miércoles, 15 de diciembre de 2021

DOMINGO IV DEL TIEMPO DE ADVIENTO / Evangelio Ciclo "C"

Lucas 1, 39-45

En los tres domingos anteriores de Adviento se nos ha mostrado en los pasajes del Evangelio de Lucas la figura y misión de los profetas ante la venida anunciada del Mesías y que Dios les había revelado a ellos con anterioridad, incluso a Juan el Bautista, contemporáneo del mismo Jesús al que lo identificará con el Mesías.

Hoy nos encontramos con dos figuras diferentes y nuevas con respecto a los profetas pero que tienen un denominador en común, ambas son mujeres y van a ser madres: una es una anciana estéril y la otra una joven virgen, una va a ser la madre de un profeta y la otra va a ser la madre del mismo Mesías, lo cual la hace única como único es el milagro y la historia que Dios realiza en ella. Isabel y María, dos mujeres que cierran el Antiguo Testamento y abren el Nuevo Testamento. Lucas nos las presenta unidas por el parentesco familiar, pero las une en un nuevo proyecto que ha diseñado el mismo Dios y que cambiará la historia y el mundo.

María aparece como una mujer que se olvida de sí misma, de sus necesidades y se presta a servir a otra mujer que se encuentra también embarazada como ella y necesita de cuidados. Lucas subraya la prontitud de María para el servicio, lo cual acentúa su actitud servicial, de entrega y caritativa. Esto también lo podemos ver en un plano religioso de cómo María, natural de Nazaret, en la Galilea, que es lugar considerado de paganos y pecadores, es el Israel que acude en ayuda de Isabel, que vive en Judea y está casada con un sacerdote vinculado al Templo, que representa al judaísmo más religioso y oficial. 

Cuando Isabel y María se encuentran, el niño que está en el vientre de la anciana da un salto y se pone de rodillas, como gesto de la alegría mesiánica y de la santidad que adquiere este niño por el influjo del fruto del vientre de María. La liturgia cristiana ha celebrado con gran solemnidad durante siglos y en la actualidad el nacimiento de Juan el Bautista. Jesús, María y Juan Bautista son los tres únicos santos que han nacido en santidad, por lo que solo de ellos se celebra y festeja su nacimiento; mientras el resto de los santos no nacen como tales, sino que mueren santificados, de ahí que su festividad se celebre el día de su muerte.

Isabel habla llena del Espíritu Santo y a voz en grito, por lo que su intervención es la de una profetisa que habla por inspiración divina. Las palabras de Isabel ya aparecen en el Antiguo Testamento y son el reconocimiento de Israel que ve en la figura de María la figura de la nueva alianza, comprándola con Judith que en el Antiguo Testamento aparece salvando a Israel con el arca de la alianza, símbolo de la presencia de Yavhé en medio de su pueblo. María es el arca de la nueva alianza y por ella nos viene el Salvador que traerá la salvación al mundo. 

Isabel termina bendiciendo a María y al fruto de sus entrañas, y alabándola por su inmensa fe. María, a diferencia de Zacarías que quedó enmudecido, ha creído el mensaje del Señor y por eso Lucas nos la presenta aquí y a lo largo de su evangelio como la primera creyente.

Todo el relato transmite y desborda alegría, que, junto con la paz y la justicia, es uno de los signos de los tiempos mesiánicos, del comienzo del reinado de Dios y de su presencia en medio de los suyos, nosotros.

María nos enseña que la verdadera fe en Dios se vive acompañando a los que están necesitados de nuestra presencia. María tras el encuentro con el ángel y tras aceptar la voluntad de Dios se pone a prisa en camino, en acción, en busca de quien se siente sola. Acompañar de esta manera a quien se siente hundido en la soledad, bloqueado por una depresión, triste por la enfermedad, marginado por la droga… o simplemente vacío de toda alegría y esperanza de vida,  es una manera de amar que hemos de recuperar en nuestra época en la que cada vez somos más individualistas y en la que estamos construyendo una sociedad solo para los fuertes, los agraciados, los jóvenes, los sanos, los triunfadores y los que son capaces de ser independientes.

Los cristianos, sin embargo, creemos en un Dios que se ha encarnado para compartir nuestra vida y acompañarnos en nuestros dolores, carencias y debilidades y nos llama a vivir de otra manera: desde la alegría del servicio y la entrega a los demás, a los que tenemos a nuestro lado y a quienes nos buscan.

Emilio José Fernández, sacerdote

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