viernes, 10 de marzo de 2023

TERCER DOMINGO DE CUARESMA / Evangelio Ciclo "A"

 


LA SED Y EL HABRE DE DIOS


Juan 4,4-42

Un encuentro en el camino para descansar y conocerse mejor. Jesús se encuentra con una mujer samaritana junto a un pozo y le pide agua, algo que no escandaliza solo a esta mujer sino a todo judío que se considera correcto.

Jesús se muestra en su humanidad, porque se cansa y tiene sed. Pero se muestra en su divinidad como el verdadero surtidor de un agua inagotable y que satisface la sed de los que buscan a Dios. Un agua viva y eterna, que se dona así misma. Esa agua es Jesús.

También, en un diálogo con sus discípulos que le invitan a comer, Jesús se muestra como el verdadero pan de Dios y desvela que su alimento es cumplir la voluntad del Padre.

Jesús además evoca el verdadero culto a Dios que está más allá de un lugar o de unos ritos, que, aun siendo necesarios, no pueden suprimir el verdadero culto a Dios que toda persona ha de dar en su interior a Jesús, que es, con su resurrección, el verdadero templo de Dios.


DESARROLLO

En la primitiva comunidad cristiana los bautismos de todo el año se hacían en la Pascua, y las últimas semanas de la Cuaresma se consideraban una catequesis de preparación para quienes iban a recibir este sacramento y para quienes ya lo habían recibido, que también en Pascua lo renovarían.

Este pasaje del evangelista Juan es uno de los más bellos encuentros humanos y espirituales recogidos por este autor en su evangelio: Jesús se encuentra con una mujer de la región vecina de Samaria, cuyos habitantes eran despreciados por los judíos que se consideraban así mismo mejores creyentes porque podían dar culto a Dios en el templo de Jerusalén, el centro de la religión judía.

En este texto Jesús aparece descrito con rasgos muy humanos (llega fatigado, se sienta, tiene sed y pide agua) y con rasgos muy divinos (conoce la vida de la samaritana y se presenta como el Mesías).

Jesús, mostrándose con una poderosa libertad, rompe la legalidad y las costumbres establecidas y le pide agua a esta mujer samaritana, lo que resultaba indecoroso por lo establecido por los rabinos: hablar en público con las mujeres y hablar con los samaritanos (considerados enemigos de los judíos).

Jesús se muestra como el verdadero pozo de Dios, el único que puede donar un agua que nunca se acaba y que sacia la sed más profunda de todo ser humano; un agua que eterniza la vida de aquel que la consume. El ser humano que no cuida lo espiritual aspira solo a los bienes terrenos, que sacian parcial y temporalmente, pero nada ni nadie puede saciar al sediento de Dios como lo hace Jesús.

Los judíos y los samaritanos se disputaban el lugar donde se debía dar culto a Dios. Los primeros, consideraban que era en el templo de Jerusalén, y, los segundos, consideraban que era en el monte Garizim donde se encontraba derruido un antiguo templo. Este tema aparece en el diálogo entre Jesús y la samaritana. Jesús desacredita el antiguo culto y anuncia un nuevo culto al Padre, sin fronteras, en espíritu y en verdad. El nuevo templo será Jesucristo y el vive en quien cree en él. Los lugares sagrados y los ritos son importante pero no son lo esencial del culto, porque este culto se puede quedar vacío cuando no realizamos el verdadero culto a Padre, que es nuestro amor a Jesús a través de nuestro amor a los hermanos en la fe.

Junto a la sed aparece otra necesidad muy humana y vital, el hambre. Jesús se muestra a los discípulos como el verdadero alimento, y lo será en la Eucaristía, pero añade que su alimento es la obediencia al Padre. Nosotros, que conocemos a Jesús, que nos consideramos cristianos, tal vez no sentimos suficientemente la sed y el hambre de Cristo. Por eso, nuestra oración de hoy y de cada día debería ser: “Señor, dame de beber y de comer de esa agua y pan que eres Tú.”


Emilio José Fernández, sacerdote

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