Lucas 5, 1-11
En el itinerario de los comienzos del ministerio de Jesús nos encontramos con este pasaje de la elección y llamada de los primeros discípulos, que, a diferencia de Marcos y Mateo, que colocan la llamada antes de las primeras obras que realiza Jesús, Lucas nos lo coloca después de la presentación que Jesús hace de sí mismo en la sinagoga de Nazaret, de sus primeros signos (milagros) y de la pesca milagrosa.
Este relato es toda una interpretación teológica de unos hechos históricos: la enseñanza de Jesús a orillas del lago de Genesaret; el encuentro con los primeros discípulos, que eran pescadores; la salida para ir a pescar juntos, etc.
Nos encontramos con la gente que se agolpaba para oír el mensaje de Jesús y observamos cómo Éste, que se encontraba en la orilla del lago, se sube a una de las barcas que había allí, la de Simón. El evangelista expresa así el posterior liderazgo de Simón Pedro en la Iglesia, representada en las barcas. Jesús enseña sentado desde la barca, subrayando de este modo su autoridad de maestro y la autoridad de la Iglesia para enseñar.
Dejando a la multitud se centra en un grupo de pescadores a los que les pide, con la misma autoridad, ir a pescar, ante la indecisión de estos pecadores que, habiendo faenado toda la noche, habían regresado sin pesca. Al mismo tiempo vemos la confianza de estos pescadores que le terminan obedeciendo y que se sorprenden de la cantidad de peces que consiguen, que tuvieron que pedir ayuda a otras barcas cercanas. Vemos la profesión de fe de Simón que le reconoce como el Señor, mientras que así mismos se considera un pecador indigno. Jesús le encomienda ser desde ese momento “pescador de hombres”, y todos responden dejándolo todo y siguiéndolo.
De esta forma tan preciosa, Lucas nos da unas claves importantes para entender la fe, la vocación y la misión que ha unido en esta escena y que ha convertido en un primer encuentro que marcará para siempre a estos primeros hombres, porque sus vidas cambiarán desde ese momento de manera radical y para siempre. Este encuentro y este cambio supondrán para sus vidas un antes y un después. El gentío que lo oía a orillas del lago desapareció, marchando cada uno a sus respectivos lugares. Pero luego vemos que Jesús sigue acompañado, pero de un grupo más reducido y selecto. No lo eligieron ellos, sino que fue Él quien quiso quedarse con ellos y los eligió. Tomando la iniciativa, comenzaron una nueva pesca ante el fracaso de la anterior, pero en esta ocasión dirigida por el Señor y junto a Él. El resultado no fue el mismo. En esta ocasión hubo tal abundancia de pesca, que pone de manifiesto la generosidad de Dios y el sentido de la misión de la Iglesia: actuar en nombre del Señor y para Él. Cuando navegamos en solitario en nuestros propios mares, fracasamos en la misión. Hemos sido llamados para una misión, en la que no estamos solos, Él va con nosotros, por eso: no debemos tener miedo al fracaso, ni a navegar en lo desconocido ni a experimentar la grandeza de Dios en nuestras vidas.
Simón Pedro reconoce la superioridad de Jesús frente a la suya propia como jefe del grupo de pescadores. Y aunque se siente un fracasado y un pecador, Jesús se ha fijado en este pobre hombre sin grandezas. Jesús acepta las realidades humanas de los que elige, sus limitaciones, carencias y miserias, pero realiza un cambio en cada uno de ellos y en el grupo al convertirlos en unos nuevos pescadores: pescadores de hombres como Él lo es. Los une a su tarea, a su misión, a la evangelización. Estos hombres han sido golpeados en el corazón y han cambiado hasta su escala de valores, dejan todo lo anterior para abrazar la vida nueva que les ofrece el Señor. Ya sus prioridades no van a ser las de antes, sino las del mismo Jesús. Pasan del egoísmo, de los proyectos personales, de sus preferencias particulares… a un seguimiento que irán haciendo día a día y en el que se irán integrando en los valores y en el proyecto del reino de Dios. Han pasado de no ser nadie a experimentar la llamada, el amor y la misericordia de Dios. Más grande experiencia no han podido tener en su vida.
Lucas nos pone delante el trabajo entusiasta, ilusionante y apasionado de los primeros cristianos, que apenas tenían medios, cultura y se encontraban en ambientes hostiles, pero que, llevados por la fe en Jesús, se lanzaron por todo el mundo conocido y en pocos años extendieron el Evangelio de manera sorprendente. Esto ha de ser un estímulo ante el cansancio, la indiferencia, la apatía y la desilusión de muchos cristianos de hoy, tal vez porque lo hemos centrado, incluso la misión, en nosotros mismos y nos hemos olvidado que la misión nace del descubrimiento personal del Señor, y que no se ha de apoyar en estructuras de poder ni grandes medios extraordinarios, sino en la fe en la palabra del Señor.
No olvides: tú, en tu sencillez, pequeñez, con tus pecados… también formas parte de la barca de Cristo y, con lo que eres y tienes, has sido llamado para pescar en el mar revuelto de nuestro mundo, para que seas misionero de Jesús, que cada día te sigue llamando a ti, hombre o mujer de tu época, como laico, consagrado o sacerdote.
Emilio José Fernández, sacerdote