Dos mujeres son las protagonistas de este relato lucano, y ambas esperan ser madres: María de Nazaret e Isabel. Ambas serán importantes en la Historia de la Salvación, puesto que sus hijos desempeñarán una misión que cambiará el rumbo del mundo.
Isabel, madre de Juan el Bautista, es una anciana estéril que representa la esperanza de Israel en las profecías mesiánicas, la Antigua Alianza, que llega a su fin y culmina dando paso a la Nueva Alianza, que comienza con Jesucristo, el hijo de María.
Ambas mujeres y madres se encuentran fuera del Templo, en un lugar no sagrado, expresión de que con Jesús la presencia sagrada de Dios será cualquier lugar donde hay fe, esperanza y caridad. La alegría inunda este encuentro como expresión de las obras maravillosas que Dios hace en cada uno de nosotros y como manifestación de su presencia transformadora que invierte el sufrimiento por el gozo.
Con Jesucristo vienen la salvación especialmente para los últimos, los desfavorecidos y los oprimidos. Es un tiempo de gracia que se inicia y ya no tendrá fin, en donde se invierten los privilegios, pues los más beneficiados serán los humildes y los débiles, los preferidos de Dios.
María es la que representa a todos los que han estado marginados y arrinconados, a los insignificantes de la sociedad y de la religión. Es la que va a vivir el Evangelio como entrega y servicio desde la alegría que solo Dios provoca en los corazones, y será la mujer creyente que por ello será grande a los ojos de Dios y de la Humanidad, modelo de santidad para todas las generaciones. Por eso ella es la primera mujer que, por la acción de su hijo, supera a la muerte y vive en la eternidad después de haber sido asunta a los cielos.