jueves, 18 de mayo de 2023

SÉPTIMO DOMINGO DE PASCUA, LA ASCENSIÓN / Evangelio Ciclo "A"

 


ENVIADOS POR EL RESUCITADO


Mateo 28,16-20

Jesús, tras su muerte y resurrección, ha terminado su etapa aquí en la tierra, y el que un día fue enviado por el Padre y se encarnó, ahora, resucitado, regresa con él.

La encarnación y la ascensión del Hijo de Dios nos muestran un mismo acontecimiento: que Dios está desde entonces siempre con nosotros. Su nueva presencia en medio de nosotros comenzó con la venida de Jesús y continúa con el Resucitado, aunque su presencia sea diferente.

Jesús reúne a sus discípulos, incluso a aquellos que no le fueron fieles pero que, ahora, llevados por la fe, lo adoran como el Hijo de Dios que es.

Con la autoridad que Jesús, resucitado, tiene, envía a sus discípulos a continuar la labor evangelizadora iniciada por él en Galilea, pero con la novedad de que nosotros debemos hacerla de manera universal, sin barrera ni fronteras, sabiendo que ya no estamos solos, porque Jesús vive y está con nosotros.


DESARROLLO

Terminada su misión terrena tras su muerte y resurrección, Jesús se dispone a regresar junto al Padre, de quien procede y quien lo envió. Así termina el evangelio de Mateo, con un relato en el que Jesús se encuentra con los suyos, con sus discípulos, en Galilea; los envía a que continúen la labor de evangelización iniciada por él; y les hace la promesa de que permanecerá para siempre junto a ellos hasta el final de los tiempos.

La presencia de Dios en el mundo ya no es la misma. Con Jesús se abrieron los cielos desde su encarnación, siendo el Enmanuel, el “Dios-con-nosotros”. 

Jesús, resucitado, se cita y congrega a los suyos en Galilea, en la región en donde él comenzó su vida pública y su misión. El encuentro tiene lugar en un monte, al igual que en el Antiguo Testamento el pueblo de Dios fue congregado por Dios en el monte Sinaí. La vuelta y el encuentro de Jesús con los suyos en Galilea es un momento decisivo: la constitución del nuevo pueblo de Dios, del nacimiento de la Iglesia, que continua la misión del Señor. Para ello se requiere vivir en la fe. Por eso ahora lo adoran aquellos que dudaron del Hijo de Dios.

Jesús se presenta con la autoridad de Dios para enviar a la misión, pero se trata de una misión compartida y universal, llevada a cabo y dirigida a todos los hombres y mujeres de todos los tiempos y lugares. El fin de la misión es “hacer discípulos”. Y todo cristiano es un discípulo, en estrecha relación personal y de seguimiento con el Maestro. El bautismo y la enseñanza son las dos condiciones para ser discípulos. Todos los bautizados somos enseñados por el Maestro, y a la vez tenemos que enseñad a los demás, pero sin ser maestros, puesto que no enseñamos nada propio sino aquello que se nos ha transmitido y mandado. 

Somos bautizados en el nombre del Dios trinitario (Padre, e Hijo y Espíritu Santo), que es lo mismo que decir en el Dios del Amor, cuya gloria y poder es el amor.

Jesús no nos abandona y por eso el final del Evangelio de Mateo es igual que al comienzo del mismo, con la sorpresa de que Jesús, encarnando y ascendido, vino para quedarse para siempre. Por eso, el encargo que nos da de continuar su misión conlleva que la tarea evangelizadora sea compartida con él, que nos acompaña ya de una manera diferente. Esa es la gran consecuencia de la resurrección: que Cristo no solo vive, sino que permanece a nuestro lado.


Emilio José Fernández, sacerdote

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