jueves, 28 de junio de 2018

Evangelio Ciclo "B" / DÉCIMO TERCER DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO.

La fe es la riqueza más grande de una persona. La fe nos acerca a Dios y la fe nos permite ser salvados: tener vida y y libertad. ¿De qué te sirve tenerlo todo si te falta la riqueza de Dios? 


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Seguimos con la actuaciones de Jesús con las que hace presente el Reino de Dios en medio de nosotros y lo anuncia como la Buena Noticia.

La semana pasada Jesús realizaba un signo a la vista solo de sus discípulos cuando se encontraban atravesando el lago de noche y el agua se enfureció.

En el pasaje de hoy se nos sitúa también a Jesús atravesando a la otra orilla del lago, lugar de los alejados y de los contrarios. El lago que muchas veces es un desafía a la vida cuando está enfurecido y que representa el caos porque el hombre no lo puede dominar, es también un lugar de liberación.

Una vez en tierra el relato nos une y entremezcla dos milagros que realiza Jesús y que tienen mucho en común:

  • En ambos relatos es una mujer la protagonista y la beneficiaria. En una cultura y religión tan patriarcal como la judía Jesús rompe esas barreras y muestra a la mujer como también destinataria del Reino de Dios. Vemos cómo ahora en estos últimos tiempos actuales nos encontramos con un despertar en la sensibilidad por la igualdad y los derechos de la mujer, pero en este tema el Evangelio le lleva la delantera desde hace siglos. En esta mujer adulta y en esta niña están representadas todas las mujeres.
  • En ambos casos nos encontramos con el sufrimiento de dos realidades que superan a la humanidad: la enfermedad y la muerte. Frente a esas realidades Jesús se presenta como el sanador y el libertador que supera las opresiones más humanas.
  • En ambos la gente es un obstáculo para Jesús porque en el primer caso es tanta la gente que se le acerca que le agobia la multitud entre achuchones; en el otro caso la gente se burla de él porque entienden que ha llegado tarde para sanar a la niña, por lo que ven ridícula e innecesaria su presencia.
  • En ambos vemos cómo Jesús no está por la labor de intervenir y si lo hace es por el empeño que pone la mujer enferma de flujos de sangre y por la insistencia de la familia de la niña enferma en su hogar. Jesús sana y resucita a estas dos mujeres pero le resta importancia a su actuación: atribuye a la fe que tiene la primera el que se haya curado; y trata la muerte de la segunda como una dormición.
  • En ambos casos Jesús se ha arriesgado demasiado por ayudar a estas dos mujeres, porque ha tocado a una enferma y ha tocado a una muerta, por lo que según el sentir religioso se había contaminado de la impureza de ambas y Él mismo podía contaminar a quienes tocara con sus manos. A partir de ahora sentirá el rechazo y el desprecio, que hasta cierto punto puede ser más dañino que la falta de salud y de vida.
  • En ambos casos se evidencia la importancia de la fe para recuperar la salud y la vida, no sólo a nivel físico sino también espiritual. Sin la fe no podemos pasar de la muerte a la vida, es decir, no podemos ser resucitados por aquel que es la Vida.
  • En ambas situaciones Jesús domina y aparece como el Señor que está por encima de las fuerzas naturales de la enfermedad y de la muerte: Él es liberador y dador de vida, es el Señor.

Vemos también diferencias: ambas mujeres aparecen sin nombre, sin embargo sólo aparece el del padre de la niña llamado Jairo. Por eso, la hemorroísa es una mujer anónima, desconocida antes de suceder el milagro y después de que suceda, ni si quiera Jesús sabe quién ha sido la persona que le ha tocado. Una mujer en su soledad y desesperación ha luchado contra su enfermedad buscando sin solución a los mejores médicos y ahora lucha contra la multitud para acercarse al Mesías, puesto que hay un abismo entre esta mujer que es impura y Jesús, vestido con un manto del cual esta mujer toca su orla, pues Jesús va vestido como judío piadoso con su "manto de oración". La fe ha superado los obstáculos, las distancias de la marginación, la barrera entre el pecador y la gracia de Dios.

Jesús aparece en el lago, como lugar del caos, y en la otra orilla, en tierra de paganos, en la profunda Galilea. Él trae el mensaje del amor de Dios a los que no se sienten merecedores de dicho trato. 

Para comprender mejor el milagro de la mujer hemorroisa, tenemos que ponernos en el contexto de la época, de su cultura y de su mentalidad religiosa. Una mujer que tenía pérdida continua de sangre, aparte de considerarse impura, en aquella época suponía añadir más marginación a su persona, que ya era marginada social y religiosamente por el hecho de ser mujer. Su enfermedad le impedía tener hijos, cuando en la mentalidad judía el tener hijos era un signo de la bendición de Dios. Esta mujer no sólo se siente sola por no tener descendencia, es que se siente rechaza por el mismo Dios, algo que duele en lo más profundo del corazón humano de un creyente. Su destino era una muerte social, apartada de todos, sin derechos y despreciada por todos. Su enfermedad física era el dolor de su corazón y de su alma. No podía tocar ni ser tocada, vivía en el aislamiento afectivo más extremo. Se había gastado toda su fortuna en los mejores médicos, por lo que se queda sin medios y sin remedios. Era totalmente una mujer desgraciada, sin futuro, condenada a sufrir para siempre. Llegado a este estado, al final de su desesperación, entiende que el único que puede curarla es Jesús. Por eso se salta la Ley, le da ya igual todo con tal de poder alcanzar y tocar a Jesús, en quien ha puesto toda su fe. ¡Qué ejemplo más bonito de fe!

