Celebramos el Domingo “Gaudete” (de la Alegría) y nuevamente en este relato del evangelista Lucas aparece el personaje de Juan el Bautista.
En esta escena, Juan el Bautista está predicando en el desierto, un lugar rudo para la vida, llenos de silencios y soledades, distante de otros ambientes. En su mensaje no hay grandes discursos sino breves frases intensas que invitan a los oyentes a prepararse interiormente para la inminente llegada del Mesías anunciado por los profetas. Con todo ello se despierta en los corazones la necesidad de conversión y de hacer un discernimiento sobre el modo de proceder.
Por eso hay quienes preguntan a Juan el Bautista en qué consiste esa conversión y preparación, esperando respuestas concretas y contundentes. Juan responde a cada uno teniendo en cuenta su situación personal y exigiendo un cambio moral y de conducta en una sociedad dominada por la corrupción y el pecado, empezando por el mismo rey Herodes.
Ante la confusión que las palabras y obras de Juan crean en el pueblo sobre su identidad, éste, con un gesto enorme de humildad, aclara con mucha sinceridad cuál es su misión, reconociendo que él no es el Mesías sino el profeta que lo anuncia.
Juan acompaña su mensaje con el rito de bautizar con agua, símbolo de la limpieza y de la transformación que hemos de hacer. Pero añade que el bautismo que realizará el Mesías será con Espíritu Santo y fuego, que es lo mismo que decirnos que seremos sumergidos en las profundidades de Dios, representado en la Sagrada Escritura con el fuego: el amor que abrasa y purifica.