viernes, 2 de diciembre de 2022

DOMINGO II DE ADVIENTO / Evangelio Ciclo "A"


LLAMADA A LA CONVERSIÓN

Mateo 3, 1-12

En este relato del evangelista Mateo aparece un personaje emblemático del Adviento: Juan el Bautista, pariente cercano de Jesús y profeta, hombre carismático que tiene muchos seguidores a los que anuncia la llegada inminente del Mesías, urgiendo con sus palabras a la conversión y ritualizando ese proceso personal con el bautismo de agua en el río Jordán, rito que también era práctica en otros grupos judíos de la época.

Este gran profeta aparece descrito como radical y austero en sus formas de vida (vive y predica en el desierto, lleva vestiduras pobres y come alimentos silvestres), signos de su conversión como creyente coherente que vive lo que anuncia. Se trata de un personaje incómodo en su tiempo y también en el nuestro, especialmente para los dirigentes religiosos y políticos.

Juan hace una llamada a la conversión sincera, y no a una conversión hipócrita y de fachada como lo hacían los fariseos y saduceos, para que se produzca un cambio interior verdadero que se visualice en una transformación de vida. Se trata de una renovación existencial, que afecta a todo nuestro ser. Hemos de facilitar al Señor su llegada a nuestras vidas, el camino a su venida, pero Él puede encontrarse con el obstáculo de nuestra falta de fe o el de nuestros pecados. Nuestra santificación diaria hará más posible el encuentro personal con el Señor.

La cercanía del reino de los cielos que menciona el profeta conlleva el deseo de que Dios se haga presente en la toda la Humanidad. Llevados por el imperio de la razón científica o por el deseo de una vida fácil y sin complicaciones, sin tener a nadie por encima de uno mismo, dejamos sin sitio a Dios y al Misterio. Ante ese vacío que se genera, serán otros “dioses” de la era moderna los que lo ocupen: el dinero, el sexo, la diversión, el prestigio social, las vacaciones, la belleza física, la propia realización personal, etc.

La conversión personal sucederá cuando seamos consciente de nuestra cerrazón a Dios y al Evangelio, o de la superficialidad de nuestra "fácil" vida como cristiano, lo cual no nos lleva a la autenticidad ni a la satisfacción espiritual.

Emilio José Fernández, sacerdote

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