sábado, 18 de marzo de 2023

CUARTO DOMINGO, "LETARE", DE CUARESMA / Evangelio Ciclo "A"

  


LA FE DE LOS BAUTIZADOS


Juan 9,1-41

Jesús culmina su camino en Jerusalén, la última etapa de su misión y de su vida terrena. En este contexto final, él se va a revelar como la Luz del mundo para aquellos que son ciegos porque, al estar alejados de la fe, viven en la oscuridad.

Jesús realiza un signo mediante el cual un hombre ciego de nacimiento y sin expectativas de curación nace a una nueva vida al lavarse en el agua, símbolo del sacramento bautismal, para vivir en la libertad y la dignidad de su nueva identidad de hijo de Dios, y para dar testimonio del Señor.

El encuentro personal, su experiencia de sanación y el nacimiento a una nueva vida como discípulo del Maestro lo llevan a la fe en quien se revela como el Hijo de Dios y la Luz del mundo.

Los que han visto este hecho quedan interpelados y reaccionan de distintas maneras. Pero al ciego, ante todo, le importa lo que él ha vivido y experimentado al conocer de verdad a Jesús.


DESARROLLO

Un relato más, a modo de catequesis bautismal, nos sitúa en un nuevo encuentro de Jesús, en este caso el escenario es Jerusalén, con un ciego de nacimiento, es decir, sin posibilidad de curación. Los discípulos se interesan por este personaje anónimo y le preguntan al Señor sobre el origen de la ceguera que padece, porque, según la tradición religiosa judía, las enfermedades y desgracias de la vida se asociaban al pecado, bien cometido por el individuo en cuestión o por sus progenitores. La respuesta de Jesús revienta esta concepción del pecado y al mismo tiempo se presenta así mismo como la luz del mundo que vence a la oscuridad.

Jesús, con sus dedos, hace una masa de barro con tierra y con su saliva, y se la unta al ciego en los ojos, como acto de “sanación”; lo envía a lavarse a la piscina de Siloé, como gesto de “purificación”; y, entonces, el ciego recobra la vista, como gesto de “iluminación”. Así se expresa la gracia del bautismo sacramental en los nuevos miembros agregados a la comunidad cristiana.

Acto seguido, el ciego da testimonio de lo que le ha sucedido y del cambio que Jesús ha producido en él, que ha nacido de nuevo, en este caso a una vida en la luz y ya no en la oscuridad. De ser una persona pobre, marginal y oprimida, ha pasado a sentirse amado por Dios, que le ha dado la libertad, la dignidad y la resurrección para iniciar una nueva vida como discípulo del Señor. La vista que ha recibido es el símbolo de la fe.

Ante este hecho extraordinario y ante el testimonio del protagonista hay distintas reacciones por parte de los que lo escuchan: la de los vecinos, que son aquellos que tienen un conocimiento vago y superficial de Jesús, del que han oído cosas pero no les interesa nada más; la de los padres del ciego, que creen pero no dan testimonio, algo que es muy común en familias cristianas que se consideran creyentes pero no transmiten la fe a sus hijos ni la testimonian con sus palabras y obras; la de los fariseos, que se consideran los auténticos y los más coherentes creyentes, y, aunque han sido testigos de lo ocurrido, se cierran a la fe en Jesús porque los cuestiona a ellos; y la del ciego, que se interroga, cree y testimonia, confesando su fe en Jesús como el Señor, el Hijo de Dios, el Mesías, la Luz del mundo.

Aquí se nos describe el proceso de la fe, que parte de los conocimientos y costumbres que nos transmiten la familia, nuestro entorno más cercano y hasta la comunidad religiosa, pero que, hasta que no se hace experiencia de encuentro personal con Cristo nuestra vida no queda transformada ni nuestra fe se hace auténtica y testimonial.


Emilio José Fernández, sacerdote

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