jueves, 1 de febrero de 2018

Evangelio Ciclo "B" / QUINTO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO.

Donde está Jesús hay vida, amor y servicio. Quien no ora no pude amar como Él, y quien no ama como Él es porque no sabe orar.


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Seguimos a Jesús que se encuentra en la aldea de Cafarnaún, a orillas del lago de Galilea, región que se caracteriza por la abundancia de una población pagana y marginal.

Tras su intervención en la sinagoga de esta localidad en la que de vez en cuando se retiraba a descansar, Jesús se dirige a la casa de dos de sus discípulos, en la que se supone que él se alojaba cuando visitaba esta aldea.

Marcos nos cuenta cómo era una jornada de Jesús a lo largo de su vida pública, y nos la pone como prototipo de lo que serían los días de Jesús. Podemos decir que es una jornada completa y en la que tenemos su tiempo de trabajo, anunciando el Reino de Dios, su tiempo de convivencia con sus discípulos y su tiempo personal en el que se retiraba en solitario a orar. Así, pues, Jesús alterna su atención a las necesidades humanas de los demás y su atención a Dios, el trabajo y el descanso, el servir y el dejarse servir, el conflicto y la amistad. Vemos que su actividad se desarrolla en lugares diferentes, porque está en un continuo movimiento y cercano a todas las realidades, no limitándose solo al espacio religioso o cómodo. Es una jornada que nos deja la sensación de alegría, de plenitud y de satisfacción.

Marcos nos quiere hacer caer en la cuenta que donde está presente Jesús hay vida, crece la vida, se lucha por la vida. Jesús es sanador, es acogedor, es misericordioso, es liberador... Jesús se preocupa y se interesa por todos, y por las necesidades de cada uno. Jesús ama a la vida, al ser humano y vive apasionadamente cada instante y cada acontecimiento. Jesús cura y sana, mejora la vida de los demás, devuelve la dignidad a quienes la perdieron... Por eso lo buscan todo tipo de personas y está rodeado de todo tipo de miserias humanas (enfermos, marginados y poseídos): personas a las que les falta la vida, la alegría y la libertad.

Marcos nos relata la primera curación que hace Jesús, y se trata de un familiar de uno de sus discípulos. Devuelve la salud a la suegra de Pedro porque el Reino que anuncia es de vida. Nuevamente vuelve a desafiar el sábado como día de descanso y de oración establecido en la Ley de Dios pero que los fariseos la habían llevado a la prohibición de cualquier actividad. Jesús pone a la persona y el hacer el bien como su prioridad frente a formalismos y rituales vacíos de sentido cuando nos paralizan el corazón, la sensibilidad y el interés por las necesidades de los demás. Nos advierte de que nuestra vida de fe no puede aislarnos ni evadirnos de quienes necesitan sentir nuestra caridad fraterna.

Hay detalles con los que Marcos intenta describirnos la calidad humana de Jesús: que toma la mano de la enferma como un gesto entrañable que no necesita palabras; que es Jesús quien levanta a la enferma, subrayando el acto de servicio y de devolver la vida, porque es un verbo, "levantar", que este evangelista emplea cuando se refiere a la resurrección; que la enferma se puso a servirles una vez curada, y es que el servicio a los demás es la forma en la que agradecer todo lo bueno que Dios nos ha dado.

Marcos nos habla de cómo Jesús termina y comienza el día con la oración, no nos dice el contenido de la misma porque se trata de un momento de intimidad con el Padre, pero nos la sitúa como motor de su actividad y de su trabajo. Con el Padre Él comparte lo que vive y en el Padre descansa sus fatigas y se llena de fuerzas. La oración le hace re-situarse y no conformarse con los pequeños triunfos ni buscar el éxito, por eso su vida es itinerante, no se instala ni busca una vida fácil y de premios. La oración de Jesús es en medio de la vida y fuera de ritualismos, porque en ella hace sus grandes discernimientos y toma las grandes decisiones, siempre de acuerdo con el proyecto de Dios.

Jesús está en continuo servicio al pueblo, un pueblo que "huele" el Reino de Dios a través de las actuaciones de Jesús, que lo hace sentir más cerca y más real. Nadie conoce que Jesús es el Hijo de Dios, sólo lo reconocen los demonios y espíritus inmundos a los que Jesús hace callar, porque el ·saber· no libera, lo que libera es el ·seguimiento·. Marcos nos muestra la humanidad del Hijo de Dios, porque fue un hombre entre los hombres. Un hombre que amaba su humanidad y la humanidad de los demás.

¿Y dónde podemos conocer a Dios? Marcos nos dice que en el ejercicio diario de la caridad, del servicio y de la entrega gratuita y a fondo perdido a los demás. Los cristianos hemos de estar en medio del pueblo sufriente y necesitado. Y en la oración también podemos encontrarnos con Dios, donde podemos sentir su amor y donde sentimos su proyecto de vida para nosotros. Marcos nos dice que Dios no se avergüenza del ser humano ni se desentiende de nuestros sufrimientos. Jesús no vino de visita sino que se quedó, no vino de paso sino que se implicó por una humanidad que también padece y lo pasa mal. Jesús no huye del dolor humano sino que carga con él, sanando a los enfermos y sufriendo con el que sufre. Acercarse al dolor, hoy y siempre, es acercarse a Dios. Al final, nuestra madurez como cristianos se nota en la necesidad de salir a otra parte, de vivir desacomodados, de darnos a quien nos necesite. Por eso, allí donde pretenden retenerle para adueñarse de Él, Jesús se abre camino para no dejar de ser misionero, para no dejar de ser de todos.

Una vida de oración que no se refleja en nuestra vida de convivencia y de trabajo en la que tratamos de construir el Reino de Dios, antes o después se convierte en una vida estéril y de escaparate. Jesús hoy nos enseña que quien no ama no puede orar de verdad, y quien no ora no puede amar de verdad.

Emilio José Fernández, sacerdote.

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