sábado, 22 de julio de 2023

DÉCIMO SEXTO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO


TRIGO Y CIZALA, LA PACIENCIA DE DIOS


Mateo 13,24-43

Tres parábolas nos hablan de reino de Dios, que a pesar de su presencia en medio de nosotros no impide la presencia del mal que voluntariamente los hombres con nuestras actuaciones sembramos. Y a pesar de mostrarse el reino de Dios en una debilidad inesperada, la fuerza de la presencia de Jesús en nuestras vidas hace que todo se invierta, porque el amor es más fuerte que mal.

Dios actúa desde dentro, de manera silenciosa y paciente. No deshecha a nadie y apuesta por cada uno de sus hijos, incluso por los pecadores, porque su reino es para todos.

No se trata de crear un grupo donde solo los mejores están llamados a pertenecer. La misericordia también viene acompañada de la paciencia, de poner la mirada en un futuro y una meta a la que se llega por la propia conversión.

No nos desanimemos cuando parece que nuestro trabajo y todo lo invertido en cambiar el mundo y construir el reino nos dé la sensación de no haber servido para nada. Confiemos siempre en el Señor.


DESARROLLO

Otra parábola para la reflexión nos coloca Mateo en su evangelio, la cual no aparece en los otros dos evangelios sinópticos (Marcos y Lucas). Se trata de una historia donde todo sucede dentro de una normal lógica de la vida del campo, en la que nuevamente la siembra y la siega forman parte.

Dos maneras de sembrar como de hacer las cosas. Ambas son antagónicas, pero tan presentes en la vida misma a lo largo de toda la historia de la humanidad. El bien y el mal tienen también a su vez orígenes distintos. Ambas realidades han sido objeto de tantas preguntas por parte de la filosofía como por parte de las religiones.

Nos sorprende ante la siembra del trigo y la cizaña la postura de Jesús, porque no es quizá la más esperada cuando humanamente no tenemos paciencia y emitimos juicios rápidos sobre las personas que consideramos que no actúan correctamente. Por eso esta parábola es una acogida a los pecadores, a no juzgar a nadie por sus actos y a la confianza en la conversión propia y ajena.

Nosotros somos propensos a limpiar la era de todos aquellos que no nos agradan y condenar a quienes consideramos que no son dignos, pero eso es algo que sólo le corresponde hacer a Dios, de gran misericordia y de paciencia infinita. Tenemos que aprender a convivir con los que nos rechazan, con el mal que no entendemos y a saber esperar los cambios respetando los tiempos.

Las otras dos parábolas, de la mostaza y de la levadura, son similares en su composición y enseñanza. El reino de Dios aparentemente se muestra débil. Y es que Dios actúa de un modo diferente a nuestras categorías humanas. Y de lo pequeño sabe sacar lo grande; de donde nadie espera Él recoge en abundancia. Y así es el reino de Dios que se desarrolla en lo oculto y lo callado de lo cotidiano, en lo que nos parece inútil e inservible. A veces esperamos más de Dios y de la vida. Queremos ver grandes signos, multitudes de conversos, actuaciones espectaculares… Pero Mateo nos habla de que la fuerza del reino de Dios no depende tanto de lo que nosotros hagamos sino de un Dios que no se cansa y lo da todo.


Emilio J. Fernández, sacerdote

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