viernes, 1 de diciembre de 2017

Evangelio Ciclo "B" / PRIMER DOMINGO DE ADVIENTO.

No duermas y mantente en vela, con la confianza de saber que Dios viene a tu encuentro, con la esperanza de saber que existe un futuro por llegar, porque quien ama no descansa sino que aguarda.


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Comenzamos un nuevo Año Litúrgico, el correspondiente al Ciclo II o "B", siendo el evangelio de Marcos el texto que principalmente reflexionaremos cada domingo. Y también inauguramos el Tiempo de Adviento con el primero de sus cuatro domingos. El Adviento es un tiempo de preparación espiritual e interior en la espera del Señor, cuya venida histórica ocurrió hace más de dos mil años y cuya segunda venida aguardamos junto a la Iglesia.

Marcos nos habla en este capítulo del acontecimiento que sucederá al final de los tiempos y del final de la historia de este mundo, como acontecimiento último y definitivo: la llegada del Reino de los Cielos. Previo a este suceso el evangelista nos advierte de otros sucesos que serán como el anuncio de la venida del Hijo del Hombre, del Señor.

Esta última parte del capítulo 13 de Mateo es una llamada e invitación a los cristianos y a las comunidades eclesiales para que vivan en la actitud espiritual de la vigilancia, que es lo mismo que estar en vela o estar siempre despierto.

El mensaje central de este pasaje es que Dios, para los cristianos, no sólo existe sino que quiere estar cerca y junto a nosotros, formar parte de nuestra historia y de nuestra vida, y, a través de la encarnación de Jesucristo, estar presente en la humanidad, como se hizo posible a través de una mujer, pues ya vino y esperamos que vuelva de nuevo glorificado. 

Dios está viniendo pero nunca pone fecha a su llegada ni fecha a su actuación, siempre incierta para nosotros, porque en cualquier momento puede presentarse sin avisar. Dios se hace esperar para despertar en nosotros el deseo y la necesidad de que venga, pero requiere de nuestra constancia y perseverancia, por eso no se relaja, ni desfallece, ni deja de estar expectante quien aguarda la alegría de la ansiada llegada.

Espera quien pone de su parte para que el encuentro suceda, porque precisamente él o ella no llevan la iniciativa. Dios es quien decide cuándo han de ocurrir las cosas, es el que nos busca y el que provoca el encuentro. Por eso tenemos que estar en alerta en todo momento, porque nuestra espera no la podemos delegar en nadie, ni nadie nos puede sustituir. 

Ser fiel es permanecer, es aguardar y es esperar con la certeza de que Dios también es fiel con nosotros. El cristiano es el que sabe esperar todo lo que haga falta, y espera porque confía y se fía de su Señor. Dios nos ha dado la vida y este mundo que habitamos, y tenemos la responsabilidad de sacar todo el provecho a esos dones. Y cuando Él venga, quiere encontrarnos con una fe viva e intensa porque Él tiene que ser lo que más nos importe y lo más deseado. Sin Él no tiene sentido ni lo que somos ni lo que hacemos, porque sin Él nos sentimos vacíos y nuestra vida pasa sin pena ni gloria, en la superficialidad más absoluta. Por eso sin Él, el creyente no puede dormir, no puede descansar. Por eso velar es estar en acción, de pie, nunca tumbado, nunca indiferente ni ausente, sino comprometido en la lucha de hacer mejor este mundo y esta sociedad.

Humanamente nos supera el no saber, el no controlarlo todo. Nos supera a veces que exista el misterio. Y Dios es misterio y es incontrolable. Nuestro Dios es dado a la sorpresa, a venir por donde no lo esperamos y cuando no lo esperamos, a hacer las cosas de manera diferente a como las hacemos nosotros. Tenemos que dejar a Dios ser y hacer de Dios, dejarnos sorprender por Él. El futuro del cristiano es Dios, y sin embargo siempre desconoceremos lo que sucederá mañana y lo que acontecerá en cada amanecer. 

El creyente ha de ser una persona que se deja llevar, que se deja hacer la vida por Dios y que asume la espontaneidad de Dios. Por eso, cuando pretendemos sujetar a Dios, controlarlo, dirigirlo... se nos escapa de las manos y se nos escapa de nuestra vida. El que vive apasionadamente lo hace con una intensidad de quien aprovecha cada instante y minuto, y de quien mira positivamente a un futuro siempre mejor: nuestro futuro y lo mejor se llama Jesucristo, el Hijo de Dios.

Este Adviento no lo vivas como un momento más o como algo repetitivo de cada año y que se convierte en una rutina previa a la Navidad. Vívelo como un tiempo que se te regala cada año como la oportunidad de prepararte para la salvación y para experimentar la misericordia de un Dios que te busca, que viene a tu encuentro porque te ama. Experimenta que Cristo sigue viniendo oculto en una humanidad y en una sencillez que sólo desde la fe se le puede contemplar en aquellos que sufren, que no importan, que están arrinconados. Cristo viene, está viniendo... Tú sal a su encuentro porque Él ya te está esperando.

Emilio José Fernández

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