viernes, 7 de enero de 2022

DOMINGO DE LA FIESTA DEL BAUTISMO DEL SEÑOR / Evangelio Ciclo "C"


Lucas 3, 15-16.21-22

Con la Fiesta del Bautismo del Señor terminamos el tiempo litúrgico de la Navidad, en el que hemos celebrado la encarnación, nacimiento y primeros años de la infancia de Jesús.

El bautismo de Jesús en el río Jordán supone el inicio de la vida pública de Jesús, que durará tres años, culminando con su muerte y resurrección, y durante la cual el Mesías se dedicará a anunciar el Evangelio y la venida del Reino de Dios, acompañado de un grupo de discípulos y de seguidores que irá en aumento.

Juan el Bautista se encuentra en el río Jordán anunciado la inminente llegada del Mesías y realizando un bautismo de conversión destinado a todo el quiera prepararse para la recibir al Mesías.

Sin embargo, en el pueblo hay un sentimiento de confusión porque algunos creen que puede ser Juan el Mesías esperado. Con este texto se quiere dejar claro quién es el verdadero Mesías. Y el autor del evangelio lo consigue al mostrarnos al Espíritu Santo, en forma de paloma (símbolo del amor y de la paz), ungiendo a Jesús, al posarse sobre él, junto a las palabras del Padre que nos lo presentan como su Hijo amado. No hay más autoridad que pueda acreditar a Jesús como el verdadero Mesías esperado que el testimonio del mismo Dios.

Jesús llega a la orilla del río y no tiene reparo en ponerse el último en la fila de los pecadores que se acercan al bautismo cuando él no es un pecador. Por eso ya no extrañará después encontrarlo rodeado de pecadores a los que les ofrece la misericordia y el perdón de Dios. Pero este gesto él lo hace no sólo como gesto de humildad y solidaridad, sino como una demostración de entrega de quien está dispuesto a obedecer hasta las últimas consecuencias de su misión: la muerte, simbolizada en la inmersión en el agua (hundirse, ahogarse, morir). La salida del agua anuncia su futura resurrección, volver a la vida, pero a una vida nueva.

En su bautismo no cabe duda que Jesús ha tenido una fuerte experiencia de Dios que luego se va a hacer evidente como testimonio para los demás a través de sus palabras y hechos, de su vida de total entrega al Padre hasta asumir su voluntad de morir en una cruz. 

Por lo tanto, el bautismo en agua se puede quedar para nosotros, que también hemos sido bautizados, en un acto social, en una tradición, en un rito religioso, si no descubrimos que hemos sido también bautizados en Espíritu Santo, teniendo una experiencia personal de Dios que nos hace sentir cómo Él actúa en nuestras vidas y en nuestra historia. La fe, por tanto, hay que hacerla experiencia, y, al hacerla experiencia, la hacemos compromiso a través de nuestra misión como hijos de Dios. Al no hacerlo así, nuestro bautismo y nuestra fe no darán todos sus frutos al no vivir esa unión con Dios a través de la oración, de la vida sacramental, de la evangelización y de la caridad. Tenemos que orar la vida, es decir, ver en lo que nos sucede y acontece la mano de Dios que se hace fuerza, esperanza y amor. Al contemplar y meditar el misterio de Bautismo del Señor, meditemos y evaluemos en oración el nuestro propio.

Emilio José Fernández, sacerdote

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