El otro relato es la curación de la hija de Jairo, el jefe de la sinagoga, todo un personaje religioso. Si ya curar a una mujer a la que han desechado los médicos mejores de la época es una hazaña grandiosa, resucitar a una niña ya es el desafío a los límites más supremos, la muerte. En los primeros capítulos de Marcos hemos visto que es evidente que con Jesús llega la liberación de la humanidad y la presencia del Reino de Dios. Esto supone una fama para Jesús que atrae a los necesitados, por lo que Jairo lo busca en su desesperación de padre. Para Jairo y su familia hay un límite insuperable para todo hombre, la muerte. Todos morimos y, una vez muertos, nadie nos puede devolver a la vida. Jairo busca a Jesús porque su hija está enferma, pero ha llegado a encontrarse con Jesús cuando ya era demasiado tarde. Cuando sucede este encuentro entre Jesús y Jairo, le llegan noticias al padre de que su hija ya ha muerto. Ya no merece la pena molestar más a Jesús, pues ya todo ha terminado y ahora lo que toca es enterrarla y hacer el duelo por ella. Entonces es cuando Jesús abre la puerta de la fe en este desgraciado hombre y padre, porque Dios es Dios de vida y no de muerte. El Reino de Dios está llegando con todas sus consecuencias. La fe nos hace entender que nunca es tarde y que merece la pena molestar al Maestro, porque por la fe creemos que Jesús es la vida. Ante la pena y la tristeza de la muerte, tenemos que Jesús nos trae la esperanza y la alegría de la resurrección.

Las dos grandes frases de estos dos relatos recogidos en un mismo relato, son: "Hija, tu fe te ha curado..." y "No tema, ten fe y basta". estas dos frases con las que Jesús habla a la mujer enferma y habla al padre de la niña ponen de manifiesto la importancia de la fe para poder experimentar la vida y sentir la acción liberadora del Reino. Sin fe no podemos sentir la liberación ni percibir los milagros como signos de la presencia del Reino en nuestro mundo. La fe es el centro de estos dos relatos, de estos dos milagros. Sin fe nos cerramos las puertas a Dios y a su gracia. Y aquí Marcos enfatiza la fe frente a quienes viven en la superstición, la magia, las mitologías paganas... No podemos mezclar la fe con todo ello. Lo que salva no es el contacto físico sino la fe. No salvan las reliquias, ni las imágenes sagradas, ni las promesas... sino la fe. Por la fuerza de su fe la mujer de flujos de sangre se ha sanado, ha recuperado la paz interior y exterior de su vida. Por la fuerza de la fe del padre, la niña muerta se puso en pie y echó a andar, como si hubiera vuelto a nacer.

Los caminos de la fe son diversos y distintos, como también las experiencias de fe. También son distintos los grados de unión con el Señor. La fe exige el encuentro y la relación afectiva con el Señor, en ese diálogo de la oración que se da entre Jesús y Jairo. Nada importante sucedió antes del encuentro personal con Jesús, y este encuentro a todos estos personajes les cambió la vida para siempre.

Jesús no se atribuye estas hazañas ni se presenta como el poderoso hombre, sino que deja claro a los beneficiarios: "Tu fe te ha salvado". Creer en Dios nos abre a la posibilidad e ser salvados. Un Dios que sabe liberarnos de todo lo que nos impide vivir y ser felices. Es el Dios de la vida que ama al hombre, y a los más pequeños de la humanidad como en aquel momento eran las mujeres y las niñas.

No sabemos apreciar la fuerza sanadora que se encierra en el corazón de una persona de fe. Y todavía hoy la fe puede curarnos. La fe es capaz de sanarnos sin dejar secuelas y darnos vida plena. Sano no es sólo aquel que no tiene enfermedades físicas, pues sano en el lenguaje evangélico es también el que espiritualmente siente que se realizan todos sus proyectos de vida y en libertad. Esta es la salud total que comunica Jesús, pues la fe cura íntegramente a la persona de sus enfermedades también emocionales y espirituales, es decir, la fe salva.

Y nos salva de la tragedia de la muerte, porque la vida junto a Dios vale más que esta vida terrena de cuatro días. Pues Jesús nos ofrece una vida sin medida de tiempo junto al que es la felicidad y la paz. ¿Tu fe es esa? Si no lo es, necesitas ser sanado.

Emilio José Fernández, sacerdote.

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