les llena de seguridades. Cuando lo encuentran, Jesús se manifiesta y les hace entender que se han equivocado al buscarlo simplemente por el interés personal de vivir sin problemas. Lo buscan por sus obras pero no por la fe en Él. Jesús les corrige porque pretende que no valoren sólo sus obras sino que valoren ante todo quién es Él; que valoren que la solución de los problemas requiere del esfuerzo de todos. Por eso termina con la invitación de que hay que buscar no el pan  material y perecedero sino el pan espiritual y eterno, que da la vida eterna.

La reacción de la multitud, entonces, es pedirle a Jesús que les dé pruebas, señales, evidencias, como lo hizo con la multiplicación de los panes, para que puedan creer en Él. Ellos, que no quieren exigencias ni un compromiso con el Señor, no aceptan que el pan que Jesús les ofrece sea superior al del maná, pues, aunque también era un regalo de Dios, el que ofrece Jesús es un pan que regala la vida eterna.

Jesús termina el relato con un discurso y un lenguaje nuevo con el que se presenta al mundo como el pan de vida, como el que regala la vida, como el que da la vida. Él no excluye a nadie porque su deseo es el del Padre, el de que nadie se pierda, el de que todos se salven.

De todo eso se desprende que hoy, al igual que ayer, a muchos el Evangelio no les interesa, porque lo que les importa es acumular bienes materiales, disfrutar al máximo sin tener que hacer frente a los problemas de la vida, más bien lo que quieren es tener una vida fácil, hecha, acomodada. Esto hace que no sea un valor ni interese la fraternidad, la igualdad de oportunidades, la solidaridad... De esta forma es complicado creer en Jesús y entender sus enseñanzas. Y complicado vivir los sacramentos y la Eucaristía como signos de vida y pan de vida cuando los celebramos como meros ritos y sólo potenciamos las normas y la estética de la liturgia de la Iglesia.

Humanamente todos los hombres y las mujeres tendemos a tener como objetivo de la vida el alcance del bienestar y del bienvivir, teniendo amor salud y dinero. Tener seguridades en la vida te garantiza el reconocimiento de los demás, una mejora de tu vida y esa felicidad que consiste en tener paz y no depender de nadie. Todo ello te lleva a la superficialidad y a los vacíos que hacen que aun teniéndolo todo y teniendo tanto estemos insatisfechos. Por eso muchos buscan en Dios una relación egoísta y superficial, porque solo buscan en Él a un Dios "milagrero", sin que les comprometa y sin que les haga interesarse por los demás. Cuando esto sucede, lo religioso se vive desde lo individual y como un alivio de frustraciones y fracasos personales. Al final solo buscamos a Dios cuando nos interesa y cuando lo necesitamos.

Jesús hoy se sigue quejando de nosotros cuando únicamente lo buscamos para ser saciados en nuestras necesidades más humanas.

Dios no interesa a los hombres y mujeres de este tiempo actual que tienen por principal interés su propia seguridad y bienestar personal, por eso muchos buscan otros "dioses" para llenar el vacío que nos deja la falta de Dios en nuestra vida. Sustituimos a Dios por otros dioses, jefes, líderes, caudillos, que no nos compliquen la vida ni nos pidan compromisos, que nos regalen la felicidad a cambio de nada.

Sin embargo este texto joánico nos recuerda que quien tiene fe es porque es libre, porque sabe corresponder en el amor y en la amistad, porque sabe recibir pero tiene necesidad de darse, que no busca la satisfacción  sino la salvación plena, reconoce que sin Jesús no somos nada y que con Él lo tenemos todo y para siempre.

La espiritualidad cristiana no se centra tanto en lo que Dios hace como en lo que realmente es Él. Son muchas las personas que requieren de pruebas para creer en Dios, pero la fe cristiana es la confianza en una persona llamada Jesús de Nazaret que para los que creemos es también el Hijo de Dios.

En este mundo podemos tener de todo, pero de qué nos sirve si no tenemos vida ahora y después. La vida ni se compra ni se vende, es un don que se nos regala y es algo que hoy se tiene y que mañana se puede dejar de tener. Todo ser humano puede tener vida, puede ayudar a que la vida de los demás sea mejor, podemos hasta dar nuestra vida por los demás, pero ninguno de nosotros es la vida ni el origen de la vida. Los que creemos afirmamos que la vida y el origen de la vida es el mismo Dios. Cuando hoy Jesús se nos presenta como el que es la vida y sostiene la vida, nos está diciendo que Él es Dios. Creer que Jesús es Dios es un obstáculo que muchos tienen para poder creer. Lo importante aquí no es tener necesidad de comer sino necesidad de Jesús, de Dios. Jesús tiene que ser nuestro deseo más vital y fundamental, y esto no es específico de los grandes místicos, de las personas consagradas sino de cada uno de los cristianos. Una fe sin deseo de Jesús, sin tener necesidad de Jesús, dicho de otra manera, sin atracción por Jesús, se convierte en una fe de momentos y circunstancias.

Jesús ha de ser para mí lo esencial, de tal manera que sin Él me siento vacío y sin nada. Él es el que me hace feliz y el que le da sentido a mi vida y a todo lo que hago. Soy un hombre de fe y hasta haciendo la cosa más simple me siento de Dios y tengo necesidad de Él. No soy sólo hombre de fe cuando voy a la Iglesia o cuando rezo, lo soy en todo momento, hasta cuando me divierto. 

Y la fe en Jesús me hace descubrirlo oculto en el Pan de la Eucaristía con el que Él me alimenta y me sostiene. La Eucaristía no es un rito ni una teatralización de la última cena sino una necesidad que tengo como creyente, que al igual que necesito el alimento para fortalecer mi cuerpo físico también necesito alimentar mi alma, mi espíritu, mi fe. Quien cree en Jesús de verdad ya no se apaña a estar sin Él, no sabe estar sin Él, no puede estar sin Él, porque su presencia se ha convertido para él en algo vital, imprescindible... en su todo. Eso es lo que significa que Jesús es el pan de vida.


Emilio José Fernández, sacerdote

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