miércoles, 13 de febrero de 2019

Evangelio Ciclo "C" / SEXTO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO.

Son más los pobres que los ricos, y, por estar medianamente acomodados a veces se nos olvida la extrema miseria y sufrimiento que viven muchas personas. Dios no se olvida de ellos, son sus preferidos y los destinatarios principales de su Reino.

En el Evangelio de Mateo, capítulo 5, tenemos el Sermón del Monte, también conocido como las Bienaventuranzas.

Este texto además aparece en el Evangelio de Lucas, que este domingo será proclamado en la liturgia, pero el escenario es distinto para diferenciarlo del de Mateo, por lo que el texto lucano nos sitúa en la llanura.

¿Y por qué esta diferencia entre estos dos autores? Pues porque Mateo al situarnos a Jesús en la montaña, lo está comparando con Moisés que en el Monte Sinaí recoge las tablas de la Ley de Dios, mientras que Lucas lo sitúa en la llanura, descendiendo de la montaña para encontrarse en la base, junto al pueblo, al lado del gentío y de las clases bajas de la sociedad de su tiempo.

Jesús es buscado por una muchedumbre, pobre y necesitada, que le sale al encuentro esperando de Él la salvación.

Las Bienaventuranzas, dirigidas a los discípulos (que representan a la Iglesia) y a todo el pueblo (que representan a la Humanidad) recogen el corazón del programa del Reino de Dios que Jesús ha venido a implantar en nuestro mundo. Son un ideal evangélico de vida y un mensaje liberador para los hombres y mujeres.

A diferencia de Mateo, que expone nueve bienaventuranzas, Lucas recoge un grupo de cuatro bienaventuranzas al que le sigue otro grupo de cuatro maldiciones o "ayes" (advertencias). Pero la diferencia también está en cómo Lucas pone un fuerte acento en lo social, notándose su gran interés por los pobres, rompiendo al mismo tiempo la escala de valores que predomina en la sociedad, porque Jesús nos ofrece una nueva forma de entender la existencia humana. Nos sitúa a todos frente a una alternativa de felicidad, distinta a la que nos ofrece este mundo o a la que puede aspirar toda persona de paso por esta tierra, porque Jesús nos habla de una felicidad presente que se prolonga en un futuro.

Las tres primeras bienvanturanzas forman una unidad, siendo tres hojas de una misma ventana. El hombre que sufre de determinadas formas va a experimentar un cambio radical en su vida. Para Lucas el pobre es aquel que vive la vida como el que lleva una pesada carga, sea por la pobreza material, por su inferioridad, por sus inseguridades, por su incultura... Pero también forma parte de este grupo social quien se siente perseguido o marginado por creer en Jesús, algo que también sucede en muchos países y regiones de nuestro mundo actual.

Curiosamente Jesús no proclama que los pobres son felices por el hecho de ser pobres, tampoco señala esa pobreza como un ideal de vida. La felicidad de estos está en que ya ha llegado para ellos el Reino de Dios, dicho de otra manera: son dichosos porque el Reino de Dios les pertenece. ¿Y qué es el Reino de Dios? Es una expresión semita (judía) que refleja cómo el rey en Israel es el que imparte la justicia y el que defiende a los más débiles. Por eso, tener a Dios por rey es igual que tenerlo por defensor y protector, como aliado y salvador. El Reino de Dios es la nueva sociedad que, como alternativa, Jesús nos ofrece y desea plasmar en este mundo. Es cierto que seguirá habiendo pobres, perseguidos, hambrientos... pero podrán mirar la vida con esperanza; no así lo pueden hacer los ricos y los poderosos, pues su gran miseria será el ser desterrados del Reino de Dios, su no pertenencia a éste. Los pobres no alcanzarán el Reino de Dios porque sean mejores que los demás o como recompensa por sus virtudes morales, sino porque Dios aborrece las situaciones aplastantes y de humillación, de opresión y de inhumanidad que padecen muchas personas, ya que Él es un Dios de vida, de verdad, de justicia y de misericordia.

Por todo ello las Bienaventuranzas se convierten en buena noticia, porque Jesús aparece como el que rechaza la pobreza y la miseria, el que viene a liberarnos de esas situaciones denigrantes para la humanidad. El cristiano debe rechazarlas y combatirlas mediante la solidaridad.

La pobreza que, en cambio, aparece en Mateo tiene el sentido espiritual de que vivamos vacíos de todo y así estar más abiertos a Dios y poder seguirlo con mayor libertad. Ambas formas de entender la pobreza no se enfrentan sino que se complementan. Por tanto, seamos pobres de espíritu que tienen a Dios como su principal necesidad y ayudemos a quienes viven una pobreza impuesta por la injusticia y la desigualdad material y social.

Emilio José Fernández, sacerdote

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