Lucas 6, 17-26
En el capítulo cinco de Mateo tenemos el “sermón de la montaña”, las bienaventuranzas, en las que nos aparece Jesús en un monte para hacer un paralelismo entre él y Moisés que recibió las tablas de la ley en el monte Sinaí, y mostrarnos a Jesús como el gran nuevo profeta. Mateo hace nueve exhortaciones y así describe las condiciones morales para entrar y pertenecer al reino de los cielos.
Teniendo en cuenta lo anterior, hoy se proclaman en la liturgia las bienaventuranzas según Lucas, que son más breves, pero a cada una de ellas añade su advertencia antagónica. Jesús aparece en esta versión bajando de la montaña y situándose en una llanura para mostrarnos a un Mesías que desciende a los niveles más bajos de la sociedad en donde se encuentran los pobres, los enfermos, los desfavorecidos y los necesitados de ayuda. No es un Jesús que aparece lejos del pobre, enfermo, endemoniado…, porque es un Jesús que ha venido a ayudar y a salvar a los inferiores, a los últimos, a los que buscan a Dios, hambrientos de su palabra y de su salvación. Es un Jesús que sale al encuentro de todos, de los discípulos (los cristianos) y del pueblo (toda la humanidad), es decir, los que lo esperan, que se mezcla con ellos, que se les acerca y se deja tocar para aquellos que quieren sentirlo a su lado y sentir de manera “física” la salvación en el “ahora” y en nuestro presente. Jesús sana, da vida, perdona, libera…, es el Salvador.
Son cuatro bienaventuranzas las que aparecen en el relato lucano, y le siguen cuatro contraposiciones que, a modo de sentencia, advierten. Las tres primeras bienaventuranzas son una sola: los pobres, los que pasan hambre (hambrientos) y los que lloran (los que sufren). A estos les anuncia un cambio radical en sus vidas y en sus situaciones de pobreza, hambre y dolor. Para Lucas el reino de Dios ya ha llegado. Eso significa que Dios es rey. En el sentido semítico y judío el rey es el defensor y el que hace justicia a los indefensos y a las víctimas de las injusticias de esta vida, de la sociedad y frente a unos pocos que se sienten felices ahora por tener riquezas, por estar saciados y por estar alegres e irles todo bien. El reino de Dios para Lucas es una realidad nueva que viene a sustituir la realidad vieja de nuestro mundo y de sus valores mundanos, trayendo un orden nuevo en el que triunfarán quienes fracasan, padecen, se lamentan y no tienen oportunidades en el presente y tampoco para poder alcanzarlas en un futuro. La cuarta bienaventuranza nos habla de aquellos que padecerán las consecuencias de la fe, de creer en Jesús, porque serán incomprendidos, perseguidos y maltratados.
Jesús no proclama a los pobres dichosos por vivir en la pobreza ni considera la pobreza como el ideal a vivir. Precisamente Jesús se rodeó de pobres, hambrientos y enfermos para darles de comer y sanarlos. La dicha y felicidad de los pobres, dolientes y demás personas desdichadas se encuentra en el hecho de que el reino de Dios que nos trae Jesús es para ellos y no para los ricos que no comparten ni se preocupan de los demás, sino que viven en la avaricia y explotan a los que menos tienen; ni para los que se sienten felices porque tienen abundancia material, porque disfrutan de los placeres de este mundo; ni para los que tienen éxito, fama o son admirados, que se dejan llevar por su ego y sólo buscan el aplauso de los demás. Jesús ha bajado hasta donde están los débiles y ofrecer una sociedad alternativa, diferente, en la que ellos sí cuentan. Para Jesús, los ricos, poderosos, los que viven para sí, etc. se sienten privilegiados, pero están condenados a la miseria.
Lucas nos presenta a un Jesús que nos pide combatir la pobreza, las injusticias, las dolencias creadas por el mismo hombre, por sus maneras y formas de actuar. El Evangelio es buena noticia, y eso es lo que hoy nos anuncia Jesús: el cambio que traerá la felicidad pero que requiere de nuestro esfuerzo y colaboración para construir el reino de Dios, hacerlo presente y real en nuestros días. Jesús no nos ofrece un cristianismo cómodo donde todo viene hecho, conseguido y regalado. El cristianismo es compromiso, es entrega y es servicio a los débiles, a los perjudicados, a los desfavorecidos… para crear una sociedad donde todos seamos felices en el compartir, en el ayudarnos y en el querernos. Las bienaventuranzas nos han de motivar para salir de nuestro egoísmo, aletargamiento y pasividad, porque el reino de Dios se hace presente con Jesús y también nosotros tenemos que hacerlo presente junto a Jesús y los que nos necesitan.