jueves, 28 de septiembre de 2023

VIGÉSIMO SEXTO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

  



DOS FORMAS DE SER HIJOS DE DIOS


Mateo 21,28-32

No siempre comprendemos a los demás si nos fijamos más en sus defectos que en los buenos sentimientos de su interior. La grandeza del interior de una persona no está en sus buenas intenciones o voluntad, sino en las acciones que dan muestra de un corazón que se ha renovado por amor a Dios.

Esta parábola de Mateo denuncia que muchas veces vivimos en la hipocresía de exigir a los demás lo que no somos ni lo que nosotros hacemos, para sentirnos mejores que los demás. Pero, para Dios, lo que cuenta no son tus propósitos, que normalmente no cumples, sino los cambios que haces en tu vida para obedecer y agradarle a Él.

Ser un buen hijo de Dios es no conformarte, desear cambiar en ti todo lo que te pueda distanciar y te impida realizar la voluntad del Padre, comprendiendo y ayudando a quien también quiere pasar del pecado a la gracia.


DESARROLLO

Los jefes de los sacerdotes y de los ancianos le han hecho unas preguntas a Jesús que no ha respondido. A cambio él les expone tres parábolas con las que ilustrar el rechazo que está sintiendo por ofrecer el Reino de Dios a los marginados de su tiempo (publicanos, pecadores y mendigos) y a los no judíos, que eran llamados paganos y considerados pecadores. Una de esas parábolas, la primera, que solo se encuentra en el evangelio de Mateo, es el relato de hoy para meditar.

Hay que tener en cuenta que las parábolas, aparte de tener la intención de hacernos más comprensible el misterio del Reino de Dios, pretenden también ser una oportunidad para el examen que debiéramos hacer de nuestra vida y de nuestros comportamientos, en las claves de la conversión que Jesús exige para ser sus discípulos y para pertenecer a la Iglesia. Esta parábola está compuesta con esta intención.

En la primitiva Iglesia preocupa el juicio y el desprecio que algunos miembros hacen a los de fuera, sin hacer autocrítica. Los judíos se consideraban justos por ser obedientes en el cumplimiento de la Ley de Dios. Los cristianos que tienen un origen judío lo siguen sintiendo así, porque no han cambiado su mentalidad. De ahí que ellos se sientan mejores que los cristianos no judíos. Es entonces cuando nos encontramos con una denuncia constante de Jesús y del Evangelio a la HIPOCRESÍA, comportamiento de tantos creyentes que presumen de tener fe pero no la viven ni la practican. 

Esta parábola es la historia de un padre y de sus dos hijos anónimos, que se comportan de manera diferente ante la petición que les hace para que vayan a trabajar a la viña. El primero, protesta, pero finalmente obedece; el segundo, acepta, pero finalmente desobedece. La pregunta es, ¿quién de los dos es un buen hijo? 

Jesús también pretende que cada uno de nosotros nos analicemos en nuestra forma de proceder con nuestro Padre Dios, al vernos reflejados en uno de los dos hijos. Pero el mensaje central de esta historia es que para Jesús lo importante es la conversión, por eso se pone de parte de aquellos que, estando equivocados y llevando una mala vida: han recapacitado, se han arrepentido y han cambiado su conducta, porque también han cambiado su corazón. 

Los hechos son los que hablan de lo que verdaderamente sentimos en nuestro corazón. Cuando las personas queremos agradar y quedar bien no hacemos las cosas en sinceridad ni de corazón. 

El final de la parábola es sentencioso por parte de Jesús, que nos advierte de que un buen hijo de Dios es aquel cuya fe va acompañada de la conversión y de las buenas obras. Nunca seremos buenos hijos si no somos buenos hermanos practicando la acogida. En el Reino de Dios tenemos cabida todos si obedecemos a Dios, es decir, si cumplimos su palabra, que es la manera que quiere que lo amemos.


Emilio J. Fernández, sacerdote

REFLEXIONES ANTERIORES