jueves, 13 de septiembre de 2018

Evangelio Ciclo "B" / VIGÉSIMO CUARTO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO.

Lo más preciado para una persona es su vida, lo más preciado para Dios es el amor con el que se ama. En la cruz tu vida se hace eterna cuando sufres con la fuerza del amor de un Dios que dio su vida por ti. Abrazar al Crucificado es el camino del encuentro con Dios y de la salvación.

El evangelista Marcos coloca esta perícopa en el momento culmen de la primera parte de su Evangelio, y nos muestra una crisis de los seguidores de Jesús así como de la primitiva Iglesia ante la identidad de Jesús, pues su manera de actuar y sus dichos abren un debate sobre quién es Él. Hay variedad de respuestas y diferentes percepciones sobre la figura del Nazareno. La clave está en la respuesta que Pedro da al final al proclamarlo como el "Mesías", que no es otra que una confesión de fe de los cristianos y de la Iglesia de todos los tiempos.

Pero el conflicto posterior que se expone entre Jesús y Pedro, es como consecuencia de haber dos formas de ver o de interpretar el mesianismo: la que tiene Jesús y la que tienen los hombres.

No olvidemos que el comienzo del Evangelio de Marcos es con la siguiente frase: "Comienzo del Evangelio de Jesús, Mesías e Hijo de Dios". Aquí el autor ya nos está dando la pista del tema central que se va a desarrollar a lo largo de todos los capítulos, es decir, mostrar y demostrar que Jesús es el Mesías y el Hijo de Dios. En el texto de este domingo vemos que Pedro declara Mesías a Jesús; y en el final de la segunda parte y fin del Evangelio de Marcos, será el centurión romano el que, contemplando la muerte de Jesús en la cruz, lo declare Hijo de Dios.

Así pues Marcos intenta rompernos la falsa imagen que por la mentalidad humana podemos componernos de Jesús cada uno de nosotros como creyentes, algo muy fundamental, porque según sea la imagen que yo tenga de Jesús así seré yo y así viviré yo.

Por tanto, Marcos revienta con este pasaje el mesianismos que se había construido en la Iglesia con la influencia de numerosos creyentes judíos que se habían convertido al cristianismo. Y además así también se explica la razón por la que la mayoría de los religiosos judíos como de gran parte de la humanidad no reconoce en Jesús al Mesías, porque Jesús además es el Crucificado, por lo que para muchos es incompatible el título mesiánico en un crucificado: un fracasado, un humillado, un ajusticiado entre malhechores y blasfemos.

Sin embargo, precisamente desde la fe, lo que a tantas personas ha enamorado de Jesús y lo que han admirado en Él, especialmente los Santos, ha sido su humanidad, la cual se pone de un modo especialmente evidente en la CRUZ. Y es que sin la cruz, ni se entiende a Jesús ni se entiende el cristianismo. Y cuando no miramos a la cruz, nos olvidamos en seguida de lo que somos y del Dios en el que creemos.

Por eso son impresionantes como desconcertantes las últimas palabras de Jesús que aparecen en el texto que hoy  se proclama en la liturgia: "El que quiera venir conmigo, que reniegue de sí mismo, que cargue con su cruz y me siga...". 

La cruz es lo antagónico, lo contrario, a la comodidad, a las seguridades, al poder, al éxito, a la fama, al reconocimiento y al aplauso. Humanamente en nosotros y en todos hay un fuerte rechazo a la cruz. ¿Quién quiere sufrir?, ¿quién es feliz sufriendo o viendo sufrir a los demás? Pero en la cruz, según nos enseña Jesús, está Dios. Por eso tantas veces nos cuesta encontrarlo y estar cerca de Él. 

Marcos nos insiste en la idea de que el discípulo de Jesús es aquel que conoce la cruz, que la lleva en su vida y que, como Jesús, la asume con la fe y la confianza siempre puesta en el Padre. Creer en Dios no nos va a aportar un camino corto para llegar a una meta donde sentirnos superiores a los demás y exentos de sufrimientos. Creer en Dios, a veces, es un añadido a los padecimientos humanos, porque supone asumir las crisis espirituales y las persecuciones  por ser cristianos. Y cuando uno se mete de lleno en la vida de la Iglesia, en la que también nos encontramos pecados como la corrupción, luchas de poder, envidias... estar ahí con la postura del Evangelio no siempre es fácil y en más de una ocasión nos duele.

Asumir la cruz, que se puede llamar enfermedad, falta de trabajo, muerte de un ser querido... y, la mayoría de las veces, el "otro" (cuando la convivencia, en todos los sentidos, a veces es complicada), supone no quedarse en la debilidad humana sino en la fuerza que la fe en Dios nos da para afrontar lo que en el camino de la vida nos encontramos. Jesús nos deja una cosa clara: por el hecho de ser hombres y mujeres, todos vamos a morir, antes o después. Pero dar la vida, y gastarla con los demás por Él, no es perder sino ganar en otra vida que nunca se termina. Dar la vida es ayudar al que te necesita, escuchar a quien necesita desahogarse, etc. Es hacer, motivado por el estilo de Jesús, las cosas de otra manera, desde un amor que aveces duele y nos complica la vida, porque nuestro Mesías no es de honores sino de dolores.

Emilio José Fernández, sacerdote


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