miércoles, 23 de mayo de 2018

Evangelio Ciclo "B" / SOLEMNIDAD DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD.

Para los cristianos Dios es Padre e Hijo y Espíritu Santo, Trinidad Santa, revelado por Jesús como Amor, que nos hace hijos en el bautismo y nos envía a continuar su misión.


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Terminado el Domingo de la Solemnidad de Pentecostés, con el que se concluye el tiempo litúrgico de la Pascua, se inicia el tiempo litúrgico conocido como "Ordinario".

En el primer Domingo del Tiempo Ordinario posterior al Domingo de Pentecostés la Iglesia celebra la Solemnidad de la Santísima Trinidad, en cuyo día también se celebra la Jornada "Pro Orántibus" con la que la Iglesia recuerda y pone en valor la vocación a la vida contemplativa de tantos hombres y mujeres que viven apartados para una mayor dedicación a la oración y al silencio.

El pasaje del último capítulo del Evangelio de San Mateo, que en el día de hoy será proclamado en las celebraciones litúrgicas, nos sitúa en la región de Galilea después de la resurrección de Jesús, cuando Él convoca allí un último encuentro con sus discípulos.

Este encuentro sucede en Galilea, el mismo lugar en el que Cristo inicia su misión  de anunciar el Reino de Dios; y en un monte, en alusión al momento en el que Dios congregó a su pueblo en el monte Sinaí. Este encuentro se realiza por iniciativa de Jesús, y sus discípulos acuden a donde Él les ha congregado. No se trata de un encuentro más de los muchos que hubo con el Resucitado sino que es un encuentro decisivo y de grandes consecuencias futuras, porque se trata de un acto en el que Jesús constituye al nuevo pueblo de Dios, la Iglesia, representada en los once discípulos. Dicho de otra forma, estamos asistiendo al nacimiento de la Iglesia. Mateo añade que los discípulos al verlo se postraron ante Él, un gesto de adoración y de reconocimiento de Jesús como Hijo de Dios, algo que no se puede hacer sin la fe, como también es necesaria la fe para el surgimiento del nuevo pueblo de Dios, la Iglesia. Sin embargo, el mismo autor del texto asume el realismo de que la fe siempre estará mezclada con la duda, porque Dios también nos desconcierta a veces.

Aparte del encuentro, en esta escena sucede también el envío de los discípulos a continuar en nombre de Jesús su misión. Jesús envía porque tiene autoridad y poder para hacerlo, porque Él es el Hijo de Dios y el Resucitado. Con este envío Jesús los hace partícipes de su misión y se convierte en colaboradores de Él, extendiendo el discipulado a todos los hombres y mujeres del mundo, por lo que la misión ahora tiene un carácter universal y ya no particular como se observa en el capítulo de Mateo en el que Jesús envía a sus discípulos sólo a evangelizar Israel. Jesús no pone fronteras a la misión y los destinatarios somos todas las personas. Y es bonita la finalidad de esta misión del cristianismo, que no consiste sólo en el anuncio de un mensaje sino que va más allá y a algo más profundo: la misión de hacer discípulos de Cristo a los demás. Aquí se subraya que el cristiano es un discípulo de Jesús, en una relación estrecha e íntima, una relación personal y de seguimiento del Maestro.

Jesús también nos dice las dos condiciones necesarias para ser discípulos suyos y poder pertenecer así al grupo de sus seguidores, y las exigencias son: el bautismo y la enseñanza. La segunda es de gran importancia para Mateo y su comunidad de creyentes, porque para este autor Jesús es y se presenta como el Maestro, en confrontación continua con los malos y falsos maestros (escribas y fariseos). Y los discípulos, sin ser maestros y sin dejar de ser discípulos, son invitados por Jesús a realizar la tarea de enseñar a otros. Ellos no enseñarán algo propio sino aquello que han aprendido de las enseñanzas del Maestro.

En ocasiones los cristianos podemos ir de "listillos" por la vida, pero el discípulo es el que enseña con su forma de vivir y de hacer las cosas, con su seguimiento diario del Evangelio. No tenemos recetas para dar soluciones a los problemas pero sí podemos ofrecer una forma de entender y afrontar la vida con la fe que hemos recibido y que hemos de compartir, para que también todos puedan encontrarse con el Jesús de la fe.

El sacramento del Bautismo nos une a Dios en un vínculo de hijos que no se rompe. Pero existe el problema de que nuestra imagen de Dios no sea la correcta o la que no muestra Jesús, porque podemos creer en un Dios que es un tirano, un vengador, un mago, un aprovechado. Y Dios es ante todo el misterio que hace que lo sintamos oculto pero que se manifiesta en el amor, porque ante todo, el Dios trinitario es Amor. Y su gloria y su poder no consiste en los milagros ni en grandes y espectaculares manifestaciones,  sino que su gloria y su poder es el amor que tiene y el amor con el que nos ama. Y cuando nos bautizamos nos convertimos en hijos "amados" de ese Dios y no de otro. Bautizar en nombre de Jesús, como se nos dice en el libro de los Hechos de los Apóstoles, o bautizar en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, como aparece en Mateo, es lo mismo, porque Jesús es el Salvador de la humanidad, porque Jesús nos conduce siempre al Padre y nos dona el Espíritu Santo.

Junto a la misión Jesús les hace a los discípulos una promesa: Él estará siempre con nosotros. Y así acaba el Evangelio de Mateo, de esta forma tan maravillosa y sorprendente: el Señor ha resucitado pero no se ha ido, permanece con nosotros, con su Iglesia. Porque así comienza el Evangelio de esta autor, presentándonos a Jesús como el "Enmanuel", el Dios-con-nosotros; y así también Jesús se despide de nosotros, con una invitación a que volvamos siempre al principio del Evangelio que hemos de anunciar, a no olvidarnos nunca de que Cristo es también Dios, el Dios que ha venido para quedarse con nosotros.

Mateo no termina su evangelio como Lucas, que lo hace con la ascensión, pues cada uno lo hace desde situaciones diferentes. En unas comunidades tan perseguidas como las de Mateo terminar el Evangelio con la ascensión podía dejar una sensación de abandono y orfandad. Por eso Mateo termina su escrito con una frase inolvidable y directa al corazón: "Y sabed que yo estoy con vosotros cada día, hasta el fin del mundo". Una frase dicha desde el amor que nos tuvo y tiene Jesús antes de la cruz; y que se sella de una manera definitiva después con su resurrección, permaneciendo Él y permaneciendo su amor.

Esta es la fe que ha animado a todos los cristianos de todos los tiempos y de todos los lugares, la fe de no sentirnos solos, perdidos y abandonados en medio de la historia y de un mundo que no siempre nos comprende. Él está con nosotros, aunque no siempre lo sintamos tan cerca como lo deseamos, pero en los momentos difíciles su presencia  nos fortalece y nos llena de esperanza. Porque Jesús no es un personaje histórico perteneciente al pasado, sino que vive y nos acompaña en nuestro presente y nos espera en nuestro futuro junto al Padre y el Espíritu Santo.

Por eso la Trinidad no sólo es un modelo de unión y de amor comunitario, sino que en ella está nuestro origen, nuestra vida y es nuestra identidad cristiana, porque Dios para los cristianos es Misterio trinitario, que nos recuerda que Dios no es soledad sino familia. 

Y con la oración, no dejemos de disfrutar de su presencia paternal, fraterna y amiga, la de un Dios que es nuestro Padre, nuestro Hermano y nuestro Amigo.

Emilio José Fernández, sacerdote.

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