viernes, 13 de octubre de 2023

VIGÉSIMO OCTAVO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

  


EL BANQUETE DEL REINO DE DIOS


Mateo 22,1-14

Una parábola que nos sitúa en el contexto de una boda, signo del amor entre Dios y su pueblo, es decir, la alianza que se sella con Israel, representado en los primeros invitados, y que se vuelve a sellar, tras el rechazo de los primeros, con los segundos invitados: todos los hijos e hijas de Dios, especialmente los pobres y los marginados a los que Jesús busca por los caminos de la vida.

Un banquete que nos recuerda la plenitud de las promesas mesiánicas que se alcanzan con la llegada e instauración del reino, que el hijo de Dios nos oferta como un don gratuito, pero al que hemos de corresponder con nuestra respuesta responsable.

Todos somos invitados y todos tenemos un lugar en el reino, siempre que no lo rechacemos por cambiarlo por otras preferencias que nos ofrecen una vida y una felicidad superficial e incompleta.


DESARROLLO

Esta tercera parábola del evangelio de Mateo insiste en la misma temática de las dos anteriores: el reino de Dios es ofrecido y no siempre es acogido. Así se pone de manifiesto que la intención de Dios es hacer partícipes de ese reino a todos, pero que es responsabilidad de cada persona el responder adecuadamente.

El escenario en el que se desarrolla esta parábola es diferente en esta ocasión, pero también tiene una carga simbólica muy fuerte. La boda en Israel, sobre todo a partir del profeta Isaías, expresa la alianza de amor de Dios con su pueblo. A su vez, el banquete nos recuerda el cumplimiento de las promesas mesiánicas que suceden con la llegada de Jesús. La boda en la cultura semita era el momento más importante de la vida de un joven o adulto, tanto hombre como mujer, y el banquete nos recuerda la alegría, la fiesta, el compartir, la abundancia, la fraternidad y la gratuidad. Todos ellos son los signos del reino de Dios.

Un rey celebra la boda de su hijo y prepara un banquete, mandando a sus criados a convocar a los invitados a tan gran acontecimiento, pero éstos, algunos poniendo escusas y otros actuando de manera agresiva contra los criados, rechazan la invitación. El estar invitados resalta la gratuidad del reino de Dios, y es que ese reino es un don permanente que Dios nos está ofreciendo y que no siempre valoramos por tener por preferencias otras ofertas de este mundo en las que creemos poder alcanzar la felicidad y lograr nuestras satisfacciones personales.

Jesucristo en persona ha experimentado el rechazo de los judíos, que, siendo los primeros invitados al reino de Dios que él anuncia y oferta, ellos lo desprecian. De ahí que el Señor, con la misma gratuidad al tratarse de un don, abre y extiende la lista de los invitados a todos, buenos y malos, pero especialmente a los pobres, desposeídos y marginados. La parábola insiste de esta manera en que los cristianos hemos de superar el escándalo de la pobreza para verla siempre asociada al Evangelio, pues es con los pobres con los que Dios quiere contar para llevar a cabo su proyecto. Para Jesús, el que de verdad siente a Dios en su corazón acoge al pobre.

Por último, uno de los que fueron invitados se presenta mal vestido, para recordar así a los cristianos que, aunque el amor de Dios, la salvación y el reino de Dios son un don, evidentemente inmerecido, requiere de nuestra colaboración y de estar a la altura con nuestra vida.

En la Iglesia muchas veces los cristianos tenemos la concepción de nosotros mismos de que somos los mejores y nos olvidamos que también nosotros somos pecadores, que hemos sido recogidos de los caminos por los que a veces hemos andados perdidos o nos desorientamos en más de una ocasión. Aquí no se trata de buenos y malos, ni mejores ni peores, sino de dejarnos amar por un Dios que quiere lo mejor para nosotros.


Emilio J. Fernández, sacerdote

REFLEXIONES ANTERIORES