jueves, 28 de diciembre de 2017

Evangelio Ciclo "B" / DOMINGO DE NAVIDAD: SAGRADA FAMILIA.

Jesucristo es la Luz del mundo, la Luz de los creyentes y la Luz de las familias que han de iluminar a sus hijos e hijas para que la fe crezca en ellos.


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En el domingo siguiente a la celebración de la Natividad del Señor la Iglesia celebra la fiesta de la Sagrada Familia de Nazaret.

Este pasaje del Evangelio de Lucas corresponde a uno de los textos que se conocen como los de la infancia de Jesús. En este pasaje en concreto se nos narra el cumplimiento de los ritos o preceptos de la Ley que las familias judías debían realizar después del nacimiento de un descendiente: primero tenemos la purificación de María tras haber dado a luz a su hijo y que consistía en la realización de una ofrenda de animales para ser sacrificados y así conseguir la expiación del pecado de la madre; y la presentación del primogénito varón en el Templo de Jerusalén para consagrarlo a Dios.

Todos los datos que nos aporta Lucas se ajustan a lo establecido en esta obligada costumbre que toda mujer judía y que toda familia judía debía hacer. Por los animales ofrecidos por José y María para el sacrificio, a través de lo cual también se refleja la posición social, se desvela que se trata de una familia evidentemente pobre. 

Lo llamativo de esta escena no es tanto el presentarnos a Jesús y a su familia como verdaderos judíos en el marco de unas costumbres y obligaciones, sino la aparición de otros dos personajes que nos presentan a Jesús desde la fe y nos lo revelan como el Mesías esperado por el pueblo de Israel durante muchos siglos. La ancianidad de estos dos personajes son un signo de que fue muy larga la espera pero que al final Dios cumple su promesa.

Es precioso cómo dos ancianos reconocen en un niño de una familia sencilla y pobre al que será la "luz de todos los pueblos". Simeón aparece como el hombre impulsado por el Espíritu Santo, un gran dato con el que el evangelista subraya la acción de Dios en nosotros. Las cosas no siempre ocurren por casualidad porque con la fe todo se explica desde la voluntad y desde la actuación de Dios.

Lo mismo ocurre con la profetisa Ana de la cual se nos viene a decir lo mismo, porque la acción profética siempre sucede bajo los efectos de la acción del Espíritu Santo.

Ambos ancianos son un hombre y una mujer de una profunda fe y de una vida completamente piadosa, representada en sus servicios en el Templo; y ambos personajes simbolizan al pueblo de Dios creyente y fiel, que ha permanecido en la espera a pesar del largo tiempo porque nunca ha dejado de confiar en Dios. Y sin Dios no se puede ver a Dios. Llenos del Espíritu Santo estos dos ancianos pueden contemplar al Dios ocultado en un pequeño y débil niño. He aquí la gran importancia del Espíritu Santo en la vida de la Iglesia y de todo creyente: porque sin Él somos ciegos espiritualmente, porque sólo Él nos hace descubrir en Jesús al que es la Luz del mundo.

Ana tiene una oración de agradecimiento a Dios, que es la respuesta de quien ha visto cumplidos sus deseos y sueños, de quien sabe valorar las riquezas espirituales que Dios le da. Y es que tener fe, para quien sabe valorarlo, es un tesoro incalculable porque dicha fe posibilita el tener a Dios en nuestra vida.

Simeón, después de abrazar al niño y lleno de una inmensa felicidad, hace una oración de alabanza porque entiende que su vida está culminada por haber conseguido la principal de sus metas u objetivos: ver al Salvador. "Ahora", palabra clave con la que Simeón inicia su cántico, es semejante al "hoy" con el que el ángel anuncia a los pastores el nacimiento de Jesús. Ahora y hoy ha comenzado la salvación, una nueva etapa de la historia de la humanidad, el tiempo de la gracia y de la misericordia de Dios.

Pero Simeón nos hace temblar por dentro con las palabras que dirige a la madre del niño: "Y a ti una espada te atravesará el corazón". Con esta frase el anciano profetiza que la vida y misión de Jesús desde su comienzo  será signo de contradicción, por lo que tendrá seguidores y tendrá detractores. Que al final, su vida y misión no terminará en el éxito sino en el fracaso del sufrimiento y de la muerte. 

Aquí Lucas está siendo muy sincero al mostrarnos la cruda realidad de la historia de Jesús y, por ende, de todos sus seguidores, de los cristianos y cristianas de todas las épocas. Junto con María, modelo de creyente, toda la comunidad creyente de todos los tiempos tenemos que re-encontrarnos con el Jesús-Mesías de dolor y de muerte. Porque el Mesías no es poder sino que es el amor, y el amor viene acompañado de sacrificios y de sufrimientos. Cristo es el Salvador pero también es el Cordero de Dios que se presenta en el Templo como ofrenda de expiación por toda la humanidad, y es la luz no solo para Israel sino para todas las naciones y razas, subrayando la universalidad del Mesías.

José, María y Jesús se nos presentan como una familia de fuertes convicciones religiosas, sencilla y humilde, unida en el amor a Dios y fiel a sus tradiciones que les identifica con una forma de ser concreta. De sus padres Jesús va adquiriendo todas esas enseñanzas y prácticas que le construirán como persona que forma parte de una religión y de una nación.  

Y el pasaje lucano termina situando a Jesús en el hogar que se crea en la humilde aldea de Nazaret, sin grandes universidades ni medios, pues simplemente con el amor y la sabiduría de la experiencia de unos padres creyentes Jesús madura y crece con los años, que, aunque se vivan en silencio, son muy necesarios por los frutos que recogerán en el futuro. La infancia es importante en la vida de una persona, pero también Lucas nos dice que lo es en la vida de un creyente. Y que la familia es la fábrica y la escuela de personas y de creyentes.

Y la familia también es la Iglesia, la familia de los hijos de Dios. Por eso todos somos responsables de crear un ambiente y una vida de testimonio que favorezca el crecimiento en la fe de nuestros hijos e hijas. Vivimos con angustia un tiempo de falta de vocaciones, y tal vez la raíz de está situación la encontremos en la falta de fe y de experiencia religiosa en nuestros hijos e hijas, en nuestros jóvenes. El hogar ha de ser un templo donde se dé culto a Dios, donde se ame a Dios, se hable de Él y se viva con Él. Sin familias cristianas, sin la Iglesia doméstica, el cristianismo se agrieta y la cadena de transmisión de la fe se ve afectada.

Doy gracias a Dios por mi familia, por la fe que me han transmitido y porque Dios se valió también de ella para despertar en mí la vocación desde mi infancia. Y doy también gracias a Dios por pertenecer a la familia cristiana, a la Iglesia. 


Emilio José Fernández

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