domingo, 24 de junio de 2018

Evangelio Ciclo "B" / DÉCIMO SEGUNDO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO.

Nada temo si Tú vas con nosotros, aunque a veces las olas me desconciertan y me hacen retroceder. Confiar en ti cuando la vida está revuelta es la verdadera fe. Dame, Señor la fe que me falta. 


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Este Décimo Segundo Domingo del Tiempo Ordinario coincide con la solemnidad de la Natividad de San Juan Bautista, que tiene propios los textos de la Liturgia de la Palabra.

Aun así nosotros vamos a reflexionar los textos correspondientes al calendario normal litúrgico. El Evangelio de hoy sería el de Marcos 4, 35-41.

Anteriormente a este relato tenemos los discursos de Jesús, en forma de parábolas, sobre el Reino de Dios. Pero vemos que este autor prefiere ese anuncio sobre todo con los relatos que nos cuentan los hechos y acciones de Jesús, es decir, sus milagros. Marcos nos ofrece cuatro milagros, siendo el primero de ellos el conocido como "La tempestad calmada", que es el que hoy corresponde.

El relato de la tempestad calmada tiene el mismo esquema y los elementos propios de la narración de los milagros, pero que en este caso el autor del evangelio lo ha convertido en un relato catequético que trata el tema de la fe como requisito para seguir a Jesús. La fe no se presenta como la creencia en el poder que tiene Jesucristo para realizar milagros, sino que las dudas de fe se presentan como los miedos que tiene el cristiano para seguir a Jesús y afrontar los riesgos que eso supone.

Es cierto que en el lago de Galilea, por su situación geográfica, se forman repentinas tormentas que alborotan el agua hasta poner en peligro la vida de los navegantes. Una experiencia así la tuvo que tener Jesús con los suyos más de una vez. Pero más allá de lo histórico y de lo que fuera un hecho real, el escenario del lago y lo que en él acontece es todo un cuerpo simbólico y una alegoría de lo que muchas veces es la vida de la fe.

Jesús quiere trasladarse a la otra orilla, a la ciudad pagana conocida como la Decápolis, porque quiere evangelizar allí: a los alejados y a los que no conocen a Dios. El agua del lago representa las dificultades que tiene que superar para poder llevar a cabo esa misión. Por eso el lago enfurecido representa simbólicamente a las fuerzas del mal que siempre buscan el fracaso de los planes de Dios.

Otro tema central de este pasaje son los miedos, tan unidos al tema de la fe. El miedo es algo muy humano y signo de debilidad. El miedo frena, bloquea y agota a la persona que lo padece. Para Marcos queda claro que si hay fe no hay miedo, pero a veces tenemos "poca fe", no la suficiente para vencer los miedos. Todos los discípulos y discípulas de Jesús, de ayer y de hoy, nos encontramos con situaciones donde nos sentimos amenazados e impotentes a causa de nuestros miedos. Muchas veces no entendemos las acciones de Dios ni sus silencios que nos dejan la sensación de que nos tiene olvidados. Muchas veces no podemos comprender a Dios desde nuestra lógica humana. La pobreza de tantas personas en un mundo de tantos avances y superaciones no la entendemos, ni la enfermedad de personas que sufren en su cuerpo dolores terribles, ni las guerras que padecen tantos niños e indefensos, ni la migración que rompe familias y que pone en riesgo el bienestar de los países acomodados... Ante tantos problemas ponemos la mirada en otras cosas mientras yo no sea un afectado; y pedimos responsabilidades a las autoridades... y, cómo no, a Dios. Todos tenemos miedo a perder nuestras seguridades actuales y no nos implicamos en los problemas de quienes lo están pasando mal. Y por no complicarnos la vida nos quedamos en un cristianismo de ritos y celebraciones. 

Tenemos miedo a los sentimientos y por eso nos escudamos, evitamos tener relaciones afectivas para que no nos dañen el corazón. Miedo a la verdad, a reconocer que no estamos viviendo en la verdad porque en nuestra vida hay pecado y desobediencia a Dios. Miedo a perder y fracasar, a no conseguir el éxito de aquello por lo que luchamos o perder lo que ya tenemos. Y miedo a lo nuevo, a lo desconocido, a lo que no controlamos.

El miedo nos muestra nuestra fragilidad, lo vulnerables que somos, que necesitamos estar apoyados en alguien superior a nosotros. Por eso el miedo puede convertirse en un camino que nos acerca a Dios. Pero sólo cuando se alcanza la libertad y se superan los miedos, florece la fe.

El Dios dormido es la expresión de la ausencia de Dios que podemos llegar a experimentar los cristianos de todos los tiempos en determinados momentos de la vida. La barca es la Iglesia, la comunidad de creyentes, que se enfrenta a todo tipo de obstáculos y dificultades. Sentimos que la barca se hunde o que el Reino de Dios parece retroceder. Cada uno va a lo suyo y no nos importa lo que le suceda a los demás, al final el grito es el de "sálvese el que pueda". Rodeados de problemas como el hambre, epidemias, injusticias, guerras, la muerte, tenemos miedo a la libertad, a las decisiones, al compromiso, a los cambios... La fe nos lleva a la esperanza de luchar por hacer un mundo mejor, sabiendo que ha de afrontar las tempestades.

La fe es esa certeza de saber que el Señor está con nosotros aunque no se haga notar, y que su amor nos fortalece y nos consuela. No estamos solos, aunque no estemos libres de peligros. No tenemos que dejarnos llevar por los miedos, por las apariencias, porque al final el bien vence al mal y Dios cuida de su pueblo.

Tener fe no es creer que la vida te va a ir mejor que a los demás. Tener fe es creer en el Señor de la vida que vence a la muerte. Y a pesar de nuestras fragilidades y debilidades el Reino de Dios avanza y nosotros superamos lo que nos parece imposible porque Dios se encarga de poner lo que nos falta y de darnos lo que necesitamos.

Emilio José Fernández, sacerdote.


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