Juan 1, 1-18
El relato del Evangelio de hoy no es de fácil comprensión por su leguaje filosófico y con una reflexión y mensaje totalmente teológico, que rompe con el lenguaje y estilo de los tres evangelios sinópticos (Marcos, Meteo y Lucas). Se trata de un escrito solemne, también llamado prólogo, con el que Juan inicia el cuarto evangelio. Se trata de un himno confesional de la fe con el que la comunidad joánica expresaba y celebraba en la liturgia la fe en Jesucristo como la Palabra eterna de Dios, su prexistencia antes de todos los siglos, su origen temporal, su categoría y naturaleza divina, su influencia en el mundo y la historia, su anuncio por los profetas, especialmente Juan el Bautista, cuyos discípulos le daban más importancia que a Jesús y algunos de ellos negaban la corporeidad del Señor e interpretaban la fe como una intuición o sospecha.
Jesús es el centro de este himno, que hace de apertura del evangelio de Juan, pero apareciendo como el Verbo (la Palabra), también llamado el Logos por la filosofía griega, como el que da razón del universo y su existencia. En la Biblia, en el Antiguo Testamento, sería la Sabiduría personificada. El evangelista Juan se esfuerza en demostrar que el Verbo, el Logos, la Sabiduría es Jesús, el Mesías, y así une en el cristianismo la concepción greco-romana y la judía, predominantes en los miembros de las primeras comunidades cristianas que tienen su origen y procedencia en el judaísmo y en las regiones que conforman el imperio romano.
Así, pues, este prólogo del evangelio de Juan es una síntesis de la fe en Jesucristo: especialmente resaltando su humanidad que comienza con el misterio de su encarnación, para dar respuesta a una pregunta que también intentan, desde otras claves, responder los tres evangelios sinópticos: ¿Quién es verdaderamente Jesús, el Mesías en el que creemos?
Para Juan, Jesús es la Palabra que da origen a todo lo creado y que sin él nada existiría. Es la Palabra que se comunica iluminando a los creyentes de todos los siglos. Es la Palabra que se ha humanizado y encarnado para posibilitar que nosotros tengamos un mayor conocimiento de Dios. Y todos los capítulos posteriores al prólogo serán el reflejo de estas verdades de fe a través de las actuaciones y signos que Jesús realiza.
El prólogo nos presenta a Jesús como verdadero Hombre y como el Hijo de Dios, por consiguiente, ayudará a entender siglos después que Jesús es verdadero Hombre y verdadero Dios, dos naturalezas (la humana y la divina) unidas y concentradas en una misma persona. Como Palabra creadora y eficaz, Jesús es la Vida y el dador del Espíritu Santo que nos da la verdadera vida y nos hace hijos e hijas de Dios en el Bautismo. Jesús, como Palabra, está íntimamente unido al Padre de quien procede y a quien anuncia, viniendo a esta tierra y acampando entre nosotros para mostrarnos el verdadero rostro de Dios. Cristo es la Palabra viva del Padre, y en su vida y vivir diario nos mostrará el corazón eterno e inmenso del Padre. Jesús nos mostrará a su Padre en su gloria y en amor, y que, por amor al mundo y a los hombres, nos visita y se nos entrega en el Hijo, y todo por amor.
Pero el Verbo hecho hombre no es aceptado, comprendido ni acogido. Vino al mundo y el mundo no lo reconoció. Vino a su casa y no le recibieron. Aquí se expresa el rechazo a la fe y a Dios de la condición humana de las personas de todos los tiempos y lugares. Dios se esfuerza en darse a conocer, y hasta darnos a su Hijo y la vida de Éste. Mas en nosotros hay una negativa a la fe, un rechazo a Dios y a su amor. Y ahí está el origen de tanta maldad, desigualdad, injusticia y barbaridades que a diario nosotros, y no Dios, cometemos, aunque luego queremos hacerle a Él responsable.
Dios se ha hecho carne y es algo incomprensible de manera racional para los intelectuales y racionalistas, y una blasfemia para quienes solo lo consideran Espíritu, inmaterial e inaccesible. Pero Dios ha bajado, comunicándonos la vida y la luz, aunque en nuestro tiempo seguimos, y cada vez más, caminando por senderos de muerte y oscuridad. Hay quienes siguen buscando a Dios arriba con una espiritualidad que les ausenta del mundo y de sus realidades, especialmente las que exigen una implicación ante los sufrimientos y tragedias humanas. Y allí es donde ha venido el Señor y muchos no lo encuentran por no buscarlo en el sitio adecuado, y se empeñan en encontrarlo donde no está.