martes, 26 de abril de 2022

DOMINGO TERCERO DE PASCUA / Evangelio Ciclo "C"


Juan 21, 1-19

En el relato del domingo pasado, Juan nos narra cómo el inicio y el ser de la de la Iglesia se encuentra en la fe y en el Resucitado que la preside y la vitaliza. En el relato de hoy, del mismo autor, y que parece ser añadido posteriormente como un apéndice final, Jesús aparece como el origen y la presencia necesaria e imprescindible de la misión de la Iglesia, haciéndose presente en su Palabra (Palabra de Dios) y en los Sacramentos, especialmente la Eucaristía.

El pasaje se desarrolla en el Lago Tiberíades, denominado así por los romanos (paganos) en honor al emperador Tiberio, y que aquí simboliza la universalidad del cristianismo, porque la misión de la Iglesia y su presencia no es sólo para el territorio judío.  Pedro, junto a cuatro discípulos conocidos, más otros dos añadidos y anónimos, que suman el número de siete, símbolo de totalidad, ya no se encuentran encerrados en una habitación, sino que se ponen a trabajar como pescadores, signo de la actividad misionera de la Iglesia. 

Tras una dura noche de trabajo por su cuenta y ellos solos, han fracasado; mas tendrán un éxito inesperado como sorprendente cuando alguien desde la orilla les indica cómo han de echar las redes, y así la pesca que recogen les desborda, aunque no se rompen las redes, porque la Iglesia tiene la capacidad de acoger a todo el mundo y nadie sobra en ella. En la dulzura de su voz y en la abundancia de peces reconocen al Señor, y Pedro se ciñe la túnica y se tira al agua, en señal de entrega hasta dar la vida si hace falta. En la orilla les espera la comida del pan y un pez preparado por el Señor, en alusión a la Eucaristía que cada vez que nos la prepara se da así mismo en su Cuerpo y Sangre.

Después, como una segunda parte, presenciamos ese diálogo íntimo entre Jesús y Pedro. Pedro le negó por tres veces, y ahora por otras tres afirmará y jurará su amor por Cristo y recibirá la misión de ser el líder de la Iglesia, pero asumiendo el liderazgo como lo vivió Jesús, siendo el servidor de todos.

Todos los que formamos parte de la Iglesia, la barca de Cristo, debemos de ser testigos y evangelizadores, para lo cual hemos de escucharle, hemos de dejar que actúe en nosotros a través de la vida sacramental de la Iglesia y hemos de actuar en su nombre y no en nombre nuestro ni por iniciativa propia.

Emilio José Fernández, sacerdote

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