sábado, 12 de mayo de 2018

Evangelio Ciclo "B" / SOELEMNIDAD DE LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR.

El Señor Jesús dejó este mundo y antes nos encargó continuar su misión. Sigue con nosotros para que hagamos este mundo mejor mientras caminamos esperando unirnos a Él y al Dios Padre que tanto nos ama.


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En el Séptimo Domingo de Pascua la Iglesia celebra la Solemnidad de la Ascensión del Señor a los cielos.

Con el paso de los años las personas podemos darnos cuenta cómo nuestra vida es una entrada y salida de personas. Con unas podemos tener más vivencias y más sentimientos que nos unen, pero, en definitiva, descubrimos que nadie ha venido a este mundo para quedarse, ni si quiera el Hijo de Dios, aunque a éste lo sentimos con nosotros de otra manera, y eso es lo que significa la Ascensión: que la salida de este mundo por la muerte no es un alejamiento o una despedida, sino el comienzo de un nuevo modo de presencia y de permanencia del Señor y de los que con Él seremos resucitados.

Por eso el pasaje del evangelista Marcos que hoy escucharemos y meditaremos forma parte del último capítulo de los textos marquianos (de Marcos), que, aunque fue un añadido tardío en el siglo II, se considera también palabra de Dios. Este pasaje está compuesto de dos relatos en los que nos encontramos con una aparición y con el envío, por un lado, y la ascensión, por otro.

Jesús sube al Padre pero su proyecto no termina sino que continúa en nosotros, los cristianos que vamos formando parte de la Iglesia en cada una de sus etapas. En ocasiones podemos pretender hacer del cristianismo una religión basada el los milagros, exorcismos, y de las tradiciones, a la vez que nosotros podemos tener una actitud pasiva mirando al cielo en vez de comprometernos en hacer un mundo mejor y más fraterno, más de Dios. Y la mayoría de los cristianos esperamos que sean los otros los que vivan la fe y se comprometan mientras nosotros los examinamos y juzgamos para darles el aprobado o el suspenso.

Los cristianos podemos perder con facilidad nuestro sentido misionero porque es más fácil reducir la fe a nuestras relación personal e individual con Dios y conformarnos con los que tenemos más cerca que con los que nos cuestionan. Y, como suele ocurrir con cierta frecuencia, creemos que la tarea de la misión corresponde "a los curas y a los monjas" como si fueran los profesionales que se encargan de ello. Pues ser misioneros, anunciar a Cristo y el Evangelio, es tarea de todos los bautizados para testimoniar en todos los ámbitos y lugares. Donde hay un cristiano debería de haber un misionero o misionera que contagia su fe con el ejemplo de vida, ya sea padre o madre de familia, soltero, obrero, funcionario o militar.

La Iglesia y los cristianos recibimos la misión de Jesús, porque es el que nos envía. Y nos envía a un proyecto, el suyo, que nos libera y nos llena de positividad. Es Jesús quien nos da facultades y autoridad para ser buenos testigo que no siembran dudas y que no se quedan en un "postureo". 

Nadie está preparado para tan gran responsabilidad de misionar en su entorno. Ni los mismos discípulos de Jesús podrían ser considerados los mejores colaboradores de Jesús como misioneros cuando sus vidas también dejan mucho que desear, sin embargo ellos son los enviados porque han sido los elegidos, los escogidos. A veces los cristianos creemos que la misión es para gente preparada, con más facilidad de palabra, con facilidad de relacionarse con los demás... Pero todos hemos sido elegidos a ser embajadores de Jesús.

Dios no nos pide nada que nosotros no podamos hacer o que nos supere, Él nunca nos deja solos y nos ayudará a ser capaces de lo que se nos pide. Tenemos que dar mucho en nombre de Jesús y nada nos lo ha de impedir. No tenemos que deslumbrar a nadie con nuestros actos como si fuéramos seres extraordinarios, sino que hemos de despertar en los otros el interés por Jesús a través de nuestra vida cristiana.

Jesús descendió a nuestra realizad al hacerse hombre como nosotros, al conocer nuestras debilidades y sufrimientos, al estar cerca del que lo pasa mal y al pasarlo mal en su pasión y en su muerte. Y después de ese descenso vivido en intensidad, Dios Padre lo ha ascendido, lo ha subido, lo ha glorificado teniéndolo a su lado en el lugar más preferido, su derecha.

Nos quedamos huérfanos con esta ausencia de Jesús pero nos quedamos como continuadores de su misión, siendo nuestro tiempo, el de la Iglesia. El Señor confía en nosotros al dejarnos el encargo de continuar el anuncio del Evangelio que nos comunicó. El Señor espera la repuesta de cristianos maduros y auténticos que a través de la experiencia de la vida han sentido que Dios existe, que los ama con todo lo que conlleva.

En un mundo de bienestar como en nuestro, en el que hemos conseguido avances, alargar el tiempo de vida, mejorar las comunicaciones, el transporte, etc., podremos creer que el cielo o el paraíso ya existe en la tierra. Cuando eso ocurre prescindimos de un Dios que nos exige y nos promete un futuro que lo mismo ni llega. Pero una gran mayoría de seres humanos viven en el cansancio y la desilusión que les hace ser más individualistas y menos comprometidos por transformar unas realidades que dejan mucho que desear cuando percibimos en ellas la injusticia, la falta de caridad y de humanidad.

La fe en un futuro mejor nos ayuda a vivir intensamente una lucha que merece la pena en este presente, porque es la lucha del Resucitado. Quien se ha encontrado con Él tiene su confianza puesta en quien empezó a mostrarnos un mundo diferente pero con el realismo de que aquí no se encuentra todo lo que necesitamos, sino que Él ya nos espera en una realidad donde recogeremos todo lo sembrado en esta tierra. Porque al final de nuestra vida lo importante no es haber alcanzado muchos éxitos sino el poder habernos encontrado con el regalo de un Dios que nos ama.

Ser cristianos no es desentendernos y evadirnos de este mundo y sus problemas, sino que el cristianismo es un modo de hacer que todos descubran que Cristo nos acompaña y que con Él y su amor se puede construir un mundo más fraterno y más humano. Sólo así habremos entendido bien lo que significa la Ascensión de Jesús.

Emilio José Fernández, sacerdote.

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