Lucas recoge en este pasaje una catequesis sobre la oración del cristiano, porque tanto la comunidad como el discípulo necesitan orar. Juan el Bautista había enseñado a sus discípulos a orar de una manera ritual y los discípulos de Jesús le piden que haga con ellos lo mismo, pero el Maestro les enseña una manera de orar nueva y original.
El Señor Jesús nos enseña que la oración ante todo es un acto de confianza en una comunicación directa con el Padre, que sabemos que nos escucha y comprende nuestras necesidades. Ya nuestra relación con Dios no es de servidumbre sino de filiación porque somos sus hijos e hijas.
La oración nos enseña a sentirnos hijos y a sentirnos hermanos en torno a un Padre que nos ama y nos conoce, cuya cercanía en el espacio es total porque siempre va con nosotros y nos mira con misericordia.
Jesús era un hombre de profunda oración y que buscaba momentos cada día para estar en soledad y orar en intimidad, que siente la oración como una necesidad que despierta el amor al Padre y el sentirse amado como hijo.
Se trata de una oración existencial, donde Dios es el centro del universo y de la vida, lo es todo. Es sentir que Dios te sostiene en los peligros y es tu principal apoyo en las dificultades.
Dios está presente en todos los lugares y momentos, por eso podemos rezar en cualquier circunstancia y allá donde nos encontremos. Dios ya no está solo en el templo, también está en la habitación de tu casa. Ora con el corazón y con las manos abiertas.