viernes, 27 de julio de 2018

Evangelio Ciclo "B" / DÉCIMO SÉPTIMO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO.

La Eucaristía es sacramento y también escuela en la que el cristiano debe aprender a colaborar y a compartir para hacer un mundo mejor y más fraterno.

Durante estas siguientes semanas el Evangelio de San Juan será el proclamado en las celebraciones litúrgicas dominicales hasta volver a retomar después el Evangelio de Marcos.

El relato de hoy es uno de los más conocidos y es el cuarto signo (milagro) de los siete que nos narra el evangelio joánico, actos que eran frecuentes de conocer en todas las épocas y lugares y que realizaban profetas y sanadores.

Este relato responde a la necesidad de anunciar el mensaje de que Jesús es la solución y la respuesta a las necesidades más profundas e importantes del ser humano, es el Señor en carácter universal porque atiende a todos, la multitud, trasciende lo meramente terrenal y es capaz del solventar uno de los problemas más grandes de la humanidad, el hambre, al mismo tiempo que nos enseña la forma en que verdaderamente se ha de celebrar y vivir la Eucaristía.

De manera comparativa todo el relato nos hace mirar al libro del Éxodo, en el Antiguo Testamento, en donde se nos narra la liberación del pueblo de Dios que se encontraba esclavizado en Egipto: Jesús atraviesa el lago como Moisés y el pueblo de Israel atravesó el mar Rojo; llega a un monte en alusión al monte Sinaí donde Moisés recogió las tablas de la Ley; menciona la Pascua como la liberación de los hijos de Dios; la tentación de regresar a Egipto como la tentación de Jesús de convertirse en rey; y el pan, como maná con el que Dios alimentó a su pueblo y ahora lo hace con su nuevo pueblo, la Iglesia.

La necesidad de comer de la multitud abre un diálogo entre Jesús y Felipe, uno de sus discípulos, entre el Señor y la Iglesia. Aquí vemos la tensión que se crea en las comunidades cristianas por dar respuesta a las necesidades de la gente que vive en la subsistencia y con la falta de medios necesarios para vivir dignamente. En esos casos se puede mirar para otro lado, pero Jesús nos enseña que la solución cristiana es la caridad en el compartir con los que no tienen y así que haya para todos. La vida fraterna se hace más auténtica en el compartir. Esa abundancia que produce el compartir es reflejo del amor generoso de un Dios que se interesa y cuida de sus hijos e hijas para terminar con las injusticias sociales.

Jesús se ha puesto al servicio de la comunidad y del pueblo de Dios pero sus discípulos lo han interpretado mal al dejarse llevar de sus criterios y necesidades humanas que les motiva a querer convertir a Jesús en un rey. No han entendido la lección del servicio sino que buscan el poder y el sometimiento de los demás. Esto provoca una crisis en la relación de Jesús y sus discípulos que se han sentido defraudados.

Este milagro que realiza Jesús es de los más destacados, aparece en los cuatro evangelios y es mencionado en un total de seis veces. Para comprender bien este signo de la multiplicación de los panes hemos de mirarlo en sus dos vertientes: la social y la sacramental (eucarística).

En lo social observamos que Jesús alimenta a una multitud hambrienta. Tan importante como alimentarse para el cristiano también lo es el dar de comer a los demás, especialmente a los pobres. Sólo así anunciamos el Evangelio y damos a conocer el amor de Dios. Sin reparto de comida y bebida no hay comunidad ni tampoco Eucaristía.

En lo eucarístico Juan subraya, como no lo hacen los demás evangelistas, la unión de la multiplicación de los panes con el momento de la última cena del Señor, que se repetirá semanalmente en las primitivas comunidades cristianas: Jesús toma los panes, los bendice y los reparte.

Por tanto, la Eucaristía es la Cena del Señor donde los hermanos y hermanas comparten un mismo pan, comparten a Cristo. Cuando se ritualiza demasiado este sacramento de la Eucaristía más se la vacía de contenido, pues cuando falta fraternidad sobra Eucaristía, es decir, cuando no hay fraternidad ni se comparte, la Eucaristía se empobrece.

Para el problema del hambre en el mundo Jesús nos enseña que no son suficientes doscientos denarios, es decir, que el hambre no se soluciona con dinero, por lo que Jesús nos ofrece otro camino que no esclavice ni cree dependencias y opresiones, y que consiste en que cada uno comparta de lo poco o lo mucho que tiene y habrá para el que no tiene nada.

A lo cual el relato añade que sólo cuando reconocemos que lo que tenemos es un don de Dios, que hemos de agradecer porque se nos ha dado gratis por el Padre que nos ama a todos (Jesús antes de repartir el pan hace una oración de acción de gracias), estaremos capacitados para compartir y entender que lo que se nos ha dado no es para producir más dinero sino para hacernos más hermanos. Tenemos que pasar del egoísmo al colaborar y al compartir.

El signo del cristianismo es el banquete compartido, la identidad de un cristiano no es el ayuno sino la comida con los pobres. Algo que el Papa Francisco se ha esforzado en hacer visible cuando ha organizado una comida para transeúntes y pobres en el interior de algunos templos y que tanto ha escandalizado a muchos. En las primeras comunidades la comida eucarística iba precedida de una primera comida en la que se compartían los alimentos, algo que con el tiempo fue desapareciendo para quedarse en una única comida, la del pan y la del vino.

Hoy el relato del Evangelio tiene como objetivo el hacernos ver la importancia de la solidaridad entre las personas y entre los pueblos. No todo consiste en poner barcos en el Mediterráneo que recojan inmigrantes que con dolor han dejado familia y tierra, sino la de devolver la dignidad a los países más pobres sin explotarlos y que puedan desarrollarse con nuestra ayuda. 

Somos hermanos y hermanas, somos comunidad que celebra la vida como el don mayor que nos ha dado un Dios que nos ha creado y que el Hijo nos ofrece con la resurrección, y todo ello como una oración de acción de gracias que cada domingo y a diario la Iglesia hace Eucaristía.


Emilio José Fernández, sacerdote

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