jueves, 31 de enero de 2019

Evangelio Ciclo "C" / TERCER Y CUARTO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO.

Jesucristo es el Evangelio, la Palabra hecha humanidad, la salvación para todo el que lo acoge y la vida de aquellos que lo descubren resucitado.

Por motivos personales de salud, me he visto obligado a unificar las reflexiones del Tercer y del Cuarto Domingo del Tiempo Ordinario.

En el Tercer Domingo del Tiempo Ordinario el texto evangélico nos sitúa al comienzo de la vida pública de Jesucristo y en la aldea de Nazaret, dentro de la región de Galilea, donde Jesús se encuentra de visita al lado de su familia de y sus paisanos, que lo conocen de toda la vida.

Jesús acude a la sinagoga, como todos los sábados, para honrar a Dios con la oración, como buen judío que escucha y conoce las Sagradas Escrituras. Por lo tanto el evangelista Lucas nos presenta a Jesús no sólo como un hombre de acción sino como un creyente orante. Pero Jesús va más allá, se atreve a interpretar las Escrituras, lo cual le traerá más de un problema.

En este pasaje Jesús se nos muestra como el Mesías anunciado por los profetas y que vendrá a liberar al pueblo de Dios de toda esclavitud, enfermedad y sufrimiento. Él mismo se atribuye las palabras proféticas de Isaías en las que se anuncia un tiempo nuevo con la presencia del Ungido por el Espíritu Santo. De esta manera en Jesús se dan cumplimiento todos los anuncios mesiánicos del Antiguo Testamento y con el comienza el tiempo de la Buena Noticia, del Evangelio. El ha venido a evangelizar un mundo que de entrada rechaza a Dios. Y a todos los bautizados, ungidos también por el Espíritu Santo, nos hace partícipes de esa tarea iniciada por Él y continuada a lo largo de los siglos por la Iglesia y a través de cada uno de los cristianos.

Por eso cada uno de nosotros debemos de orar con la escucha del Evangelio que nos trae Jesús y que ha sido recogido por cuatro autores (Marcos, Mateo, Lucas y Juan), no sólo como testimonio de los hechos realizados por Jesús ni como catequesis con la que instruir a los que se preparan a recibir los sacramentos sino, ante todo, como la Palabra del Señor que nos alimenta espiritualmente al revelarse en la Sagrada Escritura los grande misterios de un Dios que nos ama y que envió a su Hijo para que nos pudiéramos salvar. Quien no ora el Evangelio difícilmente podrá evangelizar en nombre del Señor.

En el Cuarto Domingo del Tiempo Ordinario el texto evangélico es continuación del domingo anterior. Seguimos en la sinagoga de Nazaret en donde se produce un tenso diálogo entre Jesús y sus paisanos al afirmar que lo anunciado por el profeta Isaías se ha cumplido "hoy", es decir, se ha pasado de una posibilidad a lo real, de una profecía a un acontecimiento vivo del que todos los presentes pueden ser testigos, porque Dios ha pasado de las promesas a la acción.

El problema surge cuando los oyentes conocen a Jesús y a su familia, lo consideran uno de los suyos, apreciando en Él solamente su humanidad. No han sido capaces de descubrir en el hijo del carpintero al Hijo de Dios, y la acción salvadora que nos trae.

Evangelizar no es sólo anunciar sino hacer que se cumpla y se realice la Buena Noticia. El Evangelio hay que vivirlo y actualizarlo, hay que hacerlo visible con nuestras acciones que muestran la presencia ya del Reino de Dios entre nosotros. 

Lucas nos deja claro que el Evangelio es el mismo Jesús, que es la buena noticia para los pobres, la libertad para los presos, la luz para los ciegos... Evangelizar significar acercar a Jesús y a su misericordia a todo hombre y mujer, especialmente a quienes más necesitan del amor de Dios. Para un cristiano no hay mejor Buena Noticia que Cristo, ni más salvación que la que nos viene de Él.

Y lo que nos viene a decir Jesús es que Dios no está en el centro de la sociedad sino en los márgenes de la sociedad, algo que muchas veces hasta a los cristianos nos cuesta aceptar y asumir. Y en los márgenes, en donde están los heridos de la vida, Jesús viene como la medicina de Dios que devuelve la salud y la vida.

Los paisanos de Jesús se sienten escandalizados e indignados ante estas palabras suyas, y es que Dios se oculta siempre en lo invisible para los ojos humanos. Y ahora se ha ocultado en un hombre como nosotros, de nuestra raza, en la corporalidad humana que es débil y frágil. Nos cuesta aceptar la humildad de Dios. Y quien se cree saberlo todo de Dios es el que menos acepta ser enseñado por el mismo Dios a través de Jesús. Por eso Jesús y la religión a muchos les despierta el rechazo.

Jesús se encuentra en una de sus primeras pruebas, donde es cuestionado y rechazado por los suyos, como anticipo de un final que terminará en la cruz, a las afueras de Jerusalén. Algunos buscan circo cuando contemplan sus milagros, pero su mensaje molesta a la mayoría de los oyentes. Cuando no hay circo, Jesús ya no interesa. Cuando Jesús llama al cambio de vida y a un compromiso por el hermano y la hermana que sufre, o lo ignoramos o lo rechazamos, al fin y al cabo es lo mismo.

Jesús es llevado a un barranco con la intención de despeñarlo, pero, una vez allí, Lucas nos dice que se abrió camino entre la multitud y se marchó, en clara referencia a su resurrección. Ya nunca se podrán ahogar sus palabras, su buena noticia, su mensaje. Con la resurrección su persona y su mensaje calarán en la vida de tantas personas que lo encarnarán en la historia, en cada hombre y en cada mujer que acoge su mensaje, su liberación y que se compromete por hacer presente y vivo el Evangelio.

En Nazaret se encuentran y se enfrentan dos maneras de ver a Dios, la de quienes buscan la acción espectacular de un Dios, como los nazarenos; y la de Jesús, que nos descubre a Dios encarnado en el ser humano, hasta convertirse cada uno de nosotros, por el bautismo, en un templo de la viva presencia del Espíritu Santo.

Emilio José Fernández, sacerdote

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