viernes, 13 de agosto de 2021

DOMINGO, EN LA SOLEMNIDAD DE LA ASUNCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA / CICLO "B"

Interrumpimos en este domingo la liturgia propia del Tiempo Ordinario al coincidir con la Solemnidad de la Asunción de la Virgen María al Cielo, por lo que los textos bíblicos son los propios de la fiesta de hoy.

Todos los textos sagrados de esta fiesta ponen el centro de atención en la Virgen María, subrayando la razón de su grandeza como persona y como creyente que supo consagrar su vida a Dios, es decir, toda su vida es para Dios, en una donación no sólo para un momento o misión concreta, pues se trata de una donación existencial y para la eternidad. Y con la eternidad es premiada su santidad de vida, pero de una manera privilegiada y especial, por ser la Madre del Hijo de Dios: es resucitada y es asunta para gozar de la presencia de Dios en la eternidad. De esta manera María se nos propone, una vez más, desde la Iglesia y para los cristianos, como modelo de santidad y como primera intercesora de todos nosotros ante la Santísima Trinidad. María ha llegado y ha alcanzado la meta de todo cristiano, la cual comienza con el bautismo y culmina con la resurrección.

¿En qué consiste la grandeza de María? En el misterio de la Encarnación tenemos la respuesta. Dios tiene un plan de salvación para la humanidad caída por el pecado cometido por los primeros padres, Adán y Eva. El pecado ha deteriorado la relación entre Dios y la humanidad desde entonces, que se va recomponiendo mediante alianzas selladas con el sacrificio de animales, pero una alianza débil por la imperfección del hombre y la mujer. Dios quiere hacer una alianza duradera, eterna, que será sellada con la sangre sacrificial, única y perfecta, la de su propio Hijo: que hará posible que la humanidad pueda experimentar la misericordia eterna de Dios y pueda participar de la vida eterna junto a Él. En eso consiste la salvación humana. Cristo se convertiría así en el mediador entre las dos partes, la humana y la divina, al adquirir ambas naturalezas. Por lo que, para adquirir la naturaleza humana, Dios quiere valerse de una mujer, elegida y escogida, y ella es María, la llena de gracias, la sin mancha ni pecado.

Asumir ese papel de madre no sólo va a consistir en llevar a Jesús en su vientre y darlo a luz nueve meses después. La maternidad de María se va a prolongar durante toda su vida y con duros momentos que pondrán a prueba su fe y su vocación, y como creyente su vida será un compromiso diario con el Evangelio. Su fidelidad y su humildad enamorarán a Dios y a todos los creyentes de todos los tiempos. Una fidelidad y humildad que le lleva a un silencio sin protagonismo y a una entrega callada. Nos deja la lección de obedecer y obrar en silencio, dejando siempre la iniciativa en Dios y respondiendo incluso cuando el ser humano no puede comprender las decisiones divinas. Ese SÍ permanente y lleno de humildad la engrandecerán no sólo en su vida terrena sino para la eternidad, convirtiéndose así en la Bendita por todas las generaciones. Nos muestra María en su historia personal el amor preferencial de Dios por los humildes, los pobres y los últimos. Un hecho que se nos muestra en la cruz de Jesús, donde el mismo Jesús se ha puesto a ese nivel de los humildes, de los pobres, de los últimos… Y el Padre, que siempre lo amó, lo ha premiado con la Resurrección y la Ascensión. El dogma de la Asunción de María es una repetición de la acción divina, que, por el amor que la Santísima Trinidad siente hacia ella y como premio a su entrega humilde, cuya demostración total es junto a la cruz del Hijo, la premia con la resurrección y la asunción que le permiten directamente gozar de la eternidad junto a Dios al dejar este mundo.

Celebramos, por tanto, el reconocimiento de la Iglesia hacia una mujer sencilla y humilde que se ha convertido, por la Asunción, en la reina de los cielos, en el lugar reservado para ella por ser la Madre del Hijo de Dios, el rey del universo. Y allí nos espera ella a los que peregrinamos en este mundo mortal, recordándonos que Dios siempre cumple sus promesas: “enaltece a los humildes y a los ricos los despide vacíos”. El camino de la humildad, hecha entrega fiel a Dios, es camino de santidad y de salvación. Y porque no es fácil este camino, contamos con la ayuda de quien lo hizo antes que nosotros y que al mismo tiempo es también nuestra Madre, la Santísima Virgen María. Felicidades, Madre y Reina de cielos y tierra junto a tu Hijo, el rey del universo.

Emilio José Fernández, sacerdote


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