viernes, 2 de septiembre de 2022

DOMINGO XXIII DEL TIEMPO ORDINARIO / Evangelio Ciclo "C"

EL DISCÍPULO Y LA CRUZ

Lucas 14, 25-35

Jesús se dirige a todos aquellos que desean ser sus discípulos y discípulas, es decir, ser cristianos. Él es el Maestro y es el que nos elige y nos llama a seguirle desde el día de nuestro bautismo. Por consiguiente, es el único que tiene autoridad y derecho a poner las condiciones que considere oportunas para que nosotros lleguemos a ser verdaderos discípulos. 

El discipulado de Jesús no es un asunto laboral, académico ni de profesionalidad. Por eso entre los requisitos nunca aparecerán el tener riquezas materiales, ocupar un buen puesto social, tener un buen trabajo, poseer títulos universitarios… El discipulado y el seguimiento como vocación es cuestión de sentimientos, dicho de otra manera: de tener corazón. 

El seguimiento cristiano implica una relación de amor entre el Maestro y el discípulo, porque no se trata de compartir conocimientos sino de compartir la misma vida. Y la vida se vive intensamente y se comparte en su totalidad cuando se ama. Vivir y amar con todo lo que ello implica, y hacerlo apasionadamente.  

El sufrimiento forma parte de la vida humana y del seguimiento cristiano, y como ejemplo tenemos al mismo Jesucristo. Se hizo hombre, obedeció y cumplió la voluntad del Padre y la misión que le encomendó, hasta las últimas consecuencias, la muerte en cruz. 

Por amor a nosotros le dolieron nuestros dolores. Por ser fiel al Evangelio como forma de vida se enfrentó a los que le impedían poder serlo. Su forma de amar no tiene límites porque el amor no tiene lógicas ni intereses egoístas. Cuando se ama como Jesús lo hace, se ama hasta dar la vida por Dios y por el otro.

Amar a Jesús te complica la vida porque exige el dejar de amarte a ti mismo. Amar a Jesús no es fácil cuando afectivamente estás atado a personas, sueños, posesiones… que se te convierten en tus preferencias. Para amar a Jesús hay que ser muy libre. Cristo no nos pide que dejemos de querer a los demás, que los abandones, que los olvidemos. Al contrario, hay que amar a todos, pero nunca dejar de amarlo a Él, porque nadie es imprescindible como él sí lo es. Sin él y sin su amor, tu manera de amar no será plena, ni a corazón abierto y sin corazas.

Con una parábola Jesús nos invita a ser previsores antes de tomar decisiones. Y tomar la decisión consciente de querer seguirlo requiere evaluar tu capacidad de entrega, de fidelidad y de amor. No todo el mundo vale para el discipulado porque no todo el mundo está dispuesto a dar lo que el Señor nos exige. Hacer el camino con el Crucificado conlleva sufrimientos, sacrificios, sentir el rechazo, negarte a ti mismo, renunciar a tus sueños, abandonar tus preferencias humanas. Coger la cruz y cargarla es perdonar y dejarte perdonar, compartir el dolor con el hermano, no cesar en la lucha por la justicia, forzarte por hacer real el Reino de Dios en el aquí y ahora. Cargar la cruz de los demás es remangarte para acompañar y sanar las heridas de quien se siente solo, incomprendido, marginado, roto, etc.

Dios no está pendiente de que seamos muchos, más bien lo que sueña es que los que seamos, lo seamos sin ambigüedades.

Emilio José Fernández, sacerdote

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