LA ORACIÓN DE JESÚS
Lucas 11, 1-13
Entre las acciones buenas que Jesús hacía, también estaba la de enseñar a orar, mostrándonos que no sólo necesitamos ser alimentados de pan, sanados de la enfermedad…, sino que la oración nos ayuda a encontrarnos con Dios y a compartir con Él nuestras necesidades.
En el primer grupo de discípulos de Jesús hay algunos que antes lo han sido de Juan el Bautista, que enseñaba a orar a los suyos de una manera característica. También los discípulos del Señor quieren tener identidad propia frente a otros movimientos religiosos de la época.
El evangelista Lucas nos va a poner varias escenas en las que Jesús dedica tiempo a la oración para subrayar no sólo que él oraba con frecuencia, sino que la oración es fundamental en la vida de Jesús, del discípulo y de la comunidad cristiana.
Jesús nos enseña una oración innovadora, no sólo por su estilo sino también por su contenido, componiéndola de una manera sencilla y sin ritualismos. Tampoco pretende que sea memorizada, de hecho, en el evangelio de Mateo nos aparece el padrenuestro redactado de otra manera, pero recogiendo lo esencial.
La oración que nos enseña Jesús es una de las más bellas composiciones religiosas y contiene el núcleo del Evangelio. Es una oración para cualquier momento y para cualquier lugar, llena de confianza al dirigirnos de la manera más cercana a Dios: sintiéndolo “Padre”. Porque así lo sintió Jesús y porque así nos lo da a conocer él. Se pasa del temor del creyente a Dios, por parte de todas las religiones, incluida la judía, al amor entre el Padre y sus hijos. Y así esta oración encierra en sí los deseos más profundos del hombre y la mujer que han descubierto, a través de Jesús, el verdadero corazón de Dios.
Esta oración tiene dos partes y siete peticiones. Comienza con definir la relación entre Dios (Padre) y nosotros (hijos); lo que esperamos (el cielo- futuro) y lo que vivimos (la tierra – presente), y al mismo tiempo entre lo religioso y lo político que queda unido por la divinidad presente en todos los ámbitos de la vida humana. La santidad de Dios, su reinado y el cumplimiento de su voluntad serán el compromiso del hombre con Dios. El pan que nos alimenta, el perdón llevado a la misericordia, la debilidad de la tentación y los peligros del mal, serán el compromiso de Dios con sus hijos. Esta oración no nos muestra la felicidad sino la tensión entre el bien y el mal, apareciendo la bondad de Dios hacia nosotros como la principal muestra de su amor hacia cada uno de sus hijos. El amor que nos tiene a todos sus hijos nos hace hermanos a todos.
Lucas añade una parábola para subrayar la fidelidad del discípulo orante, pues la oración requiere constancia y perseverancia diaria, ya que no hay amor sin comunicación. Dios, como el mejor padre del mundo, nos ha dado lo mejor de sí, el Espíritu Santo, para junto con la oración poder vivir el Evangelio y vencer los combates del mal y las tentaciones que nos lo quieren impedir. Esta oración se resume en una profesión de fe en Dios como Padre Bueno.
Emilio José Fernández, sacerdote