Lucas 1, 1-4; 4, 14-21
Abrimos la etapa de la vida púbica de Jesucristo con el comienzo del evangelio de Lucas en el que se ve la intención del autor del responder al encargo posiblemente de un importante miembro de una primitiva comunidad cristiana, para unirse a otros tantos relatos que se van escribiendo en esa época sobre la vida de Jesús a luz de la fe de los primeros cristianos, y con el testimonio de aquellos testigos oculares de todos los hechos que acaecieron y que por la edad y las primeras persecuciones algunos ya han ido muriendo. Por parte del autor de este evangelio hay un trabajo de investigación y recopilación de información, de organización programática para a modo de catequesis mostrar las enseñanzas de Jesús y las verdades de fe de la Iglesia naciente.
Desde el comienzo de la actividad evangelizadora de Jesús vemos al Espíritu Santo como ese gran protagonista oculto que lo acompañará a lo largo de su vida y de su ministerio, el cual se va a centrar y desarrollar, ya desde los inicios, en la región de Galilea donde se encontraban los judíos menos ortodoxos que se mezclaban con paganos venidos de otros países.
Los primeros cristianos están siendo instruidos en unas enseñanzas que se les están transmitiendo, y Lucas quiere mostrar y hacer comprobar que esas enseñanzas son originarias de Jesús y no han sido inventadas posteriormente. Para ello va a dar datos históricos que fundamentan la autenticidad de dichas enseñanzas. Por un lado, tenemos el rápido éxito de Jesús que viene confirmado por su fama y popularidad de manera rápida y extendiéndose por muchos lugares. Por otro lado, el autor no puede ocultar que no todo fue tan bien y que hubo fracasos como nos lo recuerda con el suceso acontecido en Nazaret, cuando Jesús la visitó y participó en la sinagoga. En medio de la comunidad, Jesús, apoyado en las Sagradas Escrituras e interpretándola, hace una intervención en la que expone su manera de entender su misión en la tierra. Ello va a suponer una reacción violenta de rechazo hacia él por parte de sus paisanos, que, aunque ese trozo del texto no se proclama en la liturgia de este domingo, sí nos ayuda a entender que no todo el mundo comprendió y a apoyó a Cristo.
La sinagoga es un lugar de culto para los judíos que no tenían la facilidad de acudir al templo de Jerusalén. El culto en la sinagoga consistía en el canto, la proclamación de la fe, la alabanza a Dios, la lectura sagrada y el comentario. El relato que lee Jesús pertenece a las palabras del profeta Isaías, que Jesús las hace propias porque se ve en ellas retratado y en ellas también ve el proyecto que él tiene intención de llevar a cabo, un proyecto de liberación y de fraternidad, de anuncio de la buena noticia que pretende hacer real.
Jesús es presentado no como un Mesías político que viene a gobernar a Israel, sino como un Mesías que viene para ayudar a los pobres, a traer la justicia y la liberación para los oprimidos, la salud para los heridos de la vida…, y de esta manera hacerlo extensivo a toda la humanidad. Las promesas mesiánicas anunciadas por los profetas se cumplen en Jesús, y de ahí que con él comienza un nuevo tiempo de esperanza y de optimismo para el pueblo. Por eso, en este relato que Lucas coloca al principio de su evangelio, nos encontramos con el anuncio de todo lo que Jesús va a hacer y con la síntesis de todo lo que sucederá después a lo largo de los capítulos siguientes del evangelio.
Este pasaje viene a subrayar que en el plan de salvación de Dios los preferidos y principales destinatarios son los más desvalidos de la humanidad. Esa salvación no sólo abarca la dimensión espiritual de la persona, sino que también tiene en cuenta la dimensión material y la social. Jesús no ofrece una salvación sólo para el futuro sino también en nuestro presente. Todo lo que se menciona como una lista resumida de todos los males que padecemos los humanos, son expresión de muerte. Jesús trae, con su posterior muerte y resurrección, una liberación para toda la humanidad de hoy, de mañana y para la de todos los tiempos. Lucas nos recuerda, con énfasis, que este proyecto liberador no se puede llevar a cabo sin la ayuda del Espíritu Santo.
Todos formamos parte de este proyecto y plan de salvación de Dios por nuestro bautismo, tanto para ser salvados como para ser instrumentos de Dios que trabajamos por la salvación de los demás, anunciando la nueva noticia y colaborando en la construcción del reino de Dios.
Emilio José Fernández, sacerdote