viernes, 19 de enero de 2018

Evangelio Ciclo "B" / TERCER DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO.

Y todavía hoy te paseas por las orillas de nuestro mundo y te fijas en aquellos que buscan una nueva vida que Tú ofreces, para sumarse a la lista de los que cambian de vida por ti.


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Al igual que el pasado domingo domingo, nuevamente nos encontramos con un relato testimonial de la elección y vocación de los primeros discípulos de Jesús, pero esta vez es contado por un autor diferente, el evangelista Marcos.

Tenemos que recordar que Jesús ha sido bautizado por Juan el Bautista en el río Jordán, y tras su paso por el desierto como escenario de luchas y tensiones se marcha a Galilea, su región de origen, en donde se presentará al mundo con el inicio de su misión, que ocurrirá al mismo tiempo que el encarcelamiento de Juan, lo cual produce un cambio en Jesús: que pasará de la lucha y tensión de las tentaciones en el desierto a la acción decidida de su anuncio del Reino de Dios, una misión nada fácil y muy llena de tensiones y peligros personales.

Jesús ha iniciado su misión en un lugar diferente, porque lo suyo no es una continuidad del mensaje de Juan el Bautista sino el surgimiento de algo nuevo, de una buena nueva que se va a hacer lejos del centro del judaísmo (el templo, Jerusalén, Judea) al trasladarse a Galilea, tierra habitada por gentiles e impuros, lugar de pobres y marginados. Es aquí donde el Hijo de Dios quiere vivir y desarrollar su misión, y en donde tras su resurrección se le podrá encontrar.

El mensaje central de Jesús es el Reino de Dios, y por eso su mensaje es diferente al de Juan. Jesús no proclama un bautismo de agua y de perdón, sino que anuncia que Dios mismo viene a reinar. Jesús invita a la conversión, pero no es una conversión para escapar del castigo sino para poder alcanzar el Reino. Jesús nos trae y nos ofrece algo que no es para el futuro sino que se trata de un Reino que ya es presente, en donde Dios no es Juez sino el Salvador que viene a liberarnos y darnos nueva vida.

La llegada del Reino de Dios era el mayor anhelo y la mayor esperanza del pueblo judío, porque eso tenía como consecuencia la implantación de la justicia, de la paz, de la igualdad, de la libertad, de la abundancia. Ante la decepción y cansancio de unos reyes humanos corruptos, el pueblo mira a Dios como el único rey perfecto que ofrecerá un mundo nuevo y mejor. 

El Reino de Dios es una realidad que se hace presente con Jesucristo y que ya ha llegado, por eso es buena noticia, con una carga de alegría y también de urgencia, donde los destinatarios son todos los hombres y las mujeres, empezando por los últimos y por los que menos cuentan para la sociedad, los indignos y excluidos, los que viven en la "Galilea" de nuestra época y mundo actual.

El Reino de Dios es un don en gratuidad pero que requiere de una respuesta de acogida que se pone en evidencia con la fe y con la conversión. 

La llamada a la conversión es el motor de una nueva decisión, de una nueva vida, de un nuevo nacimiento de manera integral. Nuestra pertenencia al Reino de Dios exige un cambio en todo y de cada uno de nosotros porque lo antiguo ya no sirve ni encaja con lo nuevo.

Jesús inicia su anuncio del Reino de Dios buscando colaboradores. Los elegidos no son gente del ámbito meramente religioso ni de gran importancia a nivel político o profesional, sino que se trata de unos simples trabajadores.

La llamada puede surgir en cualquier lugar, pero en este caso sucede a la orilla del lago de Galilea, muy lejos de lo que podríamos considerar un escenario sagrado. Jesús irrumpe en las vidas de estos hombres y en su duro trabajo de pescadores, porque Dios nos llama a cada uno desde nuestras circunstancias personales y particulares.

La vida cristiana Marcos nos la describe como una llamada desde un proceso de conversión y un proceso vocacional cuya iniciativa parte de Jesús, que es siempre el que llama, el que seduce. Se trata de una llamada impresionante, poderosa, penetrante. La respuesta por parte del que ha sido llamado al discipulado es doble: dejar y seguir.

Los que aquí han sido llamados por Jesús aparecen como los que han hecho un cambio drástico en su vida, pasando de la seguridad laboral y económica, de la seguridad de tener una familia, a una vida de desinstalación, desposesión e inseguridad; dejan un trabajo conocido por uno desconocido sin estar preparados; dejan un proyecto personal basado en sus propias necesidades por un proyecto en el que tendrán prioridad las necesidades de los demás. Todo ello es condición para pertenecer a la comunidad cristiana.

Para Marcos el discípulo de Jesús no es alguien al que podemos definir por haber dejado algo, sino por haber encontrado a Alguien. Hay una renuncia que se ve bien recompensada, que merece la pena. Jesús hace en el discípulo una persona nueva, con una personalidad rica y completa. El discípulo que ha sido llamado por Jesús para pertenecer a la empresa del Reino se siente amado y valorado. La llamada le da otras posibilidades y la sensación de vivir en una aventura.

Hoy la mayoría de los cristianos entienden por tener fe el poder profesar el credo, pertenecer a la Iglesia, el cumplimiento de unos ritos o tener una moral concreta. En las primeras comunidades cristianas no se entendía igual, porque para los primeros cristianos tener fe es seguir a Jesús. Ser cristiano, entonces, era ser un hombre o una mujer que se esfuerza en construir su vida siguiendo las huellas del Maestro. Tal vez por ello, después de casi más de veinte siglos, los cristianos de hoy necesitamos recuperar este sentido de la fe, teniendo en cuenta que seguir no es imitar, ni copiar, sino creer en lo que Él creyó y amar a lo que Él amó, y de la manera que lo hizo, confiando en el Padre.

Marcos hoy nos invita a revisar nuestra fe y nuestra vocación que nos exige ser verdaderos cristianos; a recordar lo que tuvimos que dejar y tenemos que seguir dejando, a seguir en fidelidad ese trabajo del Reino iniciado por Jesús y del que formamos parte como sus colaboradores. Estamos llamados a ser testigos, a ser pescadores que con nuestro testimonio hagamos aumentar la pesca de los hombres y mujeres que estando en la barca de la Iglesia forman parte ya del Reino de Dios. 

Emilio José Fernández, sacerdote.

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