jueves, 12 de abril de 2018

Evangelio Ciclo "B" / TERCER DOMINGO DE PASCUA.

Tú eres nuestro alimento en la Eucaristía y en tu Palabra. Tú nos haces tuyos y tus testigos. Tú eres la vida de la comunidad cristiana y la propia mía. Tú eres el que me sales al camino y al encuentro, haciéndome más hijo y más hermano.


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Continuamos en este tiempo pascual con más relatos de las apariciones del Resucitado, presentes en los cuatro evangelios. Aunque hay diferentes relatos que nos sitúan en distintos escenarios y con distintos personajes, en todas las apariciones hay aspectos comunes que de una manera o de otra se repiten:

  • El protagonista y el centro es Jesús, que de sorpresa y de forma inesperada se coloca en medio de la comunidad, como el Maestro y el Señor.
  • Los personajes se llenan de la paz y de la alegría que deja la resurrección frente al miedo y la tristeza de la muerte en cruz.
  • El Resucitado aparece con las marcas del Crucificado subrayando de este modo que verdaderamente Jesús no está muerto sino que vive. Las llagas de su cuerpo son una forma de identificarlo, como lo es el gesto de la "fracción del pan" en clara alusión a la Eucaristía.
  • Jesús come con ellos, como expresión del compartir comunitario, signo de identidad cristiana.
  • Infunde el Espíritu Santo y lo anuncia como una promesa.
  • El encargo de la misión de anunciar y de ser testigos suyos y del Evangelio.

Este relato de hoy comienza como una continuación de lo sucedido a dos discípulos camino de Emaús y el testimonio que éstos dan al resto de la comunidad cuando se reúnen con sus demás hermanos y hermanas.

Las primeras comunidades cristianas tras la resurrección del Señor visitaban el Templo de Jerusalén y acudían a las sinagogas como rectos judíos para orar, dar culto a Dios y escuchar la Sagrada Escritura. Pero lo que les va a ir configurando como una nueva religión no va a ser sólo su fe en Jesucristo, muerto y resucitado, sino su propia liturgia centrada en la celebración comunitaria de la Eucaristía o Fracción del Pan, afirmando la presencia real y viva de Jesús, el Resucitado. Por eso en las apariciones Jesús es reconocido cuando parte el pan eucarístico. La celebración de la Eucaristía es otro signo de identidad de los cristianos y la prueba de que Jesús está vivo.

El miedo, las dudas y la incertidumbre hacen que podamos confundir a Cristo o hacernos una imagen de lo que Él no es. En las apariciones muchas veces los discípulos lo confunden con un fantasma. Y nosotros también podemos hacernos falsas imágenes de Jesús o imágenes a la medida de nuestras necesidades o gustos. El miedo, la tristeza, las pocas ganas de vivir -ya sea por el sufrimiento, ya sea por los fracasos de la vida, ya sea por la no aceptación de la muerte de un ser querido- nos pueden llevar a una pérdida de fe o abandono de ésta.

No sabemos en qué consiste la resurrección porque no ha habido testigos presenciales de ésta, pues cuando Cristo resucita no hubo nadie en el interior de la tumba en ese momento presenciando cómo sucedía. Lo que hay son testigos del Resucitado, el testimonio de los encuentros entre Él y algunos de los discípulos y discípulas. Un fantasma es un muerto que se aparece. El Resucitado no es un muerto ni un fantasma, ha vencido a la muerte y es la Vida. La muerte da miedo pero la resurrección es más bien el gozo y la alegría interior.

Las heridas del Crucificado no dejan duda de que Él es el Resucitado. Se trata entonces de una misma persona. El amor, la entrega, el servicio de la cruz se han transformado con la resurrección en frutos de vida, alegría y esperanza. El amor, aunque a veces duela amar, da vida donde el pecado deshumaniza, destruye y mata. el Amor y la Vida con mayúsculas son la misma persona, es Jesús, el Señor, el Dios verdadero.

El pescado es signo de la Eucaristía que se celebra tras la Pascua, porque lo mismo que el Pan, el pescado es un alimento de vida. Recordemos que en el pasaje de la multiplicación de los panes también había peces. El pescado vive en el agua, fuera del agua muere. El agua es origen de la vida, porque donde no hay agua lo que hay es muerte. El pescado es por tanto un símbolo del Resucitado y de la resurrección.

El alimentar a otros es un gesto de caridad y del compartir. La Comunidad cristiana siente la presencia del Resucitado en el compartir, en la solidaridad, en el cuidado del hermano y de la hermana. Compartir el alimento es un signo no sólo de unidad y de amistad sino de una fraternidad que comparte y pone en común no sólo lo material sino la fe en un único Señor, las experiencias de la vida, la misión y el trabajo en un objetivo común, y la esperanza en la resurrección.

Jesús se presenta así mismo y se revela como el anunciado en la Sagrada Escritura. Con su muerte y resurrección todo lo profetizado se ha cumplido en Él, que es la Palabra de Dios, la Palabra hecha vida. El encuentro personal y comunitario con la Palabra es el encuentro con Jesús, presente en esa Palabra con la que se comunica con nosotros y nos alimenta también espiritualmente.

Sin la fe, sin la confianza en el Resucitado, difícilmente podemos descubrir lo que se nos oculta en la Sagrada Escritura. Cristo es revelado en ella, y ella nos ayuda a conocerlo mejor y a amarlo más. 

Los discípulos no comprendieron lo anunciado en la Sagrada Escritura hasta ver al Resucitado. Cuando nosotros tenemos vivencias en la vida, sobre todo las que no hemos previsto ni provocado nosotros, no somos capaces de entenderlas ni asimilarlas como sucesos que responden al plan de Dios. En cambio, cuando esos mismos hechos los profundizamos y contemplamos desde la fe, podemos ver en ellos la intervención divina y verles sentido. Nuestro pasado y nuestro presente no son casualidad, y Dios, de lo que para nosotros es un absurdo, al final consigue vida, madurez, conversión..., sin que dejemos de ser humanos. 

Quien así lo vive, quien así lo siente, no puede tenerlo en secreto. Cuando para ti Cristo te ha resucitado, porque descubres que tú, siendo el mismo ya no eres el de antes, agradeces a Cristo  ese cambio en ti y en tu vida. Seguirás siendo pecador, pero cada vez eres y te sientes más hijo e hija de Dios, de un Padre que te ama y que te conoce mejor que nadie. Eres hijo e hija de un Padre que te cuida con su Pan y con su Palabra, que es su propio Hijo; de un Padre que te entiende en tus cruces y que te acompaña en un camino que tiene un futuro porque con la muerte no se acaba dicho camino (la vida). 

Tu futuro es Dios, que te espera con brazos de Padre, y este es el testimonio y esta es la gran enseñanza del Resucitado: testimonio y enseñanza que cuando lo experimentamos en nuestra persona, o en otras personas, tenemos que anunciarlo a boca llena. Ahora tú también ya eres testigo del Resucitado como lo fueron los primeros discípulos y tantos como los ha habido a lo largo de la historia de la Iglesia. Ser seguidor de Cristo y ser testigo de Cristo es lo mismo, es ser cristiano: el bautizado que cree, vive y anuncia.

Emilio José Fernández, sacerdote.

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