viernes, 8 de junio de 2018

Evangelio Ciclo "B" / DÉCIMO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO.

El bien de Dios vence al mal en una lucha que todos sentimos dentro y observamos fuera. No dejar a Dios actuar en nosotros es cerrarnos las puertas de nuestra salvación y negarnos al Espíritu Santo. 


Seguir leyendo toda la crónica pinchando con el ratón abajo en "Más información".


Después de celebrar las solemnidades de la Santísima Trinidad y del Corpus Christi, llegamos a sentir con más cercanía en nuestras celebraciones litúrgicas el Tiempo Ordinario, semanas en las que Jesús anuncia el Reino de Dios mientras esperamos su segunda venida.

El pasaje del Evangelio de este día viene estructurado en tres partes que coinciden con tres reacciones de aquellos que viven en el entorno de Jesús: la familia, los letrados y los que le siguen.

La FAMILIA de Jesús, que aparece mencionada como la madre y los hermanos, no comprende la vida ni la tarea que éste desempeña desde una entrega sin medida a los demás, preocupado por las preocupaciones de los demás, enfrentándose al mal y no teniendo tiempo ni para comer. Desde nuestra mentalidad humana e individual se piensa que quien actúa así es porque está loco y se sale de lo que se considera un comportamiento normal. Ante este hecho su familia reacción con una actitud proteccionista, queriéndose hacer cargo de él al buscarlo y querer recogerlo. Por otro lado vemos que la familia también actúa así porque toda ella se siente amenazada por la fama que va adquiriendo Jesús y por los riesgos que su vida empieza a tener. Todo ello pone de manifiesto que la relación de Jesús con su familia tuvo momentos de fuerte tensión, de incomprensión y de desconfianza. Sentir que tu familia no te apoya o que eres un problema para ellos te puede llevar a cuestionarte tu proyecto y tu forma de vida, máxime en una sociedad en la que la familia era un principal valor y de gran influencia.

Los LETRADOS, también conocidos como los maestros de la Ley, se han desplazado desde la ciudad de Jerusalén para hacerle frente porque se sienten criticados y desautorizados  por Jesús. Si la familia de Jesús lo considera un enfermo o desequilibrado, los letrados lo considerarán un endemoniado para desprestigiarle mucho más. Para los judíos ser considerado un endemoniado es igual que ser un mensajero de Belcebú, una acusación muy grave porque conllevaba el castigo de lapidación. Sin embargo Jesús se defiende también dialécticamente con el uso de una parábola con la que subraya su poder frente al mal y el pecado grave que cometen los que no creen en Él porque atentan contra el Espíritu Santo, pecado que es imperdonable porque hace que se cierren al Reino de Dios.

Los SEGUIDORES son un grupo más allá de los discípulos. Estos seguidores tampoco llegan a entender a Jesús ni su mensaje, pero a pesar de no ser personas de grandes capacidades sí han sabido escucharle y a valorarlo. Éstos, que están sentados junto a Él, son los que Jesús reconoce como su madre y hermanos por cumplir la voluntad de Dios. Han entrado en sintonía con Él y con el Reino, reconociendo que ya el fuerte (Belcebú) ha sido atacado por el más fuerte (Cristo). Estos seguidores en Marcos no solo son aquellos que convivieron con Jesús sino los de las primeras comunidades cristianas y los de las comunidades cristianas actuales, nosotros.

Los seguidores, aunque todavía no han entendido el misterio de la cruz, se sienten unidos de corazón con Cristo y son los que de alguna manera intuyen la presencia del Reino de Dios en la presencia de Cristo. El resto viven en la ceguera de la falta de fe y de confianza. Aquí podemos observar las dificultades de la fe y el dolor del corazón de Cristo que no se siente ni apoyado por su familia. El rechazo Él lo va asimilando desde el comienzo de su misión.

Vemos en este pasaje cómo a Jesús no le fue fácil ser Él mismo y cómo se sintió cuestionado prácticamente por todos. Sin embargo nada de eso le impidió ser libre, hacer y decir lo que creía. Muchos de nosotros por no tener problemas, por acomodarnos, por caer bien podemos llegar a adaptarnos, dejarnos manipular o ceder. Los creyentes hemos de saber que la fe en Jesús nos da la libertad y la fuerza para superar tantas presiones de una sociedad que cada vez quiere vivir más al margen de Dios.

Quien se deja llevar por el Espíritu de Dios termina haciendo cosas que en su entorno no se van a entender, y se le va a considerar también un "loco". En la Iglesia hay también muchos cristianos "locos" que se salen del guión de lo considerado formalmente correcto y que interpelan con sus palabras y hechos a los demás y a la misma institución eclesial. Muchos santos fueron considerados locos en su tiempo. Y es que vivir el Evangelio no es lo que está de moda ni lo que más se entienda. Quien es un hombre o mujer de Espíritu no vive desde la prudencia, ni desde los cálculos ni desde los miedos, sino desde la vida como una aventura en la que no hay seguridades pero en la que te dejas llevar por lo que tu corazón siente cuando escucha al corazón de Dios. Es ahí cuando dejas de ser tú mismo para ser del Espíritu.

En una sociedad como la nuestra, en la que no nos gusta ser juzgados y en la que consideramos que todo está bien hecho cuando desde mi libertad yo decido hacer algo, el pecado pierde su sentido. Uno de los pecados comunes y que no siempre lo vemos como tal es el pecado de blasfemia. Jesús nos enseña que la blasfemia más grave es la que se hace contra el Espíritu Santo. No necesitamos al Espíritu Santo cuando creemos que por nuestra libertad tenemos derecho a organizar nuestra vida como nos venga en gana. Quien se encierra en su orgullo y se convierte en un soberbio como para prescindir de Dios porque por sí solo se cree bastarse. Hasta tal punto que niega la presencia de Dios y de su Reino en el mundo, que no lo reconoce humanizado en la persona de Jesús ni cree en la gracia... por lo que él mismo se cierra la gracia del perdón, su entrada en el Reino. Quien no necesita de salvación ni cree en el Salvador, ése está blasfemando contra el Espíritu Santo. 

El bien y el mal no son dos bloques que se ubican en un determinado lugar. El bien y el mal los encontramos mezclados y en un enfrentamiento continuo. Y esa lucha se sucede en el interior de cada persona y de cada institución. Jesús nos enseña que en vencer al mal consiste nuestra libertad. Todos somos tentados en nuestra casa a hacer el mal, pero cuando en nuestra casa está el Espíritu Santo el bien también nos seduce y nos frena a seguir el mal. Pensamos que los corruptos, pecadores, equivocados son los demás, pero yo también puedo llegar a serlo si no dejo que el bien me inunde. Nosotros podemos hacer cosas tan malas como el más malo de los hombres. Cuando Dios está en nuestra vida hacemos el bien. Cuando en una persona no hay un buen fondo, un buen corazón, por mucho cristiano que quiera aparentar ser... ante los ojos del Espíritu nunca lo será. 

Seamos por tanto verdaderos hermanos de Jesús, seamos su familia, que no consiste en tener su misma sangre sino en tener su mismo Espíritu. Sólo así lo podremos seguir en sinceridad. La familia cristiana está compuesta por los que creen en Jesús y viven como Él, en un amor que se hace perdón y que humaniza.

Emilio José Fernández, sacerdote.

REFLEXIONES ANTERIORES