En este relato de Lucas nos encontramos con la figura de Juan el Bautista, un profeta anterior y contemporáneo de Jesús. Juan era hijo de dos ancianos que representan al pueblo de la antigua alianza. Su padre, Zacarías, un mudo, representa el silencio del pueblo oprimido que no puede dar testimonio por su falta de fe; y su madre, Isabel, una estéril, y en ella se expresa cómo su hijo es fruto del Espíritu.
La predicación del Bautista tuvo un gran éxito y atrajo a multitud de personas provenientes de los distintos estratos sociales. Algunos dudaron si él era el Mesías. Fue un personaje controvertido, incluso entre sus propios discípulos hubo división, hasta el punto de que algunos continuaron con él, y otros se marcharon y fueron discípulos de Jesús.
El evangelista nos sitúa en el contexto histórico, tanto en el espacio como en el tiempo, en el que van a suceder y se van a desarrollar los hechos, subrayando que estos no son el resultado de la casualidad sino el resultado de la intervención divina en la historia de la humanidad, tanto en lo político como en lo religioso.
Juan el Bautista aparece como el último de los profetas, con una vida en austeridad y en la soledad del desierto. Su mensaje apela a la penitencia y a la conversión, anunciando el castigo de Dios. En contraposición, con Jesús, señalado como bebedor y comilón, irrumpe un tiempo nuevo, el del reinado de Dios, y nos habla de un Dios que es amor, que perdona y que libera.
Con un texto del profeta Isaías puesto en labios de Juan el Bautista, somos invitados a ser profetas en nuestro mundo de sordos que no escuchan a Dios. Por eso hemos de anunciar y preparar la llegada de quien vino, viene y vendrá, Jesucristo.