Este relato es un discurso de Jesús posterior a las bienaventuranzas y conectado con ellas, advirtiéndonos que la lucha por la justicia y la vivencia de la fe nos harán posicionarnos en contra de otros que nos considerarán sus enemigos. Ante este enfrentamiento de convivencia que se da en todo grupo y sociedad, tanto en la antigüedad como hoy, la reacción y respuesta del ser humano cuando se siente provocado por actos de odio y violencia es la venganza: “ojo por ojo y diente por diente” (ley del Talión).
En cambio, Jesús nos ofrece a los cristianos otra respuesta novedosa y muy distinta para aquellos que nos ofenden: la ley del amor y el perdón, es decir, la misericordia. Ser misericordiosos nos cuesta mucho pero nos hace ser radicales en el amor, que ha de abarcar a todo tipo de enemigos y que conlleva el no ser vengativos. La misericordia ha de ser gratuita, no esperando recompensa por ello.
¿En qué se fundamenta todo lo anterior? Primero, en que hemos de tratar a los demás en la medida en la que nosotros quisiéramos ser tratados. Segundo, la generosidad de Dios con los malos y desagradecidos. Tercero, “la medida que uséis la usarán con vosotros”, ya que nuestros actos aquí serán tenidos en cuenta porque nos salvarán o nos condenarán en el juicio futuro ante Dios. Por último, Jesús nunca nos va a pedir algo que antes él no lo haya puesto en práctica. El amor y el perdón que anunció, lo vivió cada día, y al nivel más alto como lo evidenció en la cruz con un perdón universal: "Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen".