viernes, 24 de febrero de 2023

PRIMER DOMINGO DE CUARESMA / Evangelio Ciclo "A"

 

 

LAS TENTACIONES


Mateo 4,1-11

Jesús, después de ser bautizado, es llevado por el Espíritu al desierto donde será tentado. Este relato está lleno de una simbología espiritual para mostrarnos la humanidad de Cristo y para descubrirnos que el camino de la fe es también un combate contra lo que nos quiere alejar del amor de Dios.

A lo largo de nuestra vida seremos probados en nuestra fidelidad a Dios, en situaciones nada fáciles y que conllevan el sacrificio de la renuncia y de la obediencia y aceptación de lo que Dios espera de cada uno.

Ni siquiera el Hijo de Dios fue preservado de esta experiencia, y cuando nosotros tenemos que cruzar el desierto existencial para adherirnos más a Dios, tenemos que permanecer, como bautizados, fieles al Padre que nos ha hecho sus hijos.

Se superan las pruebas y las crisis atravesando el desierto con la fuerza de la fe, la confianza en Dios en medio de la soledad y de las dificultades.


DESARROLLO

Cuando nos disponemos a leer los evangelios llevados por nuestra fe en Jesucristo como Hijo de Dios y obviamos su condición humana, corremos el riesgo de leer los textos como quien lee la vida de un héroe; y eso nos hará sentirnos decepcionados cuando evidenciamos sus debilidades y su verdadera historia al ser, al igual que nosotros, un hombre más: que tuvo tentaciones, que lloró la muerte de un amigo y que murió al final de su vida terrena. Siendo Dios también fue hombre, con todas sus consecuencias, por consiguiente, su divinidad no le aportó privilegios por haber aceptado nuestra humanidad.

Este relato de las tentaciones está muy elaborado teológicamente por el evangelista Mateo, por eso está bien cargado de símbolos y comparaciones, aunque hay una base histórica que no se ha de despreciar por ello. Jesús, tras su bautismo y siendo empujado por el Espíritu Santo, se marchó al desierto. 

El desierto, geográficamente, es un lugar hostil, peligroso y de muerte por la escasez de agua y de vida. En la Biblia es el lugar simbólico de la prueba, de la crisis y la morada del mal. Sin embargo, por ser lugar de silencio y de recogimiento, favorece el encuentro con Dios. En el desierto experimentamos el enfrentamiento con el diablo y la ayuda de Dios. A esta realidad tan compleja y contradictoria fue Jesús llevado por el Espíritu. También nosotros somos llevados por el Espíritu al desierto para vivir nuestro bautismo como hijos del Padre. 

El número cuarenta, tanto de días como de años, subraya simbólicamente que la conversión es un proceso largo y que las tentaciones nos acompañan toda la vida. Las tentaciones que tuvo Jesús fueron tres y representan a todas las que se nos pueden presentar a los seres humanos. Dejarnos llevar por el Espíritu, como lo hizo Jesús, significa que no podemos vivir al margen de Dios. 

También nosotros seremos tentados en nuestros deseos, necesidades más profundas y en nuestro prescindir de Dios; en poner en nosotros mismo nuestra seguridad y creernos más de lo que somos al dejarnos llevar por la soberbia; en querer poner nuestra seguridad en la la acumulación de bienes materiales y en el tener poder para dominar a los demás y lo que nos rodea. En contraposición, hemos de cuidar nuestro espíritu y no solo las necesidades corporales; centrar nuestra vida en Dios y no creernos dioses; y adquirir la humildad frente al orgullo y la soberbia.  


Emilio José Fernández, sacerdote

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