jueves, 9 de agosto de 2018

Evangelio Ciclo "B" / DÉCIMO NOVENO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO.

Creer en Jesús es un regalo porque no todos tenemos fe. Creer en Jesús nos abre a la vida eterna, porque Él es el único camino hacia la resurrección. Tener fe es ser discípulo de Jesús en un seguimiento nada fácil pero apremiante de vida.

Continuamos con el relato del conocido discurso del pan de vida del capítulo 6 del evangelio de San Juan. 

Después de la multiplicación de los panes, que ha servido para que Jesús se manifieste como  el verdadero pan de vida, y, por tanto, como dador de vida, seguimos con un diálogo entre Él y los judíos porque entre los que le han oído hablar han tenido una reacción negativa expresada con la murmuración, la cual se interpreta no sólo como la forma de protestar sino como signo de falta de fe, porque también sus antepasados en el desierto murmuraron ante la escasez de alimentos tras la salida de Egipto.

¿Y por qué murmuran?, ¿por qué esa incredulidad hacia Jesús? El evangelista pone el acento en el hecho de que los judíos (la clase dirigente religiosa y sus afines) conocen bien el origen y la procedencia humana de Jesús, y esto para ellos crea un conflicto con su origen divino que Jesús trata de hacerles ver, porque para el judío creyente la humanidad a Dios le resta calidad y grandeza.

Jesús ante esta situación rechaza la murmuración y no hace comentario alguno sobre su procedencia humana, puesto que los judíos sabían bien que era hijo de José y de María, unas humildes personas que se ganaban el pan con el esfuerzo de su trabajo.

¿Qué hace Jesús entonces? Subrayar y hacer hincapié en que creer en Él y aceptar su camino es pura gracia que Dios da a quien quiere. El Padre es el que nos posibilita la fe para creer en Jesús, lo cual tiene como consecuencia que Dios al mismo tiempo nos regala la posibilidad de alcanzar la vida eterna, es decir, la resurrección. Aludiendo al profeta Isaías con un texto, Jesús viene a decirnos que todos, en sentido universal, seremos enseñados como discípulos, que todo ser humano está invitado a seguir a Jesús y a resucitar de entre los muertos.

Pero Juan une seguimiento y fe, porque para seguir a Jesús es necesario creer en Él. Ese seguimiento lo une a la consecuencia de tener vida eterna, no sólo en un futuro sino en el aquí y ahora de nuestro presente. La vida verdadera es la que une en amor al Padre con el Hijo, y de esa vida es de la cual Jesús nos quiere hacer partícipes, y esa vida es la que Jesús define como el pan. Jesús nos alimenta con su testimonio, con sus enseñanzas, con su entrega total. La muerte no tiene poder para poner fin a esa vida, a diferencia de como ocurrió con los que se alimentaron con el maná en el desierto, que fallecieron. Es la carne de Jesús, su cuerpo, su vida, que sufrirá la muerte en cruz, lo que nos da la vida, esa nueva vida. Por eso la humanidad de Jesús ya no es un impedimento de fe para los que no creen sino que se convierte esa humanidad como materia de fe y como fuente de vida, pues el creyente no sólo debe creer que Jesús es Dios, porque además ha de creer que es un Dios encarnado, hecho hombre como nosotros para salvarnos.

La humanidad de Jesús nos ayuda a ver el hambre y la sed real que la humanidad se ha encontrado en el camino hacia la vida. Pero nosotros, al igual que aquellos judíos, también sentimos la incredulidad, pues seguimos en nuestro intento de creer únicamente en un Dios que pertenece a otro mundo y a otra realidad, que se hace encuentro en nuestra intimidad privada para de esta manera evitarnos la fe en un Dios encarnado que nos interpela en nuestra vida fraterna, especialmente a través de nuestros hermanos más necesitados. Dios se ha hecho hombre, se ha hecho hermano, y todos ya somos hermanos... Y ante el hermano no podemos vivir de manera aislada.

Jesús se presenta en este discurso como el que ha venido en medio de nuestras necesidades para darle una respuesta de esperanza a un ser humano que necesita tener fe. La fe es una gracia concedida por el Padre que nosotros hemos de cuidar y fortalecer con nuestras prácticas de creyentes.

Muchos de nosotros hemos nacido en el seno de familias creyentes y hemos crecido en un ambiente de fe que para nosotros tener fe es algo tan natural que llegamos a pensar que lo normal es ser creyente. Pero la fe no es algo natural, algo que está dentro del ser humano, sino que la fe es un don, algo que te viene dado desde fuera, por alguien. Por eso el que haya no creyentes no puede resultarnos extraño, más bien, y hemos de reconocerlo, los que podemos parecer bastantes extraños somos los cristianos.

¿Es normal ser hoy discípulo de un ajusticiado hace veinte siglos del que afirmamos que resucitó a una nueva vida porque era nada más y menos que el Hijo de Dios? ¿Es lógico que esperemos en una vida eterna y en un reino de Dios que puede ser el resultado de la proyección falsa de nuestra necesidad de no dejar de existir? ¿No es un atrevimiento creer que Dios sigue revelándose y actuando en medio de una humanidad llena de injusticia, de sufrimientos y desorientada?

No tenemos que dar la espalda a los increyentes como Jesús tampoco lo hizo, pues estos nos pueden ayudar hoy a los cristianos a vivir la fe de una forma más realista y con mayor humildad, y con mayor gozo y agradecimiento por el don que se nos ha dado gratuitamente y que no siempre valoramos lo suficiente. ¿Por qué tengo yo fe y el otro no? Pues porque quien se niega a Jesús no puede recibir la fe que por Él nos regala el Padre. No somos unos privilegiados porque tener fe es una responsabilidad, pero cuando valoras el tener fe lo que sientes es que Dios te ha dado más de lo que te mereces.

Todos valoramos hoy la vida en cuanto que cada vez queremos una vida mejor a la que tenemos, y para ello se usa mucho la expresión "ganar en calidad de vida". Sin embargo nuestra vida la sentimos envuelta en una red de rutina, de fugacidad, que se nos hace pesada.

Jesús hoy nos dice una frase un tanto desconcertante: "el que cree en mí tendrá vida eterna". Pero tener vida eterna no es tener una vida ilimitada o no dejar de vivir nunca, sino que tener vida eterna es tener una nueva vida en una plenitud que ya no puede ser destruida pues participaremos de la misma vida que Dios.

La vida que Jesús nos ofrece y que ya podemos adquirirla en nuestro presente es una vida en plenitud humana, para lo cual es importante que sintamos la necesidad de crecer y de madurar como personas, sólo así mostraremos interés por esa vida eterna de la que nos habla Jesús.

Tenemos tantas razones para creer como razones para no hacerlo, y Dios nunca dejará de ser un misterio, por lo que ver con claridad total, siendo humanos que vivimos en esta tierra, nuca lo haremos. Las dudas siempre estarán en nosotros y todo depende de cómo nos posicionemos: si nos dejamos llevar por esas dudas o si las ponemos en un segundo lugar.

Hoy la tendencia general se llama "pasar de Dios", vivir al margen de Él, negar su existencia. Se gana así en la libertad de hacer lo que me da la gana siendo yo el dios de mi vida. Con esa actitud no podemos escuchar a Dios, incluso los creyentes cada vez oramos menos. Hoy muchos no necesitan de Dios porque se valen de otras alternativas o creen valerse por si solos para resolver sus problemas.

El hombre busca a Dios cuando se le hace necesario o descubre que le aporta algo. Hasta que en nuestra vida no sentimos el vacío de no tener a Dios no lo buscamos, no sentimos la necesidad de la fe. 

Emilio José Fernández, sacerdote

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