viernes, 17 de septiembre de 2021

DOMINGO XXV DEL TIEMPO ORDINARIO / Evangelio Ciclo "B"


Nuevamente nos encontramos a Jesús de camino acompañado de sus discípulos y atravesando la región de Galilea, el punto central de su misión. En esta ocasión observamos otra vez ese encuentro privado de Jesús con los suyos, en una soledad que él aprovecha para instruir a la comunidad, a la Iglesia de todos los tiempos, representada en ese grupo de primeros discípulos. Jesús aprovecha estos momentos íntimos y tranquilos para responder a cuestiones que los suyos le planteaban, a cuestionar él mismo a los suyos o a poner sobre la mesa situaciones que él aprovecha para transmitir una enseñanza. 

En el pasaje de hoy, que conecta con el de la semana pasada, Jesús hace de nuevo un anuncio de su final trágico: la cruz. Esta vez no menciona a quienes lo van a condenar en la crucifixión, pero sí que nos hace un anuncio más seco de su pasión y muerte. Tenemos ante nosotros ese mesianismo de Jesús que resulta ser un fracaso y una frustración al no terminar en el triunfo, la victoria, el éxito que se esperaba del Mesías, sino que se nos manifiesta nuevamente al justo de Dios, que da la vida y que se entrega por los demás.

Sus discípulos no entienden ni el lenguaje ni el mensaje de Jesús, les da miedo al mismo tiempo que les escandaliza, pero lo que realmente le escandaliza a Jesús de aquellos discípulos y de los de hoy, que somos nosotros, es nuestra manera comunitaria de vivir. Por eso la segunda parte de este pasaje viene a ser una denuncia de Jesús, que también es la denuncia del evangelista Marcos, hacia las primeras comunidades cristianas que están suponiendo un escándalo por sus rivalidades, envidias y, sobre todo, luchas de poder en una Iglesia naciente. Cuando estas actitudes de los discípulos de Jesús, en una lucha por el prestigio, el poder, los primeros puestos… se comparan con las actitudes del Crucificado, suponen las primeras un escándalo y una vergüenza mayúscula.

No nos creamos nosotros mejores cristianos que aquellos primeros discípulos o que los primeros cristianos. La humanidad que cada uno de nosotros tenemos es la misma que la de nuestros antecesores. Nuestro corazón e interior está lleno de orgullo y de soberbia que nos hacen mirarnos solo a nosotros, que nos hacen creernos superiores a los demás, y que nos llevan a querer acapararlo todo, queriendo también ser el centro de todo y de todos.

Humildad y servicio son las propuestas de Jesús para la nueva comunidad que él viene a formar y presidir, que quiere que sea también el modelo de comunidad de todas las comunidades de cristianos de todos los tiempos. La nueva comunidad que nos ofrece Jesús se caracteriza por las actitudes de esa humildad y servicio que son el antídoto para la rivalidad, la competencia o competitividad, las disputas y las batallas por los primeros puestos, sino que hay un cambio profundo que nos lleva, mediante la conversión y a través de una vida de oración contemplando la cruz, a entender una nueva forma de relacionarnos los unos con los otros, buscando el bien de los demás, dando lo mejor de nosotros, entregándonos a los demás; ayudando y no queriendo ser servidos y adorados. Jesús invierte los valores: el deseo de querer ser los primeros por el deseo de ser, no los segundos sino los últimos. La humildad y el servicio hacen comunidades fraternas y donde se vive la caridad y la solidaridad, al contrario de una sociedad que vive dividida entre los que son los primeros y los que son los segundos, y los que son los últimos. No se trata de que los últimos sean los primeros, pues el sistema y la situación seguirían siendo iguales. Lo que nos propone el Señor es que cambiemos interiormente y así todos, en una igualdad fraterna, podamos entender, vivir y desempeñar los cargos, las responsabilidades de gobierno y demás funciones desde el servicio a los demás y no desde el prestigio y el poder. Hemos de edificar una Iglesia y también un mundo como Cristo lo soñó: en caridad fraterna.

Jesús termina poniendo un ejemplo y modelo de humildad (sencillez) y de servicio. Para evitar ponerse él como referencia y ejemplo en el que nos podamos mirar de manera comunitaria y personal, para aprender y comprender las actitudes de la humildad y el servicio, coloca en medio de la comunidad un niño, que, en su época y en muchas culturas actuales, no cuenta para nada ni es considerado válido en la sociedad, y que en muchos casos eran usados para hacer los trabajos y servicios menos prestigiosos y más inferiores que los mayores preferían no hacer. El niño estaba siempre a las órdenes de un superior, de un adulto, por lo que no era considerado libre. Jesús nos muestra una vez más así que, en el Reino de Dios, los últimos serán los primeros.

Emilio José Fernández, sacerdote

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