Comenzamos el tiempo litúrgico de Adviento con un relato del evangelista Lucas que nos traslada al final de los tiempos, momento en el que se producirá la segunda venida del Señor, en majestad y gloria.
Para lo cual, Lucas hace un discurso apocalíptico en el cual aparecen visiones catastróficas y de destrucción que podían atemorizar a los lectores y oyentes, pero lo que pretende es más bien hacernos entender que algo nuevo y grande está por venir, para lo cual lo anterior (el mundo) será destruido para que surja un nuevo orden social justo. Se trata del triunfo del Mesías y del inicio del reinado universal de Dios, de un giro total a la situación actual y de nuestro presente de dolor y de sufrimientos. Aunque hoy estamos invadidos de malas noticias y de un desencanto general, nuestra liberación está cerca y ya es irreversible.
El reinado de Dios y la llegada del Hijo del hombre se percibe a través de quienes construyen la paz y de todas las personas que trabajan por hacer una sociedad y un mundo más justo y solidario, poniendo sus talentos y cualidades al servicio de los más débiles y marginados, que, aunque esto no sea noticia de interés, es una realidad también.
Jesús fue un creador incansable de esperanza. En una sociedad en la que se vive por alcanzar la satisfacción personal e individual, dejándose llevar por las apetencias, ahí muere la esperanza. Vivimos en una sociedad de la “abundancia” como enfermedad, lo cual nos lleva a una vida superficial e incoherente. La persona satisfecha es conformista, no espera nada nuevo ni le preocupa cambiar el mundo.
El Señor nos llama a los creyentes a la esperanza, a la conversión y a la vigilancia como actitudes para no cansarnos de luchar y esperar una Iglesia y un mundo mejor